Sobre la historia de los jesuitas en China y la dedicatoria de Rolón, algunos detalles me hacen creer que Matteo Ricci y sus amigos encontraron en esa dinastía cosas que quizá no sobraban en Europa en ese momento (pensamiento científico, empirismo, curiosidad ilimitada, tal vez matemáticas desconocidas para ellos).
En estas historias me parece percibir el mismo patrón: el Occidente iluminado que ayuda piadosamente a los salvajes a egresar de su atraso e ignorancia. (Y por supuesto, del paganismo, ¡manga de brutos supersticiosos y adoradores del chancho!) Por supuesto, no insinúo que esa sea la opinión de Dolina; por el contrario, me parece que invita a desconfiar de ese eurocentrismo.
Eso me recuerda a Madhava de Sangamagrama, el matemático indio del siglo XIV que se adelantó a Newton y a Leibniz por lo menos 200 años en la invención del análisis matemático. Háblenme de apropiación cultural.
A propósito, hay una película del 2015 muy recomendable en un sentido cinematográfico, pero que en cualquier otro aspecto es un ejemplo de hipocresía y corrección forzada: The Man Who Knew Infinity, basada en un libro que no leí sobre la vida de Srinivasa Ramanujan, genio matemático indio que el director insiste en presentar como un semisalvaje aceptado en la Universidad de Cambridge por motivos humanitarios. En esa película, Ramanujan es una especie de místico que recibe revelaciones matemáticas de sus dioses hindúes, mientras sus indulgentes colegas ingleses recurren exclusivamente a la razón y la lógica, atributos que están en sus genes. (En la realidad, muy pocos matemáticos en el mundo podían seguir y comprender la complejidad de los razonamientos y algoritmos de Ramanujan.)
Casi todas los teoremas, las conjeturas y las teorías de Ramanujan tienen nombres ingleses.