Viyi. Casualidad! Yo pensando en los Redondos y usted también a la misma hora. Es más, todavía estoy flotando suavemente, apenas una brisita me empuja. Pero cuesta poner los pies en la tierra después de una noche con Silvio Rodriguez, emocionados todos, emocionado él por el recibimiento. Asombrada yo, por la cantidad de jóvenes, por el respetuoso silencio durante las canciones no conocidas y el canto suave de una multitud coreando con Silvio las que sabemos todos.
Parecía un concierto en el Teatro Solís y no en el Estadio Charrúa. El público fue prolijo hasta para gritarle: Silvio, te amo!, o pedirle tal o cual canción.
El escenario era austero, como el cantante. Apenas luces blancas iluminaban a cada músico y otras más potentes para el público. Ni humo ni demás efectos especiales. Dos pantallas gigantes para verles mejor las caras.
Tres bises debió hacer, nadie se quería ir; había hambre y sed de Silvio después de 20 años de ausencia. Los músicos acompañantes, tan talentosos como humildes.
La salida fue igual de asombrosa. Cantidad de autos no podían arrancar entre la multitud de caminantes. Y esperaban tranquilos, sin bocinazos, sin protestar, a que les llegara el momento de partir. Las calles de Carrasco se llenaron de gente, invasores, pensaba yo, para esos residentes de cuello estirado y nariz para arriba.
Nos reíamos: ¡cuidado, vienen las hordas de Silvio!