Me prometí no volver a escribir sobre el CONICET, Saxe, la teoría Queer como concepción obligatoria del mundo, les muchaches, etcétera; como de costumbre, faltaré a mi palabra, al menos para sacarme una última bronca de encima.
¿Qué habría de malo en que, a falta de formación, talento y solidaridad para hacer algo más útil para el cuerpo social y para ellos mismos, algunos licenciados y doctores en manga hentai y cría de aves de corral en balcón de departamento monoambiente se ganaran el amado sanguche de mondiola (aunque para la gilada la vayan de veganos) escribiendo sobre la forclusión en la gravedad cuántica o los sistemas geoplanetarios de disturbios sexo-subversivos-anales-contra-vitales? Nada, siempre que esos despropósitos intelectuales se mantuvieran casi en secreto; ninguna macroeconomía se fundió jamás por pagar un par de papers de mala filosofía y peor literatura y, como beneficio secundario, sus autores se mantendrían así alejados de la calle, de la delincuencia a mano armada y de la muerte por inanición.
Nada reprochable hasta aquí; el problema comienza cuando el poder político dedica años y recursos para promover esos entes gelatinosos y de sangre fría al escalafón de seres de luz, de mascarones de proa del movimiento, de legisladores inapelables subidos a un banquito para dictar sus leyes morales que todos deberán cumplir bajo pena de cancelación o castigos aún peores.
Aquí aparece la verdadera víctima de discriminación: el tipo que se levanta a las tres de la mañana para tomar diariamente los dos trenes y los dos colectivos que lo llevarán a su trabajo (un trabajo de verdad), donde ganará con suerte 300 dólares mensuales de bolsillo, dedicando tal vez 12 horas de su tiempo y sus energías.[^1] Volverá a su casa pobre de paredes despintadas por la humedad y muebles de melamina que alguna vez fueron blancos; encenderá el televisor y se encontrará con que los funcionarios que él mismo votó por sed de justicia social están en un evento organizado por el CONICET, en el que Saxe (o uno de los de su calaña, da lo mismo) dice con dulce prepotencia que no hay problemas más urgentes y vitales para la nación que la deconstrucción de las masculinidades tóxicas y la imposición del lenguaje inclusivo; los funcionarios aplauden de pie, uno de ellos sube al escenario y abraza al Saxe de turno, todo con fondo de pantalla LED gigante que repite en loop el video del último aquelarre feminista en Plaza San Martín con sus conjuros y rituales y fogatas y tambores.
El tipo, explícitamente excluido de toda esa abundancia y esa alegría de cotillón, finalmente se siente un pelotudo. El mayor daño se produjo aquí, y es irreparable.
[^1]: Nota al pie: esta vez, el tipo no soy yo. Sería un miserable si equiparara mis escasas adversidades personales con la feroz injusticia social que sufren millones de personas en mi país.
En otro orden de cosas: Theflaq, cité de memoria el nombre de Hamurabi Noufouri (un tipo muy interesante, colaborador histórico de Jorge Dorio en muchas de sus actividades culturales, erudito y gran refutador de leyendas insultantes a la cultura árabe, esas que tanto gustan a mi querido Richard Dawkins), y ahora veo que escribí mal su apellido (supongo que nada que impidiera encontrarlo en la red).