Creo que en sus diálogos con Dolina, Barton hace un doble juego con habilidad magistral: por un lado representa la voz de la sensatez, del sentido común, ante los vuelos absurdos de Dolina, pero por otro lado alimenta ese absurdo, con una naturalidad tal que lo hace parecer un diálogo coherente y lógico.
Es como un colchón que suaviza los choques entre lo lógico y lo absurdo, o también podría decirse que los concilia. Los diálogos que se generan con Dolina muchas veces son dignos de Ionesco. Hace un tiempo me referí a otro diálogo, en el cual Dolina empezó presentándose como un eximio tirador de dardos, y finalmente luego de varias idas y vueltas terminó confesando que nunca había tirado ninguno. El comentario de Barton ante esa confesión creo que es genial: “¡Ah, hubiera empezado por ahí!”. No hubo un choque o un salto abrupto, no hubo un “¡pero señor, entonces me estuvo mintiendo groseramente hasta ahora!”. Barton suaviza, amalgama, ensambla lo absurdo y lo lógico, y los integra a un todo coherente (absurdamente coherente).
En japonés, la palabra “Barton” y la palabra “qué lo parió” son la misma, por lo menos para mí.