En un cerro del norte de Chile, a 4600 metros de altura, una camioneta subía rauda en búsqueda de más velocidad. Era Vito y yo, 2 energúmenos al volante.
La misión era ir yo al volante y Vito buscar el retorno al campamento.
La oscuridad permitía sólo esquivar los cerros cuando los focos nos entregaban nociones, más la velocidad que las horas previas hicieron que fuesen imprudentes, permitieron que comenzara el retorno prematuramente a escasos centímetros, sino milímetros, de la negación de éste.
Vito, más envalentonado que yo, decidió (en vista de que la sensación de adrenalina era deseable elevarla) volver en línea recta, que no siempre es el camino más corto.
Así fue, subiendo una pendiente que no era de 90º pero tampoco de 30, estaba en el más fino equilibrio inestable que permitía apenas que la gravedad fuese derrotada, en términos pugilísticos, por décimas en la tercera tarjeta.
La victodia estaba al alcance. La camioneta respondía más que nada con voluntad y hacia atrás había un abismo del que estábamos por emerger.
Fue ahí, querido Ripio, en ese momento, que lo recordé más que nunca. Fue ahí, cuando se pudrió todo.
Mauricio Ureta el jueves, 06 de octubre de 2011 a las 06:37 PM
en La venganza será terrible del 05/10/2011 dijo: