Encontrá todos los archivos de audio en MP3 del programa de radio La Venganza Será Terrible de Alejandro Dolina

La venganza será terrible del 18/03/2016

Comentario #66246

Daniel Franz

Daniel Franz el lunes, 21 de marzo de 2016 a las 11:54 AM en La venganza será terrible del 18/03/2016 dijo:

(Perdón, pero este comentario se me ha hecho tan extenso que he sentido la necesidad de agregarle este pequeño prólogo, mediante el cual solicito las excusas del caso a los foristas que tengan a bien leerlo, o al menos intentarlo. Desde ya manifiesto todo mi reconocimiento y admiración para aquellos que tengan la paciencia suficiente como para leerlo hasta el final. Ciertamente yo no la hubiera tenido, de no haber sido por el hecho de que me he visto involucrado en la elaboración del comentario, en calidad de autor del mismo)

Amigo Julián:
Seguramente tienen razón tanto tú como Mariano C, y debo estar analizando mal los comentarios del foro. Mi punto fuerte (que aun estoy buscando) no es ciertamente el análisis minucioso de nada. Como creo que dije antes, hace un tiempo que he abandonado toda pretensión intelectual (que alguna vez tuve), del mismo modo que he abandonado mis juegos infantiles.
Para mí es suficiente si puedo captar –nada más y nada menos que- la esencia o el espíritu de las cosas. Lo cual casi nunca logro, de más está decir.

Bien, me queda claro que eres una persona de muy buena dotación intelectual y cultural.
Pero… (ahora viene la verdad) … (no, lo anterior ya era verdad, con lo cual queda refutado el famoso Teorema de Fermat/Barton), leyendo tus comentarios me da pena que despedicies tu capacidad ocupándote de contínuo en lo que opinan o dejan de opinar otras personas sobre tí. ¿Qué necesidad tienes de estar contínuamente descalificando, juzgando, clasificando a otros si ocurre que éstos te hacen comentarios irónicos, agresivos, o aun insultantes?
Como dijo un gran sabio (cuyo nombre no recuerdo): Si la verdad está contigo, ¿qué te pueden importar las críticas? Y si no lo está, ¿de qué te pueden servir los elogios?
Con todo respeto, me parece que hay en ti una excesiva necesidad de ser aceptado, de ser comprendido, de ser reconocido, de ser aplaudido. Cuando eso no ocurre, tu irritación te lleva a desbordes verbales tales que yo creo que a veces pueden llegar a superar la -supuesta o real- agresión recibida.
No es que yo no vea o no reconozca que algunos comentarios dirigidos hacia ti contienen dosis de veneno, a veces fuertes. ¿Cuál es el problema con eso? Creo que todos sabemos, incluso un recién llegado como yo, que muchos comentarios van dirigidos a buscar la reacción, a provocar la polémica intencionalmente, y no responden a la opinión real de quienes los vierten. U otras veces representan un escape humorístico para soslayar un tema que no quieren encarar tal como tú lo has planteado, o bien sobre el cual no tengan la información suficiente. En cualquier caso, ¿cuál es el problema si nuestra propuesta no es de buen recibo para algunas personas? Tal vez debamos pensar en formularla de otra manera, tal vez debemos quitarle densidad. O tal vez, finalmente, si nadie acepta nuestra propuesta, podamos llegar a la conclusión de que estamos en el foro equivocado para lo que queremos lograr. ¿Debemos por ello denostar a los que encaran las cosas de manera diferente a la nuestra?
Creo que hay que entender el tono general de este foro. Nadie viene aquí a aprender estructuralismo ni budismo. Hay mejores fuentes para ambas cosas. Aquí venimos todos a charlar, a intercambiar ideas, a enriquecernos y entretenernos a la vez con otros puntos de vista, de pronto a generar alguna polémica distendida sobre distintos temas, sobre todo acerca del programa de Dolina y alrededores. Y también, cómo no, tal vez de vez en cuando tirarnos alguna patadita por debajo de la mesa forma parte de los códigos que he podido percibir en este ámbito. No creo que haya que rasgarse demasiado las vestiduras con ese tema. Creo que un distendido “laissez faire, laissez passer” es la mejor política al respecto.

En lo que me toca, es verdad, he lanzado algunos comentarios irónicos dirigidos a ti (me disculpo nuevamente), los cuales, si me puedes creer, los hice más desde un espíritu lúdico de querer pinchar un poco el globo de un ego que visualizaba inflado con algunas libras de más, que desde el enojo o la irritación personal (o el deseo de “gastarte” como tú dices una y otra vez), de todo lo cual carezco en absoluto.
Podría decir en mi descargo que lo hice “en una buena” pero no, la verdad es que lo hice “en una mala”, o en el mejor de los casos “en una pícara”. Mal yo, y mi problema es corregir esa condición negativa de mi mente.
Ahora bien, te pregunto: ¿cuál es el problema con respecto al cual tú puedes hacer algo: los comentarios irónicos o agresivos o insultantes de otras personas, o tu reacción destemplada y desproporcionada hacia ellos?

Y ya que hablamos de “gastadas”, me parece apropiado traer a colación al rey de reyes en ese tema, el nunca suficientemente reconocido Dr.Tangalanga. Un maestro de la gastada, un verdadero artista. A veces cada tanto me da por volver a escuchar algunos de sus llamados clásicos (¿qué te parece el nivel intelectual en que me muevo, eh? Andá yebando, andá, vo compadrito…). El llamado “Plomero inseguro” es una pequeña joya, una obra maestra en el arte de provocar la ira. El tipo va tocando, con graduación magistral, todos los puntos sensibles del ego de una persona hasta que la hace estallar en cólera. Yo creo que los llamados de Tangalanga revelan el estado de nuestra alma (rioplatense al menos, pero creo que fácilmente se puede extrapolar a cualquier otra latitud) mucho mejor que cualquier estudio psicológico. Si nos agreden o nos sentimos agredidos, parece que necesariamente debemos agredir, si es posible con mayor fuerza. Parece que ésta es una respuesta básica, animal, instintiva, inseparable de nuestro ser humano. SIN EMBARGO, hubo algunos pocos honorables ejemplos que demuestran que esto no es así, que no estamos condicionados por nuestra animalidad, que en el fondo somos libres, que tenemos capacidad de elegir. En algunos muy destacables llamados podemos apreciar que los esfuerzos de Tangalanga por irritar encontraron del otro lado a personas de actitud serena, imperturbable, a las que, por más que quiso hacer enojar por todos los medios (cada vez más agresivos en la medida que no encontraba la respuesta que buscaba) no pudo sacar de su corrección y amabilidad. Esas personas tuvieron la capacidad de responder a un insulto con palabras amables, sin cortar la llamada y sin alterar en absoluto su cortesía y su buena disposición para ayudar a quien le estaba haciendo algún reclamo, por absurdo que éste fuera y a pesar de lo inapropiado de las formas utilizadas. Ellos supieron mantener esa actitud, inalterable, hasta el final del llamado. A veces, con hidalguía, el propio Tangalanga terminó aceptando su derrota y felicitando a estos verdaderos héroes anónimos. Confieso mi absoluta admiración por esos tipos. Si el mundo tuviera más de estas personas, sería un mundo mejor. Y a veces, cuando salgo a la calle de mañana, me acuerdo de ellos y me digo: “bueno, hoy probablemente saldrán a mi encuentro muchos tangalangas, mucha gente que tratará de hacerme perder la calma y la serenidad. Los encontraré en el tránsito, en la calle, en el trabajo, o tal vez cuando requiera un servicio en algún comercio, o quizás me llamen por teléfono haciéndome algún reclamo en un tono levemente agresivo. Aparecerán sin previo aviso, cuando menos me lo espero, cuando esté con la guardia más baja. Y cuando los tangalangas vean que no logran enojarme poniéndose delante de mí en la cola del supermercado, tal vez probarán empujarme sin disculparse, y luego tal vez apelarán a la ironía, y finalmente quizás lleguen al insulto directo. La vida-tangalanga va a poner a prueba mis supuestos progresos espirituales, de los que a veces me siento tan estúpidamente orgulloso, hasta el límite de lo soportable. ¿Tendré la presencia de ánimo necesaria para mantener la calma como la tuvieron esos grandes héroes anónimos?”.

Si es cierto que sabes más (y en muchos temas es probable que sea cierto) que los “gastadores vacíos”, los “lectores de solapas”, etc, ¿es necesario señalarlo, remarcarlo? ¿Es necesario humillar a otras personas por su falta de conocimientos en algunos temas? ¿No sabrán ellos más que tú en muchos otros? ¿No sabrán ellos más que tú en los temas que en verdad importan, en los esenciales, en los que hacen al “saber vivir”? ¿Qué es el saber (o mejor, la sabiduría) en definitiva? ¿Citar al Buda o a Jesús o a Ramakrishna es sabiduría? Recitar el Bhagavad Gita de memoria es sabiduría? ¿Tutearse con Platón, Heidegger, Sartre o Derridà es sabiduría? ¿Tener grandes conocimientos en alguna rama de la ciencia o de la tecnología es sabiduría? No, mil veces no. Humildad es sabiduría. Amor es sabiduría. Compasión es sabiduría.

Mira, hace poco que estoy en este foro. En este corto tiempo ya he recibido varios insultos, tales como “hipócrita”, “falso”, “cínico”, y algún otro más que no recuerdo. Aun mucho peor: se ha llegado al extremo de dudar de mi condición de uruguayo!!!
Si yo considerara, luego de un examen de conciencia, que alguno de estos insultos es cierto, ¿cuál sería mi problema? ¿Tratar de hacer callar a quienes me los dicen con otros insultos mayores, o tratar de superar en mí esas nefastas enfermedades del alma? Si ocurriera que ellos tienen razón, ¿no tendría que sentirme yo agradecido con quienes me han hecho ver mi deplorable condición y –sin saberlo- me han ayudado a superarla?
E inversamente, si luego de ese examen de conciencia, llego a la conclusión de que esos insultos no son ciertos, cuál es la utilidad de reaccionar insultando a su vez a esas personas, con insultos que, proferidos desde el enojo y la consiguiente obnubilación de la mente, seguramente serán también falsos? ¿Para qué seguir añadiendo leña al fuego? ¿Por qué mejor no extinguirlo? Si alguien me insulta, ¿no tiene ya bastante castigo con la condición negativa de su mente, en la cual el insulto se engendra? ¿Por qué añadir otro castigo más?

En el Dhammapada hay una frase famosa del Buda al respecto: “Nunca el odio puede poner fin al odio. Sólo el amor puede”. Perdón si en este punto se me pianta un lagrimón.
Y algunos siglos más tarde, los ecos de las palabras de Siddharta reverberan en un humilde carpintero de Galilea: “Si alguien te abofetea una mejilla, ponle también la otra”.
Otro lagrimón. Estamos todos nosotros muy lejos de poder entender y aceptar esta frase, pero sé que llegaremos a hacerlo, seguro, cuando dejemos atrás el ego, al igual que antes dejamos atrás nuestra infancia.

En definitiva, Julian: ¿por qué no adoptar una actitud más relajada, más compasiva, hacia los demás, ya sea que sepan mucho o poco de los temas que nos interesan, creamos o no que están equivocados, nos comprendan o no, nos acepten o no, nos traten como esperamos o no? ¿Por qué no vernos a todos como hermanos, posiblemente con distintas edades, posiblemente creciendo espiritualmente por variados medios y caminos, algunos muy distintos a los nuestros?

El mejor comentario que he leído desde que estoy en el foro, para mí fue uno muy breve que hizo hace poco Mariano C, cuando dijo que podíamos hacernos los malos pero que en el fondo éramos unos “tiernos”. Fue, además, el único comentario hasta ahora que me movió una cuerda emocional.
Salvando las distancias, me hizo recordar a la escena final de “Esperando la Carroza”, esa gran película argentina (con una impronta y un clima también muy uruguayos).
Allí, Susana, la histérica esposa del eterno desgraciado Jorge (excelente Julio De Grazia), luego de pasarse toda la película al borde de un ataque de nervios, siempre alterada, siempre gritando, siempre peleando con su esposo y sus cuñados y cuñadas, reclamando –con mucha razón- un alivio a su situación desesperada, pidiendo siempre “un poco de paz” (y recibiendo siempre el desprecio y la ironía), en ese momento estalla en una larga carcajada, que es observada por el resto de la familia con extrañeza e incredulidad. Cuando su cuñada (genial China Zorrilla) le pregunta: “¿De qué te reís?”, ella le contesta: “De vos”, y luego, mirando a la cámara (involucrando así sorpresivamente a un espectador que hasta ese momento había estado sentado muy tranquilo en su butaca), con una mirada muy tierna y compasiva, agrega pausadamente: “DE TODOS NOSOTROS ME RÍO”.
Extraordinario, diría Dolina.
Para mí, esta escena es una de las más conmovedoras en la historia del cine.
En un instante supremo, en el clímax del sentido de lo absurdo de la vida, esa mujer, agobiada, golpeada, despreciada, continuamente ninguneada, fue capaz de verse a sí misma, y a los demás, “desde afuera” y comprender, perdonar y sentir compasión hacia todos, aun hacia aquellos que la habían destratado hasta hacía unos pocos momentos atrás. Se reía, sí, pero no se burlaba, se reía compasivamente de lo absurdo e inútil de las pequeñas preocupaciones materiales, de esas cáscaras vacías que nos impiden alcanzar nuestra verdadera estatura espiritual. Y en esa mirada cálida, amorosa, compasiva, omni-abarcativa, “holística” como te gusta decir, pudo comprender las miserias de todos, incluso las propias. Pudo perdonar y compadecer a sus cuñadas egoístas, juzgadoras, irónicas e hirientes, a sus cuñados infieles, a su suegra, la tan complicada -pero entrañable al fin- Mamá Cora. Pudo llegar a sentir compasión incluso por un cuñado extremadamente difícil de querer (Brandoni extraordinario, colosal, de una perfección casi impúdica).
Y finalmente, cuando Susana gira su cabeza hacia la cámara, la mirada compasiva toma otro vuelo, va más alla y rompe el dique del compartimento estanco de la película, derramándose y extendiéndose sobre el espectador, sobre todos nosotros. Entonces, Susana cobra una dimensión trascendente, mística. Susana ya no es más Susana, ahora es el Buda compasivo. Susana ahora se trans-sustancia en el Cristo Salvador que nos mira con infinita compasión y nos dice “comprendo tus sufrimientos y estoy contigo en ellos, siempre. Ni un instante me alejo de tu lado. Te amo, no importa lo que seas, ignorante, sabio, chorro, generoso o estafador. Eres mi hijo. Te amo, sin condiciones. Ten fe en mí, hay un fin del sufrimiento. Cree en mí, de cierto te digo, eres salvo” (otro lagrimón, y otro más…).
Y ella pudo finalmente reír con ganas, por primera vez, comprendiendo en esa risa virginal que todo pasa, comprendiendo lo absurdo de desgastarse en odios y rencores, comprendiendo que nada dura demasiado bajo el sol, que no vale la pena dejarse agobiar por lo transitorio, que lo esencial no puede ser ese ir y venir alocado de la película de la vida con su carga inevitable de egoísmos y miserias, que hay “algo más”, algo permanente, algo eternamente dichoso, algo que sostiene, abarca, y trasciende a todo el plano material. Y comprendiendo que justamente, en esa mirada perdonante, amorosa, compasiva, hacia todos por igual, estaba la clave para alcanzarlo.

Bueno, así lo vi yo al menos. Tal vez los críticos especializados puedan tener una visión ligeramente diferente.

Pero sea como sea, con todo respeto te digo, esa mirada amorosa y compasiva es la que me está faltando en tus comentarios.
Estoy deseando verla (la mirada) para poder darte un día con todo gusto mi voto positivo.
Y si un día tomamos un café, seguramente las tostadas tendrán mejor sabor.
Un abrazo.