Mariela, no estoy seguro de que Dolina haya siquiera nombrado con frecuencia a Galeano, excepto cuando su nombre aparecía en gacetillas (una búsqueda en las transcripciones de los programas parece indicar eso); es evidente que participan de mundos tan distintos que es casi imposible imaginar algún vínculo intelectual o artístico entre ellos. Por fuertes presiones sociales (bah, para quedar bien con una ex novia ultraburguesa que hasta hoy la va de progre en las redes, aunque con selfies de iPhone desde alguna ciudad europea) leí algunos textos de Galeano; mi opinión es que su obra está diseñada como un chantaje sentimental para robar dinero a quienes necesitan alivio de la culpa de no ser pobres; lo considero un miserable peligroso, ya que con su disfraz de hombre santo del Himalaya indujo a generaciones a una cobarde inacción ante la injusticia social que se parece mucho a la alegría con la que el mártir camina hacia su propia crucifixión. El que apuesta al amor, pierde.
Pero voy al tema de las charlas embolantes de Dolina, aunque Diego Petyr se enoje: creo que el problema con esos textos no es solo que pertenezcan al feminismo mainstream (una vanguardia que atrasa algunas décadas), sino que además son un palo en la rueda en el ritmo del programa. Es evidente que intentan formar parte de un subprograma sobre mujeres notables, aunque no lo logran quizá porque las historias son apenas descriptivas y carecen de la intención artística que Dolina necesita para desarrollar un relato interesante. Por lo demás, esa rama del feminismo es anacrónica, ya que insiste en la falsa épica de conquistar derechos que fueron logrados hace muchas generaciones, al menos en Argentina. Quedan muchos detalles, claro, pero lo mismo podría decirse con mayor razón de cualquier otro aspecto de la desigualdad social; es un feminismo que se comporta como si viviéramos en los tiempos en que las mujeres no podían votar. Ese feminismo es también involuntariamente condescendiente; aunque su bandera es el empoderamiento —séanos perdonada la jerga—, otro de los tantos objetos lingüísticos diseñados por los think tanks para dar impresión de progreso sin que nada cambie en el fondo, el tono general es siempre perdonavidas: Hildegard von Bingen pudo componer cantos gregorianos a pesar de su condición de mujer, y cosas por el estilo. Dolina escribió hace mucho tiempo: «Es preferible ejercer la tolerancia como virtud inconsciente. Es decir, de un modo automático o aunque más no sea silencioso. Quien hace alarde de soportar a un morocho es porque encuentra esa conducta menos natural que virtuosa»; quizá hoy se encuentre cometiendo el mismo sesgo que alguna vez denunció.
No volveré a las diferencias detalladas entre este feminismo de diseño para el consumo específico de burgueses maximalistas y el feminismo de Roxana Kreimer, Ariana Harwicz, Nancy Fraser, etcétera, porque sería redundante e innecesario; solo quise expresar qué percepción tengo de esos textos militantes incrustados a la fuerza en LVST.