Creador de contenido is the new parripollo. La mendicidad de atención y popularidad en las redes sociales se volvió una carrera de ratas, supongo que cuidadosamente diseñada por los psicólogos empíricos de Google, Meta, etcétera. Imagino que influencers y afines ―meritócratas al fin― están seguros de que al final del camino los espera la merecida recompensa a sus esfuerzos e inversiones en escenografía, equipos profesionales de video y audio, iluminación, edición, vestuario, asesoramiento, maquillaje y gastos varios: contratos millonarios en dólares, franquicias en todo el mundo, almuerzos con Elon Musk, auspiciantes del orden de Hermès Paris o Apple Inc., tapa en Forbes, entrevistas con Jimmy Kimmel, alojamiento en la suite presidencial del hotel Las Cuatro Medialunas de Caseros. ¿Qué menos podrían esperar de las mismas empresas tecnológicas que nos cobran por robar nuestros datos personales para vendérselos al mejor postor, y que desarrollaron nuevas formas de esclavismo, ingeniería social y explotación que absolutamente nadie pudo prever? (Después de todo, ¿cómo hacer predicciones sobre cosas que ni siquiera sabemos que desconocemos? El futuro ya no es lo que solía ser.)
Mariano C., mi nombre real es Norberto; no digo mucho gusto ni nada por el estilo porque somos antiguos conocidos, y hemos conversado y discutido aquí mismo, cuando la actividad aún era frenética y los comentarios de Viyi entraban uno tras otro como puñalada de manco; después cerré mi cuenta por motivos ajenos a mi conocimiento, y la reabrí con este nombre porque en ese momento estaba oyendo un tema llamado así, dato que expone mi pereza mental. Niego cualquier cargo de erudición; me declaro inocente de ese delito, aunque estoy dispuesto a confesar la comisión de otros aún más graves. Tengo formación en ciencias exactas y duras (una carrera de Ingeniería inconclusa por poco debido a problemas de salud, varios cursos universitarios sobre tecnologías de punta de esa época, filosofía del conocimiento científico, telecomunicaciones), capacitación que naturalmente me llevó a dedicarme a trabajar como músico (no es queja: la pasé muy bien, y absurdamente me pagaban por algo que hubiera hecho gratuitamente con gusto); también trabajé en empresas de ingeniería en varias especialidades, y en todas ellas puse lo mejor de mi ineptitud y mi desgano. Mis únicos contactos con la medicina son haber estado de novio con una médica psiquiatra (era inevitable, viví muchos años a dos cuadras de la Facultad de Medicina y del Loquer... del Hospital Psiquiatrico, digo), y haber prestado servicios técnicos para una empresa de electromedicina, hecho que explicaría cierto exceso de mortalidad que se dio en esas fechas. Me quedó un pequeño rejunte de videos en YouTube de muy escaso interés para otra persona que no sea yo mismo (eliminé todos los grabados por mí porque eran cualitativamente deplorables); sin embargo, tengo planeado trabajar duro para que, con el tiempo, el interés de ese canal sea computable en cero.
Estoy de acuerdo en general con Mariela y con vos en que lo mejor de LVST está en un pasado ya algo lejano. Respeto y comprendo que Dolina se esfuerce para mantener el negocio abierto como aseguramiento económico para su círculo más cercano (un acto de amor muy concreto); yo, como su oyente, no siento la necesidad de participar de ese último sacrificio.