¿Que si me gusta Kurt Weil? ¿A mí me preguntás si me gusta Kurt Weil? No, ¿quién es?
Tengo una especie de obsesión patológica por la música de Weil y la obra de Brecht; de hecho, con mi amigo Claudio Garbolino intentamos hace unos años (muchos, demasiados, cualquier número de años siempre es excesivo) poner en escena una versión literal de Die Dreigroschenoper cantada en alemán, con subtítulos en castellano en pantalla LED; queríamos hacerlo porque las adaptaciones musicales y teatrales de esa ópera cruel (en castellano o en inglés) son siempre edulcoradas o falseadas con finales felices, además de estar plagadas de errores de traducción. (Por ejemplo, la línea de Die Moritat von Mackie Messer que dice: An 'nem schönen blauen Sonntag, liegt ein toter Mann am Strand siempre es traducida como: en un hermoso domingo de sol hay un hombre muerto en la playa, e inmediatamente se informa que Mackie Messer está a la vuelta de la esquina; ese sinsentido ocurre porque se confunde el nombre de la calle Strand en Londres —donde transcurre la acción— con la palabra alemana que significa playa. La suma de muchas literalidades como esa logra que algunas escenas se vuelvan incomprensibles en otros idiomas.)
Por desgracia, Claudio, su hermano Hugo y su padre Carlos tuvieron la pésima idea de morir durante la pandemia, unos meses antes de que la vacuna estuviera disponible; fueron grandes amigos, y también socios y compañeros de gloriosos fracasos.
El hecho es que aún puedo tocar de memoria todas las canciones de esa ópera, cosa que hago casi diariamente; así de presente está Kurt Weil en mi vida. (Mi favorita es Zuhälterballade por lo que tiene de tango y habanera, pero también me divierto mucho con Kanonensong y Die Ballade von der sexuellen Hörigkeit; de esta última canción recomiendo la versión de Nina Hagen, que entendió bien por dónde andaba la cosa.)
Siento que Dolina, a pesar de haber mencionado tantas veces la técnica del distanciamiento, nunca haya dedicado un segmento a Brecht y a Weil; hay mucho para hablar ahí. Siento que Cora Barengo no haya reparado nunca en Elisabeth Hauptmann; quizá no la considere lo suficientemente sorora como para ocuparse de ella. Siento que nuestro progresismo —ese que riega siempre fuera del almácigo— recuerde a Brecht por cosas que jamás escribió (como aquello de «cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio porque no era comunista»); también Brecht deploraba que lo recordaran solo como el autor de la frase «primero está la comida, la moral viene después». Siento que están golpeando la puerta; no salgo ni loco, seguro que son los mormones.
Gracias, Mariela, por visitar ese catálogo de torpezas y arbitrariedades que es ese canal de YouTube; en realidad, le sirve a mi novia para aprender algo de castellano mediante letras de canciones traducidas (estuve por escribir pareja, pero me arrepentí; los atorrantes y ordinarios que no se psicoanalizan ni leen a Galeano tienen novias, nunca parejas). Ella está ahora en Alemania (nació ahí), y vamos a casarnos en diciembre; después de eso, quizá vivamos en Berlín, en Seattle, o en un infierno. Cualquiera que fuera nuestro destino común, siempre nos unirán la impuntualidad, la insolvencia económica y la sequedad de la comida vegana.
A propósito, estoy tratando de hacer que el link del FMI que compartiste me pase por la glotis; cuando se me vaya este color azulado, voy a decir algo al respecto (una puteada, supongo). Encima, los tipos que redactaron eso no se ahorraron ni un solo lugar común. En el pie del comunicado está el número del jefe de prensa; podríamos llamarlo todos para preguntarle si conoce a Miguel Espeche, aunque parece innecesario preguntarle por Caputo.
Agrego: cuando hablo de enamoramiento por los motivos correctos, me refiero a lomo, gambas, etcétera. Hay otras cosas, claro, pero no interesan a nadie.