¡Eureka, eureka! (Léase con voz finita y haciendo pas de chat, onda Darío Elquetejedi hablando entusiasmado de su novio francés.) Hace unos años me impuse la tarea sobrehumana de encontrar un tramo de LVST de más de 20 minutos en que Rolón no mencionara ni una sola vez su profesión o su terminología; creo que finalmente lo logré, aunque al precio de saltar un abismo de casi treinta años. Ma tâche est accomplie.
Ya que estamos tan afrancesados (dijo François, le sensible), aunque no en el dignísimo sentido de Catherine Deneuve o de France Gall sino en el menesteroso sentido de Chantal Mouffe o de Ernesto Laclau, aprovechemos para parar el carro y echar una mirada a esta nota.
Hoy, la deconstrucción nos trae una nueva izquierda, cuyo principal propósito es no aceptar ninguna certeza como última y entender que, si el poder se juega en la construcción de verdades, de lo que se trata justamente, en la pelea contra todo poder, es de deconstruir.
Mientras eso que Sztajnszrajber llama izquierda se deconstruye, eso que Sztajnszrajber llama derecha (aunque incluya a China) construye LLMs, redes neuronales y procesadores de lenguaje natural para poner y deponer presidentes a gusto. Lo peor de Derrida (casi todo) y lo peor de Heidegger (todo) contra lo mejor de la ciencia y la tecnología aplicadas. El mundo avanzado ya manipula directamente la materia en el nivel atómico (algunos de los 10.000 millones de transistores que hay en nuestros teléfonos están compuestos por unos 50 átomos), mientras el progresismo argentino debate si «vale garchar con un/a amigo/a» [sic].
Lo interesante hoy es poder tener una discusión con tus estudiantes sobre la naturaleza del amor, por WhatsApp, un sábado a las tres de la mañana. Eso es lo disruptivo. Yo le daría mucho lugar a la informática, al mundo virtual digital. Los más viejos son reacios porque lo entienden como causa de desconcentración o falta de creatividad. Hay que salir de la grieta absurda a favor o en contra de la informática y entender que somos ya bichos informáticos y ver cómo desde ahí vamos reinventándonos en busca del conocimiento. No tiene sentido hoy entrar a una clase y decir Platón nació en el año 427 antes de Cristo. Porque cualquier chico lo googlea en tres segundos. Es un momento para repensar qué hacer en el aula
Para Darío Sztajnszrajber, la tecnologización de la sociedad consiste en usar WhatsApp a la madrugada y en omitir el cumpleaños de Platón. Eso sí que es disruptivo, por no decir contrahegemónico, subversivo, articular o persona menstruante.
Sería muy fácil continuar con el sarcasmo con la misma liviandad que Dolina usaba para burlarse de quienes vendían el Buda de la buena suerte, pero creo percibir un problema grave: los progresistas del orden de Sztajnszrajber no limitan sus hábitos depredadores al escenario; además, tienen una pésima influencia en la vida política del país. Aunque es cierto que no tienen cargos ni poder para tomar decisiones, cada uno de sus actos visibles es una invitación a votar a los otros, sin importar quiénes sean. (También es cierto que una elección en Argentina es un trámite consistente en votar por cipayos republicanos o por cipayos demócratas.) Lo mejor que podrían hacer Sztajnszrajber y los suyos por las causas que pretenden defender es alejarse de ellas para siempre y buscarse un laburo más digno: mercado negro de órganos, tráfico de armas automáticas o drogas duras, qué sé yo, algo menos vergonzoso. (De todos modos, esa defensa es nominal, simbólica: aman a la humanidad de forma muy general y brumosa, pero son totalmente incapaces de un verdadero acto de generosidad con consecuencias en el mundo real. Fingen estoicismo, pero siempre con el cuero y el hambre de los demás.)
Sé que hago trampa, sé que la nota de La Nación es de principios de 2020; sin embargo, eso me permite objetar (que objete, dijo Stronati) que no se cumplió ni una sola de sus predicciones, comenzando por la presunta aparición de una nueva izquierda (ocurrió lo opuesto). Nadie pretende oráculos infalibles, eso sería absurdo; pero sí sería razonable esperar conjeturas aproximadamente correctas por parte de quienes presumen trabajar en el negocio de la inteligencia. En cambio, los del otro lado (los retrógrados, los trogloditas, los analfabetos, los estúpidos según ese progresismo) casi siempre parten de las hipótesis correctas para diseñar las futuras defensas de sus intereses. El tipo que labura 15 horas por día para no llegar ni al día 10 quedó en medio de ese fuego cruzado, y quizá nunca estuvo tan solo como ahora.
Por motivos familiares (bah, andaba con una mina) viví unos años en el corazón de ese progresismo: barrios privados (esto es, usurpados) con custodia parapolicial, preocupaciones sobre el tamaño de los nuevos implantes de senos o el polarizado del Audi, colegios carísimos donde cobran un ojo de la cara y la mitad del otro por enseñar a ser lo que ellos creen que es una buena persona, charlas interminables sobre lo bien que se come en países cuyo nombre ni siquiera pueden pronunciar, discusiones sobre por dónde harían pasar ciertas líneas aéreas de alta tensión sin que patalearan los terratenientes del sur, proyectos para una radio en donde Dolina tuvo que trabajar gratis (y encima le encajaron un compañero tronco con quien tenían una deuda por militancia), mucha pretensión de izquierdismo y vindicación de la pobreza (aunque la única pobre que conocían de cerca era la Vivi, la chica de la limpieza convenientemente morocha y semianalfabeta). Como para Sztajnszrajber, el universo observable de esas personas se limitaba a una esfera de 200 metros de diámetro con ellas en el centro; si existía algo fuera de ahí, o era incognoscible o era invento de algún gorila. (En este contexto, gorila era cualquiera que opusiera el menor reparo al dogma o señalara contradicciones demasiado evidentes.)
Todo este brulote viene a que preferiría ver a Dolina lejos de esa gente. Mon siège est fait.