Rolón —En ese proceso que dura un año, el chico aprende y constituye su yo a partir de esto, de reconocer esta imagen en el espejo.
[...]
Stronati —No está mintiendo, Rolón, ¿no? ¿Es verdad?
Rolón —No, señor, no: la Conferencia de Roma de Lacan. [1]
Stronati —Mirá vos.
[1] N. de la R.: estas palabras hay que oírlas, no leerlas.
Dolina habló muchas veces sobre la historia de los espejos, que en el siglo de Pericles eran muy pequeños, de metal pulido y, hasta tiempos no tan lejanos (siglo XVII, tal vez), artículos de posesión casi exclusiva de emperadores, nobles y personas muy ricas. Antes de eso, ¿la gente común no tenía un yo?
A veces hay que romper un vínculo aun amando, Infidelidad: la ruptura de un acuerdo, El amor nunca es verdadero, Aprender a soltar el pasado, El amor es carencia y la carencia es dolor, A veces cuesta separarse, ¿No fui suficiente?, Sé que puedo tener una vida mejor, son algunos de los títulos de los videos recientes de Gabriel Rolón, que creo que abandonó la práctica psicoanalítica para dedicarse a la pareja, o más específicamente, a su disolución en ácido clorhídrico. (Esos videos son como los segmentos El ama de casa también es un ser humano, Mi marido es un cerdo o Mi mujer me tiene podrido, pero quitándoles el humor.)
Tengo la sospecha de que Rolón se puso en sociedad con el abogado especialista en separaciones y divorcios al que le subalquila el consultorio. Ya puedo imaginar su nuevo libro: Me rompieron el vínculo y me cobraron caro, pero me lo dejaron bien, con prólogo de Guillermo Stronati.
Mariela, ya que hablaste del cine que pone caras a personajes mitológicos o históricos (ahí donde Loki tiene el rostro de Tom Hiddleston, Oscar Wilde tiene sin esfuerzo el rostro de Stephen Fry, y John Malkovich tiene el rostro de John Malkovich), menciono ahora un fenómeno opuesto: las empresas discográficas que no ponían caras a músicos y cantantes, al menos en Argentina. (Limito la observación a la música mal llamada clásica, aunque también mal llamada culta, y el pseudoproblema de definición podría prolongarse mucho más allá de los límites de mi interés.)
Las ediciones europeas y norteamericanas de Deutsche Grammophon, Polygram, Sony Classical, incluían hojas técnicas detalladas de la grabación, biografías y retratos o fotos de compositores y artistas, libretos de óperas con traducciones a varios idiomas, etcétera; por motivos de costos, esa información se suprimía en las ediciones locales. Una grabación de Anne Queffélec podía venir tanto con una portada de un cuadro de Franz Winterhalter como con una caricatura de Erik Satie o una pintura abstracta de Kandinsky; eso no estaba nada mal, pero no nos decía nada sobre Anne Queffélec. Werner Egk podía ser infinitamente más vago que el impostor inverosímil Tom Castro, y todo así. La popularización de la WWW (no de Internet en general, que mucho antes de eso era saqueada por abyectos delincuentes que explotaban las limitaciones técnicas de las centrales telefónicas mecánicas para hacerle phreaking a ENTel o a Telecom, y echarle el muerto a Magoya, a Montoto o a Espeche, especialista en vínculos) al fin puso cara a esos artistas: Anne Queffélec era una mujer mayor muy linda, muy elegante y muy simpática, Werner Egk tenía cara de yo no fui, y todo por el estilo. Hoy, resulta casi imposible no reconocer inmediatamente a Yuja Wang. (Sí, es un ejemplo tendencioso, pero detrás del divertido personaje que creó para los medios está quizá la mejor pianista del mundo en este momento.)
Hace unos días publiqué un video de Thomas Quasthoff; vengo oyendo y estudiando sus grabaciones desde 1987 porque me pareció que no trabajaba frases musicales enteras, sino que tomaba sílaba por sílaba y las pulía por horas hasta que sonaran perfectas (detalle que resultó cierto, ese era su método); me pareció un cantante patológicamente obsesionado con la excelencia, y eso me gustó. No lo había visto nunca en video hasta bien entrado el año 2000, y no sabía que era uno de los afectados por los efectos teratogénicos de la talidomida. Como el buen miserable que soy, reconozco que su aspecto físico me produjo momentáneamente un fuerte impacto del que aún me avergüenzo; después, recordé que mi admiración artística era muy anterior a esa revelación, y que no era resultado de ningún chantaje sentimental. Me produce alguna desconfianza que haya sido empleado bancario, pero ni siquiera eso le hizo perder el sentido del humor.
A propósito: Quasthoff se retiró del canto en el 2012, y explicó:
Ya no estoy a la altura de los estándares de calidad que me impuse para mi trabajo artístico, y por eso pedí a mi representante que cancelara todas las fechas de los siguientes conciertos.
¿Tiro por elevación? Quizá.
(Escribo esto con el ojo que me quedó más o menos sano; me peleé en la calle y me la dieron mal, y encima ahora me lo reprochan con palabras que apenas puedo comprender o traducir, que acaso contienen maldiciones tan antiguas como la Biblia de Wulfila. Jamás dije ser pacifista.)
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[1] N. de la R.: estas palabras hay que oírlas, no leerlas.
Dolina habló muchas veces sobre la historia de los espejos, que en el siglo de Pericles eran muy pequeños, de metal pulido y, hasta tiempos no tan lejanos (siglo XVII, tal vez), artículos de posesión casi exclusiva de emperadores, nobles y personas muy ricas. Antes de eso, ¿la gente común no tenía un yo?
A veces hay que romper un vínculo aun amando, Infidelidad: la ruptura de un acuerdo, El amor nunca es verdadero, Aprender a soltar el pasado, El amor es carencia y la carencia es dolor, A veces cuesta separarse, ¿No fui suficiente?, Sé que puedo tener una vida mejor, son algunos de los títulos de los videos recientes de Gabriel Rolón, que creo que abandonó la práctica psicoanalítica para dedicarse a la pareja, o más específicamente, a su disolución en ácido clorhídrico. (Esos videos son como los segmentos El ama de casa también es un ser humano, Mi marido es un cerdo o Mi mujer me tiene podrido, pero quitándoles el humor.)
Tengo la sospecha de que Rolón se puso en sociedad con el abogado especialista en separaciones y divorcios al que le subalquila el consultorio. Ya puedo imaginar su nuevo libro: Me rompieron el vínculo y me cobraron caro, pero me lo dejaron bien, con prólogo de Guillermo Stronati.
Mariela, ya que hablaste del cine que pone caras a personajes mitológicos o históricos (ahí donde Loki tiene el rostro de Tom Hiddleston, Oscar Wilde tiene sin esfuerzo el rostro de Stephen Fry, y John Malkovich tiene el rostro de John Malkovich), menciono ahora un fenómeno opuesto: las empresas discográficas que no ponían caras a músicos y cantantes, al menos en Argentina. (Limito la observación a la música mal llamada clásica, aunque también mal llamada culta, y el pseudoproblema de definición podría prolongarse mucho más allá de los límites de mi interés.)
Las ediciones europeas y norteamericanas de Deutsche Grammophon, Polygram, Sony Classical, incluían hojas técnicas detalladas de la grabación, biografías y retratos o fotos de compositores y artistas, libretos de óperas con traducciones a varios idiomas, etcétera; por motivos de costos, esa información se suprimía en las ediciones locales. Una grabación de Anne Queffélec podía venir tanto con una portada de un cuadro de Franz Winterhalter como con una caricatura de Erik Satie o una pintura abstracta de Kandinsky; eso no estaba nada mal, pero no nos decía nada sobre Anne Queffélec. Werner Egk podía ser infinitamente más vago que el impostor inverosímil Tom Castro, y todo así. La popularización de la WWW (no de Internet en general, que mucho antes de eso era saqueada por abyectos delincuentes que explotaban las limitaciones técnicas de las centrales telefónicas mecánicas para hacerle phreaking a ENTel o a Telecom, y echarle el muerto a Magoya, a Montoto o a Espeche, especialista en vínculos) al fin puso cara a esos artistas: Anne Queffélec era una mujer mayor muy linda, muy elegante y muy simpática, Werner Egk tenía cara de yo no fui, y todo por el estilo. Hoy, resulta casi imposible no reconocer inmediatamente a Yuja Wang. (Sí, es un ejemplo tendencioso, pero detrás del divertido personaje que creó para los medios está quizá la mejor pianista del mundo en este momento.)
Hace unos días publiqué un video de Thomas Quasthoff; vengo oyendo y estudiando sus grabaciones desde 1987 porque me pareció que no trabajaba frases musicales enteras, sino que tomaba sílaba por sílaba y las pulía por horas hasta que sonaran perfectas (detalle que resultó cierto, ese era su método); me pareció un cantante patológicamente obsesionado con la excelencia, y eso me gustó. No lo había visto nunca en video hasta bien entrado el año 2000, y no sabía que era uno de los afectados por los efectos teratogénicos de la talidomida. Como el buen miserable que soy, reconozco que su aspecto físico me produjo momentáneamente un fuerte impacto del que aún me avergüenzo; después, recordé que mi admiración artística era muy anterior a esa revelación, y que no era resultado de ningún chantaje sentimental. Me produce alguna desconfianza que haya sido empleado bancario, pero ni siquiera eso le hizo perder el sentido del humor.
A propósito: Quasthoff se retiró del canto en el 2012, y explicó:
¿Tiro por elevación? Quizá.
(Escribo esto con el ojo que me quedó más o menos sano; me peleé en la calle y me la dieron mal, y encima ahora me lo reprochan con palabras que apenas puedo comprender o traducir, que acaso contienen maldiciones tan antiguas como la Biblia de Wulfila. Jamás dije ser pacifista.)