¿Idealista dijeron? Sí, buenas tardes.
Intentaré hilvanar algunas palabras sobre el tan comentado tema de la “meritocracia”, esperando que las mismas sean breves y significativas, o al menos una de ambas cosas, aunque lo más probable es que, como ocurre casi siempre, sean todo lo contrario de ambas (la pucha, qué enredo me armé con este asunto, o con ambos, o con ninguno. ¡Bueno, señor, déjeme tranquilo!).
Creo que en el estado actual del alma humana es imposible pensar que nada funcione en la sociedad si no ponemos la zanahoria delante del burro. El burro se mueve porque quiere comer la zanahoria, y no se movería si no viera la posibilidad de alcanzarla.
El ser humano actual, digámoslo, no está muy distante de nuestro hermano burro. Se mueve cuando ve que puede obtener algún tipo de provecho personal, y de lo contrario, en general, no se siente motivado a hacerlo. Normalmente se piensa en un provecho económico, pero puede ser de cualquier tipo, desde el más bajo nivel material o sensual, hasta el más alto nivel intelectual o espiritual.
Por ejemplo, cuando Dolina dice que todo lo que hizo en su vida fue para levantarse minas, ¿no está definiendo también un escenario de meritocracia? ¿No está diciendo que él se esforzó, estudió, luchó para alcanzar determinadas metas (un bagaje cultural, un desarrollo intelectual, un cierto nivel económico, etc) que lo colocaran en mejor posición para lograr los favores femeninos (y en particular, en mejor posición que otros que no se hubieran esforzado como él y carecieran de esos atributos)? Si luego (haciendo un ejercicio de imaginación fantasiosa) él hubiera descubierto que las minas daban estos favores a todos los hombres por igual independientemente de sus méritos, o si hubiera descubierto que los méritos que las minas valoran no eran aquellos para los que él se preparó, sino otros, ¿no se habría sentido frustrado, y se habría lamentado del tiempo perdido inútilmente? Si para obtener un objetivo deseable (levantarse minas) hay que hacer determinados méritos, ¿por qué deberíamos esperar que para obtener otros objetivos deseables que la sociedad nos ofrece operara una lógica distinta?
Los ejemplos serían infinitos, pero finalmente la conclusión es siempre la misma: las personas se esfuerzan porque esperan obtener algún tipo de recompensa o provecho personal, y no se esforzarían si esa posibilidad no existiera. Entonces, es evidente que un cierto grado de meritocracia, nos guste o no (personalmente no me gusta), es inevitable como motor impulsor del desarrollo de la sociedad. Con la salvedad, volviendo a lo que dije al comienzo, de que esto ocurre EN EL ESTADO ACTUAL DE SUBDESARROLLO ESPIRITUAL DEL ALMA HUMANA.
¿Es posible superar la meritocracia? Yo creo que sí es posible, pero no creo que esa superación la vaya a lograr ningún cambio de gobierno, ni de sistema político ni económico ni social, ni ningún otro cambio impuesto desde afuera. Muchos gobiernos de muy distinto signo ideológico han pasado y pasan por la historia humana, y ninguno ha logrado superar esta realidad. Algunos que arrancaron con grandes ideales colectivistas finalmente tuvieron que hacer concesiones a la meritocracia para que las cosas funcionaran. Ningún gobierno “per se” hace a las personas generosas o egoístas; las personas son generosas o egoístas con anterioridad. Aunque tal vez pueda potenciarlas en uno u otro sentido, yo creo que no es la raíz del problema, sino más bien su consecuencia.
Lo único que creo que va a posibilitar esa superación, como ya supondrán los pocos valientes que hayan llegado a leer hasta este punto (música de violines por favor) es un cambio radical, una purificación total del corazón humano, tal que deje de moverse por fines personales y egoístas, y pase a moverse (con el mismo afán) por fines impersonales e inegoístas. Esto implica necesariamente (no hay negociación posible) la eliminación completa del ego (o, dicho de otra manera, la realización de su falsedad), lo cual no es moco de pavo, ni es cosa de un fin de semana ni de uno o dos años (ni quizás de una sola vida!). Es la lucha contra millones de años de condicionamiento animal, ni más ni menos. Sin embargo, la vida y enseñanzas de los gigantes espirituales nos demuestran que no es imposible, y nos alientan a intentarlo, para que podamos alcanzar, como ellos, la realización última del sentido de la vida.
O dicho de otra forma: para descubrir que, finalmente, y a pesar de todas las apariencias en contrario, la vida sí tiene un sentido. Y que ese sentido está muy, muy lejos de ser pasarse la vida levantando minas (aunque no dejo de reconocer que, en ausencia de un objetivo mayor, pueda resultar bastante entretenido).