Me hace muy feliz que Roxana Kreimer y Alejandro Dolina se admiren mutuamente; tenía entendido que algunas de sus discrepancias políticas eran insalvables, pero por suerte (para nosotros) no es así. Ojalá hicieran una charla, una entrevista o un video juntos. Me alegra también ese acto de justicia poética de la camioneta aplastada por el paraíso; me gusta imaginar que, como aquellos nogales y robles que tenían a las hamadríades como parte locataria, ese árbol fue habitado por el alma de un músico muerto por embole, que ahora sí puede por fin descansar en paz.
Y no, no diré una sola palabra sobre la disonancia cognitiva que me produce ver cómo tantos pobres festejan una devaluación que les reduce instantáneamente su poder adquisitivo a la mitad o menos.