Mariela, quiero hacer un comentario al texto que citaste hace una semana (evitaré, dentro de lo posible, nombres propios o de empresas).
Entre los años 2008 y 2014 ocurrió algo que no se hizo público (no porque se tratara de un secreto de Estado o algo así, sino porque en el fondo no le interesó a nadie); un grupo políticamente heterogéneo de científicos, profesionales y técnicos (todos con dos características en común: eran realistas científicos y sus actividades se basaban en evidencia) ofreció formalmente a los gobiernos nacionales de ese período su colaboración ad honorem con el fin de asesorarlos y resguardarlos de los peligros de las nuevas tecnologías de la información y de las estrategias de ingeniería social a gran escala que ya eran usadas en otros países con fines partidarios y económicos. El motivo de ese ofrecimiento fue la adhesión en general (aunque no siempre en particular) a las políticas de Estado de ese período. Por supuesto que estas personas (psicólogos cognitivos y conductistas, especialistas en riesgos no gaussianos, expertos en las más recientes tecnologías de la comunicación, operadores de redes, físicos, matemáticos y muchos profesionales en disciplinas afines al tema central) no prometían soluciones mágicas, sino que ofrecían posibles estrategias para minimizar los daños ante lo desconocido del futuro que se venía o, hasta en algún caso, para hacerlo jugar a favor del gobierno. Las respuestas oficiales siempre fueron negativas terminantes a leer los fundamentos del grupo (que fueron presentados a modo de papers científicos) e insultos del orden de «grupo de positivistas» (sí, el anacrónico positivismo como insulto; no fue de extrañar que eso viniera de parte de pseudocientíficos sociales, abogados y psicoanalistas presuntamente de izquierda).
Los integrantes de ese grupo progresivamente se cansaron de golpearse la cabeza contra la pared; no creo que ninguno de ellos esperara una recepción con alfombra roja, pero sí al menos ser escuchados sin prejuicios (creo que bastó con que se supiera que dos de sus integrantes eran amigos personales de Mario Bunge para deducir que todos eran ateos, espías de ultraderecha e incluso cosas peores, como si Bunge nunca hubiera arremetido ferozmente contra la pseudociencia de la economía neocapitalista.)
Para hacer la historia corta (temo que ya es tarde para eso), esos gobiernos decidieron ignorar la realidad de este nuevo mundo a partir de premisas indemostrables o hasta carentes de sentido (por ejemplo, que el amor vence al odio, que la verdad vence a la mentira, que al final los buenos siempre triunfan, etcétera); decidieron apegarse a un pasado bastante platónico, a amigos que consideraban incondicionales (y que hoy militan alegremente en partidos de la oposición), a gurúes del optimismo (en el peor sentido de Molière), a seguir dando discursos de barricada para cien personas en una plaza de pueblo con un megáfono, a sacrificar el futuro de millones de compatriotas por aferrarse a ideales razonables en 1970, pero que ya no tienen ningún lugar en este mundo.
Es cierto que algunas de esas personas que quizá no tomaron mejores decisiones hoy pagan injustamente por crímenes que nunca cometieron; pero a mediano y largo plazo, los más perjudicados por la terca decisión de aferrarse a un pasado que quizá no existió del todo son los más pobres, quienes por causa del efecto Mateo («Os digo que a todo el que tiene, se le dará; pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene », y aquí recuerdo a Roxana Kreimer) están condenados a una larga y dolorosa agonía. (No importa; los pobres no se extinguirán porque serán progresivamente reemplazados por quienes hoy están apenas por arriba de ellos en la pirámide alimentaria. No soy peronista, pero creo haber entendido que uno de los puntos más fuertes del peronismo era su pragmatismo, su desapego por los idealismos impracticables cuando el bienestar de los más débiles estaba en peligro, cosa que ocurre todo el tiempo.)
Ya que mencioné el riesgo no gaussiano, quiero recordar a Nassim Taleb contando que una vez fue invitado por el Departamento de Defensa de Estados Unidos para hablar sobre su especialidad (la incertidumbre), cosa que no le hizo ninguna gracia porque se imaginó hablando frente a un grupo de militares sedientos de sangre; para su sorpresa, se encontró con personas empíricas y escépticas cuyo trabajo no era iniciar guerras, sino a desarrollar políticas de defensa que consigan eliminar los posibles peligros sin recurrir a la guerra, como la estrategia de llevar a los rusos soviéticos a la bancarrota en la escalada de gastos de defensa durante la Guerra Fría. Esto me hace preguntar si Argentina no fue sometida a una estrategia de desgaste y misdirection (en el sentido que los prestidigitadores usan esa palabra) con la proliferación de pseudoproblemas (por ejemplo, el género gramatical como piedra angular de la desigualdad social, entre tantos otros). Alguien podría preguntarse si una estrategia de esa clase podría tener efectos devastadores en toda una población; yo respondería que cuanto más supersticioso sea ese país, menor será la probabilidad de que se interese en la formación de científicos y en el estudio o desarrollo de tecnologías de punta. ¿Para qué invertir algunos millones de millones de dólares en un laboratorio de investigación de computación cuántica que ya tiene al menos un nicho específico de aplicación en el mundo actual, si podemos gastar ese mismo dinero en papers de debate sobre si lo correcto es escribir «los alumnos» o «les alumnes»? Este último ejemplo parece exagerado, pero no deberíamos olvidar que ese fue el tema excluyente de la sociedad argentina en el mismo momento que se producía el saqueo que llevó a una deuda externa diseñada para fundir al país.
Una última cita de Taleb, del año 2007: «Yo, por mi parte, sí veo los riesgos de que un virus extraño y grave se propague por todo el planeta». Por definición, no podemos predecir lo epistemológicamente desconocido; pero es una negligencia criminal desoír a quienes tienen algo importante para decir sobre las consecuencias de la incertidumbre, en especial cuando esta puede hacer miserable la vida de millones de personas.