[Comienzo de espacio cedido al adulto provecto.]
En mis tiempos, don Cosme, había otro respeto, no va a comparar. Mire si yo iba a decirle yegua a su hermana por más prostituta que fuera, señor.
[Fin de espacio cedido al adulto provecto.]
Con todo el interés que siento por los grandes temas de la actualidad argentina, sospecho que cuando Dolina mencionó a Frank Zappa, tal vez quiso referirse a su período absurdista de temas del orden de Call Any Vegetable; lo propongo como ejemplo porque no me cuesta imaginarlo creado o grabado por los Monty Python o por Les Luthiers, tan afines a Dolina. En cambio, sí me cuesta imaginarlo disfrutando del Zappa de Inca Roads, aunque estoy seguro de que tendría la honestidad intelectual de elogiar tanto su complejidad como su virtuosismo. Sería interesante preguntarle estas cosas directamente a Dolina, pero ahora debe estar muy ocupado en caerle bien a la comunidad Rebord.
Mencioné Valley Girl no porque no me gustara (todo lo contrario), sino porque creo que fue un glorioso fracaso para Zappa: quiso cargar a las chetas de California, y ellas terminaron haciendo de su tema un himno. Algo había cambiado en el mundo, y el sarcasmo ahora tenía que ser entrecomillado y subrayado en rojo para que se entendiera como tal. Hay que reconocer también que se hacía difícil enojarse con la parodia de Moon Zappa, que era linda y graciosa. Como fuera, debo a Frank Zappa algunos de mis mayores asombros musicales y también muchas carcajadas. (Casi me ahogué de risa la primera vez que oí Bobby Brown Goes Down.)
De paso, uno de los primeros recuerdos musicales que tengo (que creo tener) es el de Mussorgsky en la película «Fantasia», de la Walt Disney Productions; esa memoria (tal vez falsa) de un sonido tan distinto a cualquier otro hizo que deseara ser músico, cosa que logré con la mayor ineptitud. Para mí también fueron esos dibujos animados los que me llevaron a gustar de cierta música que, de otro modo, quizá hubiera pasado inadvertida. (Suscribo el resumen de Mariela; toda esa gente hizo muy bien su trabajo.) Es muy improbable que haya visto esa película en el cine, así que la deplorable televisión también hizo su parte. Por lo demás, no sufrí ningún trauma infantil por ver esas imágenes demoníacas, acaso porque mi abuela chupacirios aún no me había inculcado el terror al infierno cristiano, tarea que después intentó con herramientas demasiado primitivas. El resto de mi familia no parecía especialmente interesada en la salvación de mi alma eterna; puede que ya sospecharan la perfecta inutilidad de esa empresa.
A propósito de nada: hace un rato volví de un entrenamiento de ciclismo. El líder del equipo posteó en el grupo de WhatsApp un resumen de la actividad (distancia, ritmos, velocidad máxima, desniveles, blablablá) generado con una aplicación llamada STRAVA; naturalmente que pregunté: «¿Quién?», y muchos respondieron con un dedo acusador (sí, este). Fuera de Puán, la gente real sigue haciendo esos chistes e ignora perfectamente el lenguaje inclusivo o el estúpido Toki Pona. (A vender unicornios y arcoiris a otra parte, Sonja, aquí somos todos fanáticos de Gaspar Noé.)