Marta Durantini, creo ser uno de los frecuentes corresponsales que mencionás; no escribo para contradecir tu comentario, sino para decirte que estoy de acuerdo en algunos puntos: Dolina no es un filósofo (tampoco lo son muchos que usurpan esa condición), es un tipo bastante frívolo (alguna vez intenté una torpe defensa del derecho a la frivolidad, pero ese no es el tema ahora), y a su cultura general le vendría bien algún que otro remiendo (pero ¿a quién no?). Lo de las repeticiones también es cierto; muchos sabemos con exactitud qué va a decir a continuación de ciertas palabras clave: ácido, rosas, labrador, truco, etcétera. (Todos somos igualmente previsibles, aunque nunca nos enteramos; sí lo saben quienes nos rodean, que sufren en silencio nuestras fatales recurrencias.)
Ahora bien: creo que, al menos en la parte de la historia de los medios argentinos que nos tocó presenciar, no hubo nadie que divulgara o discutiera temas literarios, filosóficos, históricos, políticos, científicos (con todas las limitaciones que solemos discutir), poéticos, musicológicos; el comunicador argentino típico se limitó siempre a los temas más prosaicos (que pueden ir desde la alcantarilla tapada de la esquina hasta la cotización de la papa en Balcarce sin pasar por ningún otro lado). Sí, también están quienes hacen radio alternativa, con el defecto de que esa radio es exactamente la misma que la otra, excepto que el conductor se tiñe el pelo de azul eléctrico y finge estar bajo la influencia de drogas duras para demostrar cuán loco está y cuán antisistema es.
Los Monty Python se propusieron filmar una antipelícula, una película en donde pudieran hacer todo lo que no podía o no debía hacerse según los estándares de la industria; de ahí salió Monty Python and the Holy Grail. Dolina procedió de forma análoga: jugó a los dados y a la pelota en la radio, hizo sombras chinescas y ballet, invitó al locutor de turno (Stronati) a participar activamente del programa fuera de su tarea asignada, cantó y tocó música en vivo, invitó a desconocidos para que presenciaran el programa (después tenía que esconderlos para que no los vieran las autoridades), se burló al aire de los productos y servicios que hacían publicidad durante el programa; hizo todo lo que no podía hacerse en radio, principio que luego aplicó a la televisión.
Entre todas esas transgresiones, estaban las charlas sobre los temas mencionados más arriba, inexistentes en otros medios argentinos que en general dedicaban todas sus energías al más sincero de todos sus intereses: las modelos sexis de 12 años. (Jeffrey Epstein, en Argentina hubieras sido un eterno aprendiz.)
Omitir al Dolina escritor, compositor y músico, poeta, divulgador, influencer avant-garde (fue considerado como una de las personas más influyentes de Argentina, y eso solo con un programa de radio de madrugada), honestamente comprometido con causas que no le convenían comercialmente, incitador de discusiones distintas a la preferencia por el calor o por el frío, etcétera, es omitir uno de los artistas más interesantes de los últimos tiempos (que no han sido demasiado generosos en ese aspecto ni en casi ningún otro).
Claro que cada uno tomará la parte que mejor le conviniera; el Dolina humorista no está nada mal, y muchos de los tramos que hay aquí hacen la vida más soportable (aunque casi no hay ninguno que no termine con la advertencia de que moriremos y que seremos un recuerdo, luego la sombra del suspiro de ese recuerdo y después ni siquiera eso: nuestra aniquilación será perfecta).
En lo que a mí me toca, Dolina fue una de las personas más influyentes en mi vida musical (en especial, por su insistencia en perseguir la elegancia en los procedimientos artísticos, y en su repulsión por los chantajes sentimentales, las expresividades circenses y los firuletes de cumpleaños); además, de no haber sido por su oportuna intervención, tal vez nunca me hubiera interesado por ciertos asuntos humanísticos. Quiero creer que la discusión de las ideas de Dolina (o de las ideas que cita) no es un acto demencial u obsecuente.