Mariano C., aquí está el programa original citado por la oyente; la observación de Dolina sobre la idiotización del enamorado comienza a partir de la marca de tiempo 0:20:13. Suscribo las palabras de Rolón cuando Dolina agrega que le gustaría no haber dicho eso: Yo hubiera dado mi vida por escribirlo, no por haberlo dicho improvisando.
Mariela, pasó mucho tiempo desde la última vez que oí hablar sobre el agnosticismo, y no recordaba que fuera un neologismo creado por Thomas Huxley; además de las diferencias prácticas y filosóficas entre el ateísmo y el agnosticismo que señalás, sospecho que hay otro aspecto relacionado con el instinto básico mejor estudiado por nuestros más eminentes etólogos humanos: el cagazo a la yuta. En la época de Fichte (mencionado por Dolina), Darwin y Huxley, la acusación de ateísmo podía costar la carrera, el trabajo o la libertad; supongo que el agnosticismo pudo servir como una especie de salvoconducto para excusarse de dar explicaciones a las autoridades. De todos modos, también tengo la sospecha de que esas personas quizá no podían ser ateas en el mismo sentido que lo somos hoy: la química orgánica era una novedad, aún suponían que en la materia viva había algo esencialmente distinto a la materia inerte, no podían imaginar que el experimento de Miller y Urey demostraría que las bases químicas de la vida surgen fácilmente de entornos completamente abióticos y bastante aburridos. En todo caso, aunque pudieran recurrir a conjeturas como la generación espontánea, quedaba el problema de la violación del principio ex nihilo nihil fit; da la impresión de que, en algún punto de la cadena de razonamientos, esos científicos necesitaban forzosamente alguna forma inicial de intervención sobrenatural o divina, un acto primigenio de creación, hipótesis que ahora sabemos innecesaria. Pero aun así, la repulsión por la palabra ateísmo sigue bastante vigente, excepto cuando se usa como insulto. (Pienso en esos conocidos políticamente correctos que tiene uno, que viven atajándose del cargo de impiedad con la frase: yo no soy ateo, soy agnóstico.)
En otro orden de cosas, terminé de leer la novela de Grass y de compararla con la traducción de Carlos Gerhard; en mi ínfimo juicio, tenés razón, Die Blechtrommel es Marechal en alemán. (La traducción de Gerhard es absolutamente fiel; solo omite unas pocas aliteraciones y metáforas imposibles de traducir, y que no afectan en absoluto al estilo o a la intención del texto original. Ahora me cebé y voy por Der Butt, aunque me parece que ese sí tiene problemas de traducción.)
Una curiosidad: la decisión de prohibir el uso del lenguaje inclusivo en toda la administración pública es festejada tanto por oficialistas como por opositores al gobierno, con muy escasas opiniones en contra (en general, de individuos más interesados en conservar el DNI no binario que en protestar por el crecimiento exponencial de la injusticia social y la catástrofe económica que está por destruir a los sectores más desprotegidos de la población). Ahora existe alguna evidencia empírica para suponer que esas ingentes políticas de género y diversidad elevadas por muchos años al estatus de absoluta sacralidad nunca fueron una pasión popular, y que muchos ex funcionarios presuntamente infalibles no pudieron o no quisieron comprender las necesidades reales de la sociedad en que viven. Copito, si llegás a cruzarte con Saxe, por favor pegale una buena piña de mi parte; después yo le explico por qué se la venía mereciendo desde hace rato.