Ciudadano32, quiero aclarar que mientras escribía ese comentario, en ningún momento pasaron ni remotamente por mi cabeza ni la guerra, ni ninguna de sus circunstancias, ni el debate que se desarrolla aquí; no hubo ningún tiro por elevación. (De hecho, tengo una opinión sobre el tema que no es precisamente la más popular y que coincide parcialmente con la tuya, y también en parte con la de Mariela en tanto que apelar a la inteligencia y a la defensa de los intereses del país, cosas que ya no parecen importar a casi nadie. En general, aunque me sé expuesto a una infinidad de sesgos, trato de que mis alineaciones ideológicas nunca sean automáticas.)
Aclarado el punto, creo que el chiste de «White Russian Today» en ese contexto es una referencia al Estado Ruso de 1918–1920, el movimiento antibolchevique y fundamentalista cristiano que, mediante acciones militares del Ejército Blanco, intentó restaurar el status quo anterior a la Revolución de Octubre. Es una historia caótica que no puedo detallar aquí porque es larguísima y por mi insolvencia sobre el tema, pero sí sé que el término «white russian» quedó asociado (justamente o no) a movimientos posteriores reaccionarios, anticomunistas y supremacistas; creo que no es un dardo específicamente hacia RT, y creo que sucede algo parecido con el canguro que no parece suficientemente caucásico como para ser de confianza. (Los alemanes tienen motivos muy razonables para que toda forma de discriminación racial sea activamente combatida por ley; saben que si olvidan la paradoja de la intolerancia de Popper, el nazismo aprovechará para volver en cualquiera de sus formas. Ya no se trata de corrección política, sino de supervivencia.)
Ahora sí llego al tema del que quizá conozco algo: coincido completamente con vos en que quienes nos dedicamos a atacar las pseudociencias, cometimos (y seguimos cometiendo) el error mortal de postular que la sola demostración científica de la falsedad de una proposición (el terraplanismo, por ejemplo) y la ridiculización alcanzaban para que el creyente en esa clase de conspiraciones se sintiera obligado a reconsiderar sus convicciones; es el mismo error que se comete cuando se cree que la simple demostración de la falsedad de una fake news hace que su impacto inicial disminuya o desaparezca. Que los escépticos hayamos negado durante décadas el peso de las emociones en la percepción de la realidad y en la toma de decisiones es un sesgo gravísimo que pone en duda la calidad de nuestro escepticismo. Ahora sabemos que la simple confrontación no sirve, y que conviene buscar terrenos comunes para establecer la comunicación (tender efímeros puentes entre mundos tan distintos, algo que Dolina suele mencionar y que parece haber entendido antes y mejor que nosotros, los imbéciles que creímos que solo con la alfabetización general y la divulgación científica terminaríamos con las guerras y el hambre).
Ahora viene la contradicción (contengo multitudes, dijo uno): disfruté esa película como loco, entre otras cosas porque no sabía qué esperar y me tomó por sorpresa; venía de ver películas bastante convencionales, pretenciosas o aburridas para ese ciclo de cine que ya mencioné; esa clase de narración caótica, absurda, no muy previsible y repleta de referencias y homenajes a otras películas me gusta mucho. Ahora que lo mencionás, es cierto que se parece a un capítulo de «Family Guy», otra de mis debilidades. Recién termino de ver la película anterior a esa («Die Känguru-Chroniken», aparentemente basada en un programa de radio, un libro y un audiolibro del mismo autor); reconozco que la aparición de la nada de un canguro parlante y comunista del que nadie se asombra puede considerarse algo levemente irreal, pero estoy dispuesto a suspender mi incredulidad a cambio de algo de alegría. (De ahí la referencia a la tristeza general en la que creo que estamos sumidos, que supongo perjudicial para nuestra salud mental.)
Coincido completamente con tu observación sobre la calidad de los contenidos en castellano; hace un tiempo escribí aquí que lo creo parte de un plan de empobrecimiento que va de la mano de otros más evidentes y demostrables (la vuelta del FMI, por ejemplo); la necesidad de aprender un inglés utilizable en la práctica puede sonar antipática, pero carecer de esa herramienta pone a la gente en desventaja, como seguramente fue ignorar el latín en otras épocas. (Como solía escribir una amiga que también escuchaba a Dolina: «How the lagoon will be that the chanch crosses it trotting!».) Por mi parte, tanto el el inglés (que lo aprendí de chico en una casa donde se hablaba nativamente) como el alemán (que aprendí desde la adolescencia por causa del infame Heidegger, hace poco rendí el Zertifikat B2 porque quizá dentro de un año esté viviendo por ahí) me permitieron acceder a mucha información, mayormente técnica y no disponible en otros idiomas en la época anterior a la Web; lamento mi pereza mental, debí haber aprendido algún otro. Insisto en que la enseñanza seria de otros idiomas no debería ser símbolo de estatus o superioridad social, sino una herramienta de supervivencia (a riesgo de ser reiterativo, lo mismo digo de la formación científica y técnica).
Uh, otra vez setenta páginas de mala literatura.