Quizás uno de los problemas fundamentales está en ver las cosas del mundo como si fueran un perpetuo -vs-. Como dicotomías que separan al hombre de la naturaleza. Lo que producen estas categorías formales, como el epicentro del problema, está en la construcción simbólica que hacemos del mundo, del lenguaje que opera sobre él con la intención de resiginificarlo, modificarlo. Una de la privación más paradójica que nos ofrece internet, que en realidad hay que pensarlo como medio y no como fin, es que pone en evidencia una falta o una deficiencia comunicativa. En cierta manera estamos más comunicados, más entrelazados, pero la experiencia comunicativa crece en una dirección en que la presencia física del lenguaje decrece. La materia también es espíritu, no hay aquí dicotomía. La materia también es lenguaje, lo porta. Y la palabra también es materia, se parece al impacto del viento sobre el oído, que cuanto más fuerza más es la presencia de esa volubilidad invisible que llamamos aire.
La experiencia de compartir produce una extraña soledad ante las pantallas bidimensionales que tenemos delante, que es a lo que se reduce internet. En este sentido, la experiencia del diálogo está incompleta, pero puede manejar grandes paquetes de información, de los cuales necesitamos mucho tiempo para discernir cuán válido nos parece su contenido.
Estamos más conectados, sí, pero a costa de perder algo. Perdemos la extensión física del diálogo, la participación de la palabra hablada es también una dimensión del lenguaje que nos ha hecho crecer como sujetos simbólico hasta la fecha.
De vez en cuando, resulta tranquilizador pensar que la historia de la humanidad, quitandole esa extraña sonoridad etnocéntrica que hay en este vocablo, en lo que se refiere a la era de la información, no es otra cosa que la aceleración de algo específicamente humano, del cual supone el divorcio y la emancipación de la naturaleza, el lenguaje. Sin embargo, se carece de datos para fijar más o menos cuándo el hombre comenzó a balbucear, supone imaginar proyectivamente hacia un -atrás-, millones de años de logros comunicativos y dialógicos entre diversas culturas.
Internet sigue la línea que venimos trazando desde ese inconmensurable inicio de intercambio, lo acelera como Gutemberg aceleró algo que ya estába inventado. Es bueno pensar que el concepto de evolución es una fantasmagoría, carece de rigor, y ya ni siquiera la biología lo admite, no sin antes ruborizarse un poco. Hablemos mejor de mutación, o como gusta decir a Leví-Strauss, avanzamos como el caballo de ajedrez, a saltos y en giros. La línea fantasmagórica la produce lo que el hombre crea, su tecnología, que avanza trazando una línea hacia un infinito que en realidad es un punto en movimiento, no hay linea.
Saludos, abrazos