Vengo a denunciar un atropello a la libertad de expresión.
Hace unos días, comenté con ternura una conmovedora publicación en la que Gabriel Rolón conmemoraba el nacimiento de su media naranja, si se me permite el frenesí cítrico-complementario.
Para mi asombro e indignación, el licenciado supramentado (escribo mal, pero puedo escribir mucho peor cuando me lo propongo) eliminó mi comentario y me bloqueó en Instagram.
En mi descargo, solo diré que mi respetuosa observación —no indigna de la sutileza de un George Bernard Shaw o un Oscar Wilde— rezaba, no sin laconismo:
Licenciado, usted es capaz de cualquier cosa con tal de ponerla.
No hay derecho.