Vale una aclaración: estas historias, tomadas de la tradición budista zen, tanto la que mencioné yo del libro de de Mello, como la que mencionó Hornets, tomada de “Hablemos de Zen” de Alan Watts, pueden dar la impresión errónea de que la iluminación espiritual puede lograrse en un instante, como por arte de magia, y que se trata de algo más bien aleatorio, que le puede ocurrir a cualquiera que esté “en el lugar indicado en el momento indicado”.
Nada más lejos de la realidad. No es que vamos a dar un paseo por el bosque y nos iluminaremos cuando cante el primer pájaro que aparezca, o cuando alguien nos diga que Ping-Ting pide fuego.
Como dije alguna vez y repito: el camino espiritual es trabajo duro.
Estas historias parten de la base de que los llamados “discípulos” ya han hecho un largo camino hacia la superación del ego. Tienen su leña seca, esperando por la chispa que la encienda. Ya están “knockin’ on Heaven’s door”, por decirlo así (qué canción), y con una sola chispa lanzada en el momento adecuado por un maestro avezado, el fuego puede encenderse.
Con nuestra leña verde y mojada, no es de esperar que ninguna chispa de ningún maestro la pueda encender fácilmente.
Luego de innumerables intentos, Siddharta Gautama pudo decir: “no soporto más esta sed de realizar la Verdad de la Vida. Me sentaré bajo esta higuera y no me volveré a levantar hasta que me ilumine, o de lo contrario moriré de hambre y sed aquí mismo”. Él se iluminó, pero claramente no es aconsejable que ninguno de nosotros intente hacer lo mismo.
La sobrevaloración de nuestro estado espiritual, muy propia del ego y tan común de ver, a partir de la falta de una introspección y autocrítica profundas, puede llegar a ser muy auto-destructiva, y dejarnos estancados en la infancia espiritual por largo tiempo.
Dígamelo a mí...