El estilo que empleas se basa en la iteración, en el reconocimiento de ciertos elementos por parte del oyente que desatan lo gracioso. Cómo nos explicarías esa estructura que evita rigurosamente el chiste.
Claro, este es un inconveniente que tenemos con el otro participante del programa que es Daniel Mactas, que propende al chiste y no hay forma de sacarlo de ese convencimiento y nosotros en el programa no contamos chistes. Pueda haber chistes en el radiocine porque es una estructura que está pensada con anterioridad, pero en el discurso de improvisación, particularmente, un chiste desafortunado, es clausura, registra una clausura del diálogo. En cambio lo que hay que tratar de hacer es mantener una situación dramática, - ¿por qué no decirlo?- en donde cada uno va abriendo el juego y va incorporando su aporte como un río que va buscando afluentes cada vez mayores hasta desembocar en el río principal. El chiste cierra, es un dique, una laguna. Particularmente si es un mero juego de palabras y es lateral, y no brinda aporte “hidrográfico” al discurso general. Por eso es que nosotros evitamos los chistes casi de un modo premeditado. No es que observando nuestro pasado se registre la ausencia del chiste, estamos muy prevenidos contra eso. Cuando Ud. Está hablando de alguna cosa y viene alguien con un juego de palabras y le dice que los aviones no se mojan porque llevan piloto, amén de una gansada está clausurando el diálogo imaginativo. En cambio, cuando le añade al mundo que se está creando una situación que por absurda resulta graciosa pero que no clausura, que sigue y se encadena con lo que dijo antes abre la puerta para ulteriores invenciones, entonces es ahí cuando el programa está funcionando.
Pero tú juegas con la estructura de los chistes pero sin decir los remates, apostando a que ya son conocidos, un contar sin contar.
Sí, pero no es el chiste lo que produce la risa sino el recuerdo del chiste, ahí uno se pone fuera del chiste y lo que comparte con los oyentes es la maravilla de que haya gente que se ría de eso. Yo siento una gran ternura por tantos antepasados míos que se han reído de ese chiste, por el camino que ese chiste ha seguido de generación en generación - todo fenómeno - pero lo único que no me gusta es contar y oír esos chistes. Pasa un poco como con los antiguos orientales, que contaban la historia de una isla que en realidad era una tortuga y se maravillaban de eso, los ingleses que recibieron por los traductores aquellos cuentos, más bien se maravillaban de que alguien pudiera creer que hubiera una isla que era una tortuga, es decir, eran maravillas de distinto orden.