¿Qué razón existe para suponer que soy algo distinto a la suma total de mis atributos y accidentes? ¿Qué puede hacer creer que, una vez enumeradas todas las circunstancias de mi persona, quede algo absolutamente incognoscible como mi esencia? Aunque la ya obsoleta noción filosófica de esencia sirve para alentar alguna débil esperanza de supervivencia a la muerte, todos los datos disponibles de la realidad indican fuertemente que nuestra personalidad quedará aniquilada con la destrucción física del cerebro. Las ideas de Dios, alma, espíritu y afines ahora sólo tienen sentido y aplicación en la poesía y en el arte en general.
Vuelvo a preguntar lo mismo de siempre: ¿qué son los míseros logros (si hubiera alguno) de los maestros espirituales comparados con el abrumador éxito del método científico en describir la realidad y modificarla? Esos maestros dicen muchas cosas, pero no pueden demostrar ni una sola de ellas; lo mismo sucede con los pseudoterapeutas alternativos (que ahora se llaman a sí mismos terapeutas complementarios por motivos legales y porque no ignoran que la medicina que cura de verdad es la medicina científica).
Ninguno de estos esfuerzos por postular que somos seres privilegiados, inmortales y poseedores de una esencia divina e indestructible debería sorprendernos: a esta altura de la biología evolutiva, todavía hacemos malabares retóricos para negar que pertenecemos al reino animal. (Después de todo, algunos de mis mejores amigos son primates catarrinos.)