Ya que Dolina solía mencionar tanto a Leonardo Sbaraglia y a Norman Briski (al punto de incluirlos como personajes en algunos segmentos humorísticos), y a veces a Mónica Ayos, paso para decir que vi «El hombre que amaba los platos voladores» y que me gustó; la película es mucho más feliz que su título. El final fue denostado por muchos, aunque supongo que acepta una segunda interpretación menos literal.
Creo innecesario aclarar que nunca tuve la intención de enemistarme con nadie por disentir con algunas opiniones; estoy convencido de que el diálogo pacífico y racional en un marco de respeto y convivencia es lo que nos hace crecer como ciudadanos, como personas y como seres humanos. Sí, a vos te lo digo. ¿Qué me mirás así, mamerto? ¿Tengo monos en la cara? ¡Con mi vieja y con mi hermana no, eh! ¡Agarrenmén, agarrenmén que lo mato a piñas a ese jueputa!
Mariela, gracias por citar a Julio Palacio; a pesar de mi interés por la musicología, nunca pude leer sus textos sobre la diatonitis. (Estuve por escribir algo parecido respecto a la percepción musical de Dolina y de otros músicos que tampoco tuvimos desde la infancia el piano como primer instrumento junto con su literatura asociada, y me detuve para averiguar algo más sobre el tema; hasta ahora no pude encontrar material de Palacio.) La referencia a «Blacks Without Soul» me arrancó una carcajada.
Ciudadano32, me gustó la espontaneidad de ese «¡No me reconcilio nada, estúpido!» y la apurada de Barton; extraño ese docto salvajismo aconsejado por la participación de Dorio.
Noto que Dolina insistía en destacar la diferencia entre credibilidad y veracidad en esta serie de programas de los años 2011 al 2013 (algo que tenía sentido durante ese período), aunque la evidencia demostró que los creíbles tenían la razón aunque mintieran, y en especial porque mentían. ¿Fue sensato condenar a millones de argentinos a la miseria y la desigualdad solo por no faltar a una verdad tan sobrestimada como brumosa? Un sociópata utilitarista como yo se negaría a responder esa pregunta con un sí.
Hago notar la insoportable falta de profesionalismo del personal de las dos radios en que trabajó Dolina durante ese período, quizá una consecuencia de la mística de la militancia (¿qué?) aplicada a la comunicación masiva en el siglo XXI. En estos programas que conservan los segmentos informativos también puede oírse a funcionarios y dirigentes que —con voz telefónica de escribano anciano y estreñido— se burlaban de los papelones que estaba haciendo la oposición, que desconocía un inciso perdido de la ley de presupuesto o una ordenanza municipal del año 1873; el mensaje era: «No se preocupen, ¿quién va a votar a esos ignorantes?» Ganaron los papeloneros, naturalmente, y no fue la única vez.