Una isla desierta, qué bueno… al menos por un tiempo. Sólo pido algunos pocos libros, y en lo posible poder arreglármelas para comer todos los días. Y una ducha (una cascada podría calificar como tal). Al respecto es muy conocida la experiencia del escritor estadounidense Henry David Thoreau, que se construyó una modesta cabaña en un bosque a orillas de un lago (aun existían ese tipo de lugares despoblados en el Massachussets de fines del siglo xix) donde vivió en total soledad por unos dos años, después de lo cual volvió a la civilización. Luego, relató esa experiencia en su obra más conocida “Walden, mi vida en los bosques”.
Es una experiencia que tiene algo del gusano que se mete en la crisálida (introspección, retiro del mundo) para salir convertido en un ser totalmente distinto, capaz de volar, de despegarse de las visiones a ras del piso.
Claro, hay que ver si ha llegado el momento oportuno. El gusano no tiene ninguna duda; de alguna manera sabe que debe emprender la gran metamorfosis de su vida, y nunca se equivoca. En cambio, el momento adecuado para la gran metamorfosis espiritual que aguarda al ser humano es mucho más difícil de predecir, y puede ser que de la crisálida emerja el mismo gusano de antes, o uno aun peor. Debe haber, creo yo, una cierta insatisfacción acumulada con la vida de pequeños burgueses que todos, quien más quien menos, llevamos en el mundo material. Debe haber una cierta rebeldía a conformarnos con la simple adaptación social, con la persecusión de los objetivos materiales y hedonísticos detrás de los cuales todo el mundo parece alinearse, sin que nadie, aparentemente, asombrosamente, se cuestione nada, ni por un momento. Debe haber una cierta sensación (o al menos, necesidad de creer) que hemos nacido (si es que etc) para otra cosa, para alcanzar objetivos mucho más altos.
Contemplándonos como seres humanos, uno a veces se pregunta:
“Usted que se desliza
sobre el tiempo,
usted que saca punta
y se persigna”
…
“¿cómo hace noche a noche
para cerrar los ojos
sin una sola deuda
sin una sola deuda
sin una sola sola sola deuda?”
(Mario Benedetti, “Poemas de la Oficina”) (si hubiera puesto “duda” en vez de “deuda” no hubiese sido mucha diferencia, creo yo).