Vengo de ver videos de autoyuda de Rolón; aunque nunca negó ser psicoanalista lacaniano, creo que ahora está convirtiéndose en algo aún peor.
Mariela, estoy de acuerdo con vos en que la admiración de Dolina por Karl Popper es algo exagerada; me arriesgaría a suponer que no leyó su obra, sino resúmenes de ella (de lo contrario, no le caería tan simpático ese Popper retrógrado, ilegible y tan cercano a Hayek, a Nozic, y a toda esa gente que tiene sueños húmedos con la demolición del Estado de bienestar). Popper fue seguramente el primero en poner un nombre moderno al problema de la demarcación, pero no el primero en ocuparse seriamente del tema (antes estuvieron Hume, Russell, hasta Kant si hilamos más fino, por no hablar directamente de Peirce, el verdadero fundador del falsacionismo en el sentido popperiano). A veces simpatizo con el ataque de Popper al historicismo, pero después recuerdo que es una crítica políticamente tendenciosa y se me pasa. Me extraña que Dolina (que en la historia de Einstein y Eddington confunde falsacionismo con verificación experimental) ignore que el Sir Doktor Professor Karl Raimund Popper fue una especie de rockstar de los neoliberales más feroces de su época, y que pase siempre por alto por ejemplo a Mario Bunge, quizá el más culto, más complejo, más claro humanista y epistemólogo que hayamos tenido hasta ahora (y a quien ningún aspirante a progresista quiere por presunto delito de portación de apellido).
Nada de esto anula lo dicho: que en el 2007 (y mucho antes, y mucho después) hubiera alguien en un programa de radio que hablara apasionadamente sobre esos temas, y que tantos oyentes respondieran a ese estímulo con el mismo entusiasmo, era una especie de milagro. No se trata de nostalgia, y me abstendré de explicar por qué.
El fuerte de Dolina fue y es la transgresión (los gauchos amanerados, la lectura sarcástica de revistas femeninas, los cantores ficticios de tangos y boleros, los consejos para el ama de casa, las groserías cifradas, el simple hecho de usar el medio de la radio con fines revulsivos y tan distintos a los convencionales); supongo que nadie vio venir este neovictorianismo moral, en el que las viejas y las nuevas generaciones también se espantan mutuamente, aunque por motivos opuestos a los habituales (ahora el abuelo se parece a Till Lindemann y el nieto se parece a un monje de clausura). Dolina seguramente hará lo que pueda —con la ayuda inestimable de Gillespi—, pero las flexiones de pecho se hacen difíciles con el chaleco de fuerza puesto.
Ahora sí viene la nostalgia: últimamente, Dolina se emociona hasta las lágrimas sin motivos aparentes; en esos momentos desearía que se retirara y que nos dejara intacta la imagen del humorista cínico y hasta despiadado cuando era necesario. Como en el poema de Dylan Thomas: Rage, rage against the dying of the light.