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Barton —Hay una división del trabajo...
Dolina —Sí, la famosa división internacional del trabajo; a nosotros nos toca producir alimentos.
A eso llamo yo poder de síntesis.
Había decidido guardármelo para mí, pero faltaré nuevamente a mi palabra, que es lo que mejor sé hacer. Por ahora dejé de oír programas con Rolón (su ocupación actual de vendedor de autoayuda genérica y abusador del efecto Forer terminó por proyectar demasiada sombra sobre su pasado) y me dediqué a oír los de Dorio; no recordaba que había participado en LVST hasta el 2014, y muchos de esos archivos son completamente nuevos para mí.
Cuando Mariela señaló la involuntaria exactitud en la predicción de Barton y que Dolina cantó Carro viejo solo para Dorio, recordé que había oído cosas parecidas, aunque nunca tan explícitas; ahora que concentré mi atención en esos detalles, noté que esa misma escena se repetía con cierta frecuencia. No hice una compilación de esos momentos porque sé que hago trampa, sé que cometo pecado de apofenia; de todos modos, me reservo el derecho a la suspensión momentánea de la incredulidad con fines poéticos.
También fue por las recomendaciones de Dolina y Dorio que leí «El caso de las trompetas celestiales», aunque en un PDF en inglés (en apariencia, el texto original de la primera edición); hasta las advertencias del prólogo me parecieron similares a las que escribía Borges para algunos de sus libros. Trataré de conseguir la edición de la Colección Selecciones del Séptimo Círculo de 1951 para compararla con la que creo la original de Burt; no me disgustaría encontrar alguna travesura de Borges.
En otro orden de cosas, me felicito por haber pirat... quiero decir, visto legalmente por los canales dispuestos a tal fin dos películas muy recientes: «The Substance» y «Heretic». Aunque la primera fue tildada de feminista (en el peor sentido actual de la palabra) porque es una crítica a los cánones irreales de la belleza hegemónica y blablablá, a mí me parece que es mucho más que eso; creí ver ahí una especie de tragedia (o sátira) griega, o una de esas historias mitológicas de dioses que hacen regalos engañosos a los pobres mortales; en todo caso, puede verse también como un gran homenaje a casi todos los maestros del cine. (Kubrick, Cronenberg, Hitchcock y el gran final a lo Brian De Palma son las referencias más evidentes, pero casi ninguno se salva de ser recordado por la directora Coralie Fargeat, ni siquiera su arduo compatriota Gaspar Noé.)
La segunda me sorprendió por la estupenda actuación de Hugh Grant, y porque buena parte del guion está sacado de los libros de Richard Dawkins; hay una discusión teológica muy seria y muy teatral sobre la recurrencia en los relatos de las religiones reveladas («También se le ocurrió que los hombres, a lo largo del tiempo, han repetido siempre dos historias: la de un bajel perdido que busca por los mares mediterráneos una isla querida, y la de un dios que se hace crucificar en el Gólgota»). De paso, aunque la razón está ahí mayormente de parte del escepticismo, no se comete la fácil torpeza de mostrar a los personajes creyentes como perfectos imbéciles. Después, la película sigue su curso de película de terror, pero también deja lugar para otras interpretaciones menos literales.