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La venganza será terrible del 07/01/2016

Comentario #65314

Viyi

Viyi el viernes, 08 de enero de 2016 a las 10:07 PM en La venganza será terrible del 07/01/2016 dijo:

Entonces, según tu concepción de lo que es un partido político, mi querida y admirada y semejante en lo que importa, Simone Weil,... en mi país Néstor y Cristina no fundaron un partido político, lo que hace explicable el ataque feroz, con una ferocidad impropia de la naturaleza de un partido : tu definición me dio las palabras para aclarar mi propia reflexión y confirmarla. Era bueno lo que hacían, lo que quisieron hacer; trascendía al partido "y las reglas del juego" porque no lo era. "Sólo lo que es justo es legítimo" dices : Néstor y Cristina fueron justos y... legítimos. Imperdonable... ;) :( :)

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"El hecho de que [los partidos políticos] existan no es motivo suficiente para conservarlos. Sólo el bien es un motivo legítimo de conservación. El mal de los partidos políticos salta a la vista. El problema que hay que examinar es si hay en ellos un bien mayor que el mal, que haga que su existencia sea deseable. Pero sería más adecuado preguntarse: ¿Hay en ellos una parcela, aunque sea infinitesimal, de bien? ¿No son acaso mal en estado puro o casi? Si son algo malo, está claro que de hecho
y en la práctica solo podrán producir el mal. Es un artículo de fe. “Un buen árbol jamás dará malos frutos, ni un árbol podrido buenos frutos”.
Pero primero hay que reconocer cuál es el criterio del bien. Sólo puede ser la verdad, la justicia, y, en segundo lugar, la utilidad pública.
La democracia, el poder de los más, no es un bien. Es un medio con vistas al bien, estimado eficaz con razón o sin ella. Si la República de Weimar, en lugar de Hitler, hubiera decidido por vías rigurosamente parlamentarias y legales meter a los judíos en campos de concentración y torturarlos con refinamiento hasta la muerte, las torturas no habrían tenido ni un átomo de legitimidad más de la que ahora tienen. Ahora bien, algo parecido a esto no es totalmente inconcebible.
Sólo lo que es justo es legítimo. El crimen y la mentira no lo son en ningún caso.
(...) Para valorar a los partidos políticos según el criterio de la verdad, de la justicia, del bien público, conviene comenzar discerniendo sus características
esenciales. Se pueden enumerar tres:
1. Un partido político es una máquina de fabricar pasión colectiva.
2. Un partido político es una organización construida de tal modo que ejerce una presión colectiva sobre el pensamiento de cada uno de los seres humanos que son sus
miembros.
3. La primera finalidad y, en última instancia, la única finalidad de todo partido político es su propio crecimiento, y eso sin límite.
Debido a este triple carácter, todo partido político es totalitario en germen y en aspiración. Si de hecho no lo es, es solo porque los que lo rodean no lo son menos que él.
Estas tres características son verdades de hecho, evidentes para cualquiera que se haya aproximado a la vida de los partidos.
(...) La finalidad de un partido político es algo vago e irreal. Si fuera real, exigiría un esfuerzo muy grande de atención, pues una concepción del bien público no es algo fácil de pensar. La existencia del partido es palpable, evidente, y no exige ningún esfuerzo para ser reconocida. Así, es inevitable que de hecho sea el partido para sí mismo su propia finalidad. En consecuencia hay idolatría, pues solo Dios es legítimamente una finalidad para sí mismo.
La transición es fácil. Se pone como axioma que la condición necesaria y suficiente para que el partido sirva eficazmente a la concepción del bien público con vistas a la cual existe es que posea una gran cantidad de poder. Pero ninguna cantidad finita de poder puede jamás, de hecho, ser mirada como suficiente, sobre todo una vez obtenida. El partido se encuentra, de hecho, debido a la ausencia de pensamiento, en un estado continuo de impotencia que atribuye siempre a la insuficiencia del poder de que dispone. Aun cuando fuera el dueño absoluto del país, las necesidades internacionales serían las que impondrían límites estrechos. De este modo, la tendencia esencial de los partidos es totalitaria,
(...) Desde el momento en que el crecimiento del partido constituye un criterio del bien, se sigue inevitablemente la existencia de una presión colectiva del partido sobre el pensamiento de los hombres. Esa presión se ejerce de hecho. Se muestra públicamente. Se confiesa, se proclama. Nos horrorizaría, de no ser porque la costumbre nos ha endurecido.
Los partidos son organismos públicos, oficialmente constituidos de manera que matan en las almas el sentido de la verdad y de la justicia.
Se ejerce la presión colectiva sobre el gran público mediante la propaganda. La finalidad confesada de la propaganda es persuadir y no comunicar luz. Hitler vio perfectamente que la propaganda es siempre un intento de someter a los espíritus. Todos los partidos hacen propaganda. El que no la hiciera desaparecería por el hecho de que los demás sí la hacen. Todos confiesan que hacen propaganda. Nadie es tan audaz en la mentira como para afirmar que se propone la educación del público, que forma el juicio del pueblo.
Los partidos hablan, cierto es, de educación de los que se les han acercado, simpatizantes, jóvenes, nuevos adherentes. Esa palabra es una mentira. Se trata de un adiestramiento para preparar la influencia mucho más severa que el partido ejerce sobre el pensamiento de sus miembros.
Supongamos que un miembro de un partido —diputado, candidato a diputado, o simplemente militante— adquiera en público el siguiente compromiso: «Cada vez que examine
cualquier problema político o social, me comprometo a olvidar absolutamente el hecho de que soy miembro de tal grupo y a preocuparme exclusivamente de discernir el bien público y la justicia.» Ese lenguaje sería muy mal acogido. Los suyos, e incluso muchos otros, lo acusarían de traición. Los menos hostiles dirían: «Entonces, ¿para qué se ha afiliado a un partido?», confesando de esta manera ingenua que, cuando se entra en un partido, se renuncia a buscar únicamente el bien público y la justicia. Ese hombre sería excluido de su partido, o por lo menos perdería la investidura; seguramente no sería elegido.
Si un hombre, miembro de un partido, está absolutamente decidido a ser fiel, en todos sus pensamientos, tan solo a la luz interior y a nada más, no puede dar a conocer esa resolución a su partido. Entonces se encuentra respecto del partido en estado de mentira. Es una situación que solo puede ser aceptada a causa de la necesidad, que obliga a estar en un partido para tomar parte eficazmente en los asuntos públicos. Pero entonces esa necesidad es un mal y hay que ponerle fin suprimiendo los
partidos. Un hombre que no ha adoptado la resolución de fidelidad exclusiva a la luz interior instala la mentira en el centro mismo del alma. Las tinieblas interiores son su castigo.
Sería un intento vano salir de esa situación mediante la distinción entre libertad interior y disciplina exterior. Pues hay que mentir entonces al público, hacia el que todo candidato, todo elegido, tiene una obligación particular de verdad.
Si me planteo decir, en nombre de mi partido, cosas que estimo contrarias a la verdad y a la justicia, ¿voy a indicarlo en una advertencia previa? Si no lo hago, miento.
De esas tres formas de mentira —al partido, al público, a uno mismo— la primera es con mucho la menos mala. Pero si la pertenencia a un partido obliga siempre y en todos los casos a la mentira, la existencia de los partidos es absolutamente, incondicionalmente, un mal".
Sobre la supresión general de los partidos políticos (Simone Weil)