Hoy estoy acá para decirles que Occidente está en peligro, porque aquellos que deben defender sus valores se encuentran cooptados por una visión del mundo que conduce inexorablemente al socialismo.
¡Malditos cerdos capitalistas, otra vez descubrieron nuestro diabólico plan para apoderarnos del mundo insertando mensajes subliminales prosoviéticos grabados por Natalia Oreiro en las canciones de Lev Leshchenko! ¡El camarada Stalin se pondrá furioso cuando se entere de que fracasamos otra vez! ¡Esos condenados occidentales se quedaron con todos los científicos inteligentes!
Somosmuytibios, aunque sé que te mueve una animadversión hacia gente que te cae casi tan mal como a mí (aunque por motivos muy distintos), en tus cálculos solo tenés en cuenta la recaudación bruta, sin tener en cuenta los gastos (alquiler y acondicionamiento de la sala, subcontratación de servicios audiovisuales, gastos de publicidad y venta de entradas, impuestos aplicables al espectáculo, etcétera). Ignoro cuál será la ganancia neta de Dolina y cómo la repartirá entre su equipo, pero estoy bastante seguro de que no sale de ahí con 70.000 dólares en el bolsillo para gastarlos en drogas duras, orgías y caramelos Media Hora. Nada que no pudiera averiguarse, si uno tuviera el tiempo y las ganas.
Si querés encontrar empresarios Nac&Pop miserables, podés hacerlo fácilmente buscando por el lado del ingeniero cordobés (de cuyo nombre no quiero acordarme) y de sus familiares y amigos cercanos que compraron una radio solo porque podían hacerlo, sin tener la menor idea de cómo funcionan los medios de comunicación y de cómo gestionarlos —séanos perdonada la jerga— sin aplicarles los paradigmas empresariales de la ingeniería eléctrica. Es cierto que fue dos veces preso político y que no la pasó nada bien, pero eso no justifica su conocida costumbre de tratar a sus subordinados al estilo de Bouchard, como esclavos con sueldos de miseria (o, como en el caso de Dolina y su equipo de LVST, con ningún sueldo durante más de dos años). La miserabilidad no es patrimonio exclusivo de un solo bando, como lo demuestran quienes fingieron oponerse al ascenso del gobierno argentino actual y que ahora revelan tímidamente su condición de cómplices en la sombra fresca de aquella embajada cuyo nombre no me conviene recordar.
Creo que el verdadero problema con las presentaciones de Dolina a partir del 2014 (o un poco antes) es que no se aclara suficientemente que se trata solo de presenciar las grabaciones rutinarias de un programa de radio no menos rutinario; se vende como espectáculo, pero es solo una noche entre las noches del Dolina desganado de los últimos años.
Imagino un escenario puramente hipotético; niego toda verosimilitud, toda descripción de hechos que pudieran haberle ocurrido a alguien en la vida real (a mí, por ejemplo): una pareja se pelea por una nimiedad (una palabra dicha a destiempo, un insulto involuntario, un intento casi exitoso de ahorcamiento con cuerda de piano); la mujer de la pareja (se trata de una pareja heterosexual, binaria, y por lo tanto detestable para la corrección política y el inclusivismo forzado) considera un encuentro de reconciliación y compra dos entradas para ver el espectáculo de Dolina en alguna ciudad medieval de la Argentina profunda, ahí donde aún relincha el peludo. La mujer hace la invitación correspondiente por WhatsApp, y el hombre de la pareja (que es quien lleva los pantalones porque horas antes había llevado su vestido corto Miu Miu de terciopelo negro a la tintorería) acepta, aun sospechando la fatal desilusión. Los integrantes de la pareja (mujer heterosexual, hombre heterosexual, una degeneración, un asco) se encuentran y se saludan respetuosamente con un apretón de manos y una leve inclinación de cabezas (la efusividad ya se percibe en el aire). Entran al lugar donde ocurrirá el milagro artístico y toman asiento; aparecen Dolina y Barton en el escenario. Aplausos. Dolina y Barton intentan durante veinte minutos hacer reír a la gente, y la gente ríe porque así lo indican el hábito, la costumbre y el libreto. Intermedio. Reaparecen Dolina y Barton, e intentan durante veinte minutos etcétera. Intermedio. Dolina convoca al TSN: aparecen una guitarra, un bajo, una pandereta, una maraca (o más estrictamente, una cabasa usada como maraca), un Microkorg usado solo por un momento para demostrar la calidad superior de su vocoder (pero no durante un tema, sino antes, como para avisar que tienen un Microkorg). Cinco personas en el escenario, cuatro covers para fogata en la playa y una milonga cantada por Dolina. Agradecimientos. Aplausos. Fin. Prontito por la salida. La pareja también egresa, con fondo de ominosa música de cuarteto (de cuarteto cordobés). Aunque la reconciliación aún no se ve en el horizonte, una pregunta tácita los une espiritualmente: ¿Qué m... fue eso que terminamos de ver ahí adentro?
Por lo demás, una entrada de 25 euros no es nada para sueldos españoles por encima de los 2.000; lo que más duele es el uppercut al mentón. La decepción, quiero decir.
Salgo corriendo porque me cierra la tintorería.