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Dolina —Animales específicos representan características específicas.
Stronati —¡Animal específico, el gato!
Me parece una de las intervenciones más felices de Stronati: correcta en un sentido lógico, hilarante por su enunciación, sorprendente por el perfecto timing humorístico. En realidad, casi no hay programa con Stronati que no tenga al menos una de estas participaciones breves, maliciosas y de una eficacia cercana al cien por ciento.
Pero eso es una excusa para decir otra cosa. Ya pedí una entrevista personal con la licenciada Silvia G., quien tuvo la feliz idea de dejar su volante con la oferta de sus servicios pseudoterapéuticos en la puerta de mi casa; naturalmente que oculté sus datos reales para no comprometer en ningún sentido a este sitio. (Siempre tengo en cuenta la posibilidad de que esas personas inicien acciones legales, algo que sucede con mucha frecuencia; se trata de personas muy susceptibles y muy tolerantes hasta que alguien contradice una sola de sus palabras.) Me haré pasar por familiar de una persona que necesita de su ayuda profesional; a partir de ahí la llevaré hasta donde ya no pueda defender sus métodos (por supuesto que grabaré la entrevista). Llevaré también una hoja impresa con todas las respuestas que me dará para sostener sus falacias (que conozco de memoria) y se la entregaré un momento antes de irme. Nada que no haya hecho antes cientos de veces con otros vendedores de ungüentos mágicos y sanadores de palabra.
¿Sirve eso para algo? No, definitivamente no; esa es una guerra ya perdida hace mucho tiempo. Poco después de promulgada la ley n.º 26.657 (Ley Nacional de Salud Mental), pregunté en Twitter al autor de esa norma (cuyo nombre también omitiré) si su futura reglamentación excluiría finalmente al psicoanálisis de las prácticas aceptables, ya que el texto de la ley garantizaba el derecho de las personas con padecimiento mental a una atención basada en fundamentos científicos ajustados a principios éticos; la respuesta del licenciado —psicoanalista, claro— fue el bloqueo. (Ah, los guapos de las redes, tan valientes con el silenciamiento, el reporte y el shadowban como Juan Muraña con el cuchillo.)
El psicoanálisis en Argentina ya fue consagrado popularmente como la psicoterapia curativa por excelencia (todo lo demás se limita a atacar el síntoma, como asegura Rolón que hacen los médicos), y contra eso no hay mucho que hacer; por otra parte, es una de las pocas pseudociencias que pueden enseñarse en las universidades y luego aplicarse legalmente (por décadas y a precio de oro) a pacientes que necesitan con urgencia tratamientos basados en evidencia científica y clínica.
Nunca tuve la intención de poblar este sitio con críticas al psicoanálisis (en general inspiradas por Rolón, absolutamente incapaz de callar sus estúpidas digresiones lacanianas hasta en un tramo humorístico sobre el cumpleaños del Rulo); supongo que ya dije todo lo que tenía para decir al respecto, y no ignoro que el ensañamiento me lleva a repetirme hasta el hartazgo (me aburro muchísimo cuando me releo por accidente).
Usaré algún otro medio para seguir expresando mi odio hacia los miserables y estafadores que usufructúan con la desesperación, el dolor y el desconocimiento de quienes sufren trastornos en principio tratables por medios científicos. (No, un blog no; eso es un anacronismo. ¿Alguien recuerda aquí la blogósfera, el invento que iba a cambiar para siempre la manera de informarnos y que iba a hacer de cada uno de nosotros un periodista y un analista profundo de la actualidad? Muchos siguen construyendo por ahí la dictadura del proletariado; los más fantasiosos hasta llegan a creer que multitudes los leen con atención.) Creo que todo lo que nos queda para hacer (con algún efecto práctico en la realidad) es tratar de disuadir a quienes están más cerca de nosotros de meterse en alguno de esos tratamientos truchos.
Me queda algo para decir sobre el precio del tomate, la dolarización del verdulero y las diferencias entre las reacciones colectivas del 2001 y las actuales, pero lo diré en otro momento (como si hubiera necesidad de decirlo).