Mariela, creo que en este programa apareció definitivamente el personaje actual de Rolón que se gana el pan de Algatocín explicando el sentido de la vida, el universo y todo lo demás; el cierre incómodo de Dolina (que seguramente sintió que le salían pelos de Andy Kusnetzoff en el occipucio) y la intervención oportuna de Gillespi salvaron el momento, pero el hecho fue profético: LVST estaba condenado a convertirse con el tiempo en otro programa más de FM con la colaboración esporádica del fantasma de Alejandro Dolina. (Nada de esto es reproche: admiré el buen gusto artístico de Rolón, que supongo que lo conservará, y aplaudí su eficacia para dar a Dolina los pies necesarios para esos ejercicios de literatura oral que después se convirtieron en libros. Mi encono pasa por otro lado y se extiende a todos los charlatanes profesionales de la clase de Rolón, que ahora también se dedican a predicar las bondades de la grafología y la economía monetarista.)
De todos modos, quedaron diálogos memorables:
Rolón —Usted tiene que saber, es interesante; no hay nada más importante que la verdad.
Gillespi —¡No, querido! Hay millones de cosas más interesantes que la verdad.
Rolón —Nómbreme dos.
Gillespi —La mentira.
Como vos decís, Gillespi aportó cierta incertidumbre que vino muy bien: casi todo lo que decía era impredecible e intencionalmente absurdo (el humor como sorpresa intelectual); además, tuvo la elegancia de ir a menos en cuestiones musicales estrictamente técnicas. (Gillespi es por formación y por generación un músico mucho más complejo que Dolina, pero simula asombro por cosas que seguramente conoce de sobra, en favor del desarrollo del programa; un acto de compañerismo profesional que no siempre le fue reconocido.)
Estuve por guardarme lo que sigue, pero no lo haré, en buena parte por la exquisita —aunque nada inexplicable— coincidencia que contiene; a principios del 2021, quien fue mi pareja por varios años (ingeniera química, muy buena persona a pesar de su formación inevitablemente gaussiana y su estatus social absurdamente elevado) me dijo que una prima muy progre de Buenos Aires le había mandado un link con una charla de Atilio Borón en YouTube ; estábamos en casa (no diré que en nuestra casa porque jamás me sentí como en casa en ningún lugar, ni siquiera en mi casa y muy especialmente en mi casa) y vimos el video; alrededor de los quince minutos —o una eternidad similar— le pedí por favor que lo detuviéramos. Le dije que ya sabía de memoria todo aquello que oía (generalidades maximalistas, reflexiones del orden de un tuitero promedio, etcétera), y que ella quizá ya debía conocerme lo suficiente como para darse cuenta de que esa pedagogía era innecesaria y hasta insultante; era equivalente a que yo la invitara a ver videos de introducción a la Química para estudiantes de bachillerato, o de tablas de multiplicar; le hice notar también que los espectadores de esa charla asentían robóticamente con la cabeza, incluso antes de que Borón dijera algo: no era una charla política, era una reunión religiosa de reafirmación de alguna fe pagana. Aquí lo gracioso: argumenté lo de Enrique de Portugal y su reproche a Jesucristo, que insistía en aparecer frente a él en lugar de ir a convencer a los sarracenos. Agregué que aprendía más estudiando los detalles de producción de los videos musicales de Dua Lipa, aunque eso ya lo hice por pura maldad. (Tampoco era del todo falso, la producción de Dua Lipa es algo de otro mundo.)
En resumen, fui desconsiderado, pedante y cruel, como si me costara mucho; aparte de eso, quise hacerle saber claramente que ese ejercicio de micromilitancia (así la llamaba ella, citando a tres infelices que se hacían llamar «Guerreros Digitales» y que llegaron a publicar un libro doctrinario repleto de anécdotas de asados entre tuiteros como ellos) alejaba a la gente en lugar de acercarla; de hecho, a mí me alejó definitivamente. (Había dejado de votar en el 2019 por razones de conflicto moral, pero esa es otra historia.) También sostuve que la presencia inevitable de Macri, Cristina, Vidal, Kicillof, Bullrich, Larreta et al en cualquier conversación casual o íntima era un serio obstáculo para cualquier forma de posible lujuria.
Digresión: sé que algunas de estas cosas pueden molestar a Ciudadano32 (a quien aprecio, naturalmente), en especial la referencia a Borón; pero la tentación por contar la exacta coincidencia entre lo escrito por Mariela y lo que me ocurrió en esa ocasión fue irresistible.
No pretendo extrapolar mi experiencia personal a los millones de personas que en estos años cambiaron de parecer (de hecho, ni me volví gorila, ni partidario del anarcocapitalismo, ni fan del Dipy); sí creo que las herramientas de persuasión del oficialismo actual son anacrónicas, obsoletas, torpes e ineficaces, y que sus referentes mediáticos hacen perder un voto cada vez que parpadean. Es cierto que del otro lado está toda la última tecnología de la comunicación y la psicología empírica más avanzada para hacer que el votante pierda la poca autonomía cognitiva que le quedaba (tampoco estoy de acuerdo en que eso se deba a su presunta estupidez; es solo una mente correctamente manipulada para que perciba la realidad de una forma específica y actúe en consecuencia, en la falsa creencia de que lo hace por propia voluntad y en defensa de sus intereses). También creo que la clase política que tuvo alguna conciencia social nunca estuvo física y emotivamente tan lejos de los más humildes como ahora (otro subproducto de las redes como espejo del mundo).
Aquí me encuentro al borde de la obviedad: doy por escritos todos los lugares comunes que se me ocurren. (Como dije antes, esa pedagogía también es innecesaria.)
No mencioné a Bourdieu porque creo que ya lo dijiste todo; no quiero ensañarme, y además tampoco deja mucho para decir. Quizá llegue el día en que podamos volver a hablar de amables frivolidades, o quizá esos tiempos ya hayan pasado para siempre, como los de LVST.