En el arpegio de la voz del dragón blanco, están todas las del tramo del Sordo, contenidas. Cada una es una nota de aliento cálido que sostiene, la posibilidad del nombre. A veces están muy cerca, a veces son el nombre mismo. Se desencadena cuando las espadas de luz se alínean sobre sus cantos ( no cuando el estado cambia y los bordes de las espadas están paralelos y las manos muestran el dorso). Entonces sucede el relámpago y es transmutado en aves que vuelan el nombre ( sus sonidos aúnan signos, una cadena de arpegios materializa los antecesores) anida en la canción de las bocas musicales, entra en la música, arremolina el aire, lo espirala y de cada anillo del espiral nacen letras, depositadas en un lugar secreto de los que son músicos. Todo es devuelto. Alguien grita Adiós. Pero el nombre reenergizado no va a morir ni a olvidarse. Cada uno guarda, contiene, una parte. Vive cuando están todos juntos, aún se confunde en las palabras. Es casi todo. Es algún camino. Cuando el abanico se haya abierto completo enfrente de los ojos dorados, tal vez muera, tal vez sea interminable. (Ella escribió lo antedicho porque recién, mientras se rascaba con la boca, levantó - caído debajo de la mesa blanca - un papelito sobre el que uno o dos días antes reprodujo, desde la espesa luz de la pantalla, unas patitas de pájaro. Decían, La historia interminable.) Desde arriba de la mesa, recuerdo que le dije a alguien, entonces (desde abajo de la mesa) "No, no todo; no sería interminable".
La mesa húbose vuelto como las espadas, de canto. Ahora, es un dorso pálido.

Buenas noches.