Sí, Dolina, recuerdo cuando venía a Montevideo (generalmente a “El Galpón”) con entrada gratuita: nunca pude asistir a ninguna de esas funciones. Los organizadores decían: las entradas se darán por orden de llegada tal día a tal hora en la boletería del teatro. La cola daba vuelta a la manzana desde varias horas antes; comenzaba a formarse desde el día anterior (la cola, no la manzana) y la gente acampaba en la calle (a favor de que generalmente era cerca de fin de año y las noches no eran muy frías). Yo llegaba lo antes que podía, que era aproximadamente una hora antes de la hora fijada. Como en toda cola en que se prevé que la capacidad locativa se verá desbordada por la demanda, eran observables todas las miserias humanas imaginables: estaban los clásicos colados, estaban los que, ocupando un lugar singular en la cola hasta pocos minutos antes de la hora, ese lugar se convertía en plural con la afluencia de amigos y conocidos que se incorporaban a la cola mediante el simple expediente de saludar y ponerse a conversar con el ocupante original de la misma (de la cola), etc. No recuerdo bien, pero creo que se daban 2 entradas por persona, y obviamente todos tomaban el máximo posible, aunque fuera “por las dudas” (la famosa angurria) o para hacer su negocio, como explicaré.
Y al llegar la hora fijada, la cola comenzaba a moverse pesadamente, hasta que cuando uno ya estaba por alcanzar la ansiada boletería, llegaba el anuncio que todos esperábamos en algún momento: “se acabaron las entradas”.
Entonces, el plan “B” para muchos (nunca lo intenté, pero sé que se hacía) era entrar en Mercadolibre y ver las ofertas de la gente que tenía su entrada y la revendía (en realidad las vendía, el “re” no es aplicable en este caso) a los precios más variados. Personalmente, siempre resistí la tentación de fomentar a estos mercenarios.
Mi conclusión: Dolina: siga cobrando la entrada (a un precio razonable), lo cual por otra parte tiene todo el derecho de hacer. Es mucho mejor.
Y la verdad, preferiría que dejara de despotricar contra el neoliberalismo o la sociedad de consumo: así funciona la sociedad, en el estado espiritual actual del ser humano (individualista, egoísta, ambicioso), y no funcionará de otra manera hasta que ese estado cambie. Detesto el neoliberalismo y la sociedad de consumo tanto como ud (o tal vez más), pero éstas no fueron plagas que cayeron del cielo: las creamos y las mantenemos ud, yo y todos, todos los días, nos guste o no nos guste.
Si queremos realmente cambiar este estado de cosas, creo que tenemos que ir más atrás, a las causas primeras, y ver qué debemos cambiar en nosotros para dejar de pensar, hablar y actuar de forma neoliberal y consumista (o egoísta, sería mejor decir).