Una última reflexión de mi parte sobre los sucesos de notoriedad:
La verdad, a mí me importa poco (por no decir nada) el discurso de las personas: qué ideas declaran defender, qué principios declaran enarbolar o qué sistemas políticos, económicos o sociales declaran impulsar. Me importa mucho más cómo son en profundidad, en su corazón, lo cual muchas veces los discursos exteriores no reflejan fielmente.
Dolina es para mí un hombre dotado de una altísima capacidad intelectual, un gran bagaje cultural y un excepcional sentido del humor, a quien le agradezco inmensamente por los grandes momentos que me ha hecho y me hace pasar.
Pero no lo tengo como un referente ético o moral, ni como un ideal a seguir en mi vida. Ni tampoco creo que él mismo, consciente de sus limitaciones, pretenda serlo para nadie.
Creo que Dolina, que en otros sentidos es excepcional, en su transitar diario por la vida no es muy distinto de la mayoría de las personas; se mueve por intereses similares, tiene los mismos deseos y ambiciones, los mismos miedos y las mismas angustias que cualquier otra persona. Tal vez estas características estén agudizadas, exacerbadas, por su gran intelecto, pero no trascendidas, no superadas.
Tiene las mismas alegrías y tristezas, busca los mismos placeres y trata de escapar de los mismos dolores; tiene las mismas dudas, flaquezas, tentaciones, broncas, contradicciones, limitaciones, etc, que podemos tener cualquiera de nosotros.
Y en realidad, ¿por qué habría de ser de otro modo?
¿Por qué habríamos de pedirle a Dolina, a partir de su capacidad intelectual excepcional y gran sentido del humor, que sea además un paradigma ético y moral? ¿Tiene alguna relación una cosa con otra? ¿Es culpa de Dolina que estemos esperando que actúe siempre en forma justa y ecuánime, o aun más, que actúe siempre inspirado por sentimientos del más alto orden, como el amor, la compasión, el altruismo, el desinterés material, el perdón, la piedad (más allá de que en su discurso apele a estos valores)?
¿Por qué no habría de tener limitaciones, carencias y contradicciones como todos nosotros? Dolina mismo es consciente y suele burlarse de sus propias miserias en ciertos sentidos (“en eso consiste el noviazgo, en tratar de ocultar nuestra verdadera naturaleza miserable, y tratar de hacer creer a la chica en cuestión que somos mucho mejores de los que somos en realidad”, etc. Ese tipo de referencias a las miserias humanas, asumiéndolas como propias, son muy frecuentes en él).
¿Cuál es el problema? ¿Tenemos derecho a rasgarnos las vestiduras? Nosotros mismos, si alguna vez hemos hecho un examen de conciencia serio, ¿no nos hemos encontrado muchas veces con enormes contradicciones entre nuestro discurso y nuestras verdaderas motivaciones o nuestra forma de actuar? Si no ha sido así, me atrevo a decir que nunca hemos hecho tal examen…
Dolina tiene todo el derecho, como cualquiera de nosotros, a transitar por el camino que cree correcto, y lo seguirá haciendo hasta que no vea otro quizás mejor, hasta que sienta la necesidad profunda de cambiar, y lo hará cuando su corazón (o dicho de otro modo, la necesidad de crecer en amor que anida profundamente en su corazón, así como en el de todos nosotros) lo impulse a ello.
Yo aspiro a seguir disfrutando del humor único y excepcional de Dolina, sin pedirle que sea el profeta de los nuevos tiempos, ni un faro que ilumine mi camino, ni que su conducta sea intachable e inmaculada. Ni tampoco creo, como dije antes, que él pretenda ser nada de eso.
Aunque claro está, como todos los que estamos profundamente insatisfechos con nuestra mísera forma de ser (y él lo está con la suya, y creo que allí está la raíz de muchos de sus momentos de amargura), también aspire a crecer, a mejorar, de acuerdo con ciertos valores que reconozca como superiores, aunque por el momento muchos de esos valores sólo estén presentes en su discurso y en el plano de las aspiraciones (como seguramente ocurre también con muchos de nosotros).
En suma, creo humildemente que haríamos bien en dejar de formar tribunales de ética para juzgar implacablemente la conducta de Dolina, y empezar a preocuparnos más por la conducta que sí podemos (y debemos) mejorar, la conducta propia.
Eso sin dejar de disfrutar del humor único y excepcional de LVST, que ojalá continúe por muchos años más.