Yo a mi perro no lo abrazo porque es lambedor, baboso y tiene aliento de perro. No sé por qué lo soporto. Huele mal. Para levantar la pata y mearse, no discrimina entre las macetas, la pata de la mesa del living o el lugar donde mi mujer guarda su portfolio. Se pelea con otros perros defendiendo vaya a saber qué principios perrunos que no tengo intención alguna de comprender. Se hace el nabo y el querible, cuando en realidad es más vivo que el hambre.
No sé por qué me quiere y se alegra cuando me ve, si vivo tratándolo a las patadas.

Una novela densa y maravillosa: "Años de perro", de Günther Grass.