Ja, ja, muy bueno Norberto, el humor siempre es bienvenido.
No, yo creo que Nisargadatta no tomaba nada y se aguantaba el dolor, lo cual podría explicar por qué su paciencia no era mucha, y a veces se calentaba y rajaba a alguno de sus visitantes, generalmente a gente que sólo iba allí para hacer alarde de sus supuestos conocimientos, quizás buscando fines subalternos (levantarse a alguna devota que estuviera buena, por ejemplo).
Me ha apabullado con sus conocimientos científicos, no sabía que teníamos al hijo no reconocido de Stephen Hawking en el foro.
Pero sobre los dichos de los místicos le diré que es un tema complejo: aquí hay varias cuestiones a considerar, que tienen que ver con entender qué es y qué busca un místico, en razón de lo cual un místico no puede ser medido con los mismos parámetros con que mediríamos a un científico.
Usted está en todo su derecho de creerlo o no (me queda claro que en este momento no) pero un místico verdadero (hablamos de Jesús, Buda, Ramakrishna, Ramana Maharshi, cosas serias, ¿verdad? No estoy hablando de un Osho, un Sai Baba, un Ramesh Balsekar o una Gangaji) es alguien que tiene un conocimiento directo de la, llamémosle, “Verdad Absoluta”, o también podríamos decir “el backstage de la vida”. El místico por propia definición no duda, porque SABE. Ud no dice: “yo creo que 2 + 2 tal vez sea 4, pero tal vez esté equivocado”. Ud SABE que es 4, y no tiene ninguna duda de ello. Del mismo modo, el místico es alguien que SABE, por realización directa, cuál es la realidad profunda y causal de todo este andamiaje que llamamos “Universo”, y el fenómeno de la vida dentro de él, del cual las personas comunes sólo podemos percibir apenas la superficie consecuencial. Su camino para llegar a esa Verdad no fue, por cierto, la experimentación y la deducción científica. No podría serlo, porque la ciencia (reconociendo y reverenciando lo importante que ha sido y es para el desarrollo humano) tiene limitaciones inherentes y esenciales: sólo puede estudiar la superficie material del Universo, sólo puede subsistir mientras exista la dualidad entre “sujeto que percibe” y “objeto percibido”, y aquí estamos hablando de una realidad que trasciende el mundo material, el mundo de la dualidad (por favor siga asumiendo por el momento que esa realidad existe). Por lo tanto, el místico no tiene forma de “demostrar” nada científicamente. Tampoco puede “contar” o “explicar” casi nada: el lenguaje, gran invento humano para describir objetos y conceptos del mundo dual, resulta un instrumento totalmente inadecuado e insuficiente para describir este plano. Lo único que puede hacer, y trata de hacer, es dar un camino, un conjunto de instrucciones, para que otros, siguiéndolas, lleguen a la misma realización directa que él. Estas instrucciones, como ud sabe, tienen que ver con el crecimiento en amor, en humildad, en compasión, y en general se podrían resumir en: disminuye tu ego, deja de afirmar y preocuparte por tu pequeña entidad corporal y mental (porque ¡tal vez sea falsa!, aunque no todos los místicos pueden hablar tan claramente).
Entonces llegamos al dilema básico de los místicos: por un lado, a partir del amor infinito que tienen en sus corazones (no puede ser de otra manera si son místicos verdaderos) quieren ayudar como sea a hacer crecer espiritualmente a otros, pero se encuentran con las distintas capacidades de comprensión de las personas que buscan su palabra, a lo cual se suma la insuficiencia de las palabras mismas. Entonces, comprensiblemente, hablan a cada persona según su necesidad y capacidad.
Ramakrishna comparaba esto con una madre que preparaba pescado para darle de comer a sus hijos, de distintas edades y capacidades de digestión: al más grande y fuerte le daba el pescado con muy poca preparación, casi crudo, para el siguiente lo cocinaba más y lo condimentaba para que fuera más fácil de digerir, mientras que para el más chico tenía que cocinarlo aún más y hacerlo papilla, ya que de lo contrario no podría digerirlo.
Jesús tenía un auditorio de gentes extremadamente simples, casi infantiles, y tenía que atraerlos con imágenes idílicas y concretas del “Reino de los Cielos”, y deslumbrarlos con los llamados “milagros”. Pero con sus discípulos más avanzados, podía hablar de forma más clara, directa y despojada de ornamentos y folclore.
Buda tenía un auditorio mucho más maduro, forjado en la tradición filosófica milenaria oriental (como lo testifican los Vedas, en particular los Upanishads), y podía ser más claro. No tenía necesidad de imágenes fantásticas ni de milagros, y se negaba sistemáticamente a hablar de cuestiones metafísicas tales como la existencia o no de Dios, la reencarnación o la vida después de la muerte (por lo cual se suele decir que el Budismo es una religión atea). Metódico, preciso, científico, decía claramente: “si un hombre es herido con una flecha envenenada, y cuando le van a aplicar el antídoto, dice: ‘un momento, antes de que me apliquen el antídoto quiero saber quién es el hombre que me hirió, cuál es su nombre, a qué casta pertenece’, etc, ese hombre morirá. Del mismo modo, ustedes no se preocupen de esas cuestiones. Hagan lo que les digo, sigan el camino que les doy sin demora, y podrán averiguar todas las repuestas por ustedes mismos”.
Así, los discursos de los místicos son muy variables en función del auditorio al que están dirigidos, pensando en la forma de ayudar a cada uno a partir del punto de evolución mental y espiritual en que se encuentra, y por lo tanto no pueden evaluarse cada una de sus palabras con la estrictez con que evaluaríamos un artículo científico.