Quién puede dudar de que la ciencia es una herramienta notable, tal vez la más grande de las invenciones humanas.
Con ella podemos desentrañar las leyes que gobiernan el mundo de los “contenidos” de la conciencia, también llamado “mundo exterior”, y utilizarlas a nuestro favor, para mejorar nuestras condiciones de vida (si es que, con un poco de suerte, las utilizamos con fines pacíficos). Pero sobre la conciencia misma, o “mundo interior”, la ciencia no tiene nada que decir. El dualismo “sujeto cognoscente-objeto conocido” que está en la base de su definición, desaparece, y con él desaparece el sustento en que se apoya.
La inteligencia humana, aliada con los métodos científicos, puede decirnos muchas cosas sobre la forma en que opera el mundo “consecuencial” (relativo), pero ni siquiera los genios más grandes que ha dado la humanidad (ni siquiera los libretistas de “The Big Bang Theory”!) con toda su inteligencia, pueden decirnos nada del mundo “causal” (absoluto).
Para que un gran científico como Einstein afirmara que “el mundo no es otra cosa que una ilusión” tuvo que sacarse por un momento el traje de científico y ponerse el del místico. En este caso no pudo aportar ninguna fórmula matemática que probara una afirmación tan audaz como esa. Sin embargo, místicos que vivieron miles de años antes, ya sabían perfectamente la veracidad de esa afirmación, no por estudios científicos, sino por realización directa de la Verdad.
Quedarse en el estudio del mundo exterior, aun con el apoyo de la ciencia más avanzada y sofisticada, es quedarse en la superficie de la vida. Ya sea que flotemos sobre el océano agarrados de un tronco o en un crucero de lujo, seguimos en la superficie y no tenemos idea de lo que hay en las profundidades.
“Bucea”, nos dicen los grandes, “llega al fondo del océano de tu corazón y encuentra el tesoro que está escondido en las profundidades. No para regodearte solitariamente con él, sino para traerlo a la superficie y compartirlo con tus hermanos. Si llegaste al fondo, sabrás que tú y tus hermanos son uno y lo mismo, y todo egoísmo, todo sentido de “mío” y “tuyo”, toda diferencia superficial, habrá desaparecido, y no podrás hacer otra cosa que derramarte en amor, compasión y comprensión por la humanidad sufriente”.
He aquí los grandes benefactores de la humanidad.