Sacarías
En Venganzas del Pasado desde el viernes, 02 de noviembre de 2012 a las 02:56 AM
La gente anda a los gritos por la calle, golpeando cacerolas y diciendo que el programa de esta noche va a estar muy bueno.
"2012 : Time for change. El mejor documental acerca del crucial momento que transitamos como planeta (la tierra) "
¿Qué es eso? La película que Dolina no querría ver.
Ya que estaban con Kubrick, yo ayer vi "Eyes wide shut". Tuve un nudo en el pecho desde que empezó hasta que terminó. Aunque esencialemente el tema de la película es el trasero de Nicole Kidman. En algunos tramos se lo muestra explícitamente, pero en general el director alude a él de manera indirecta mostrando los traseros de un gran número de otras muchachas. Yo le doy, 5 traseros sobre 5.
Encima expele tres veces el mismo conjunto de versos. Las tres veces igual. Ya tuvo varios días para contar bien las sílabas y corregir los versos infiltrados de 10 y de 12 sílabas. Que lo traiga bien para la próxima y hablamos.
Hoy fue el octavo programa desde el auditorio Bar del Plata.
Qué cosa. Ayer un público tímido (no apático, sino tímido o quizá primerizo), y hoy apenas unos pocos más pero con un espíritu completamente distinto al de ayer, entusiasmado y expansivo. Ayer no circuló ni un mate, y hoy, para alegría de las pestes contagiosas, era un ida y vuelta de mates, termos y paquetes de yerba. Además, volvieron los bizcochitos, nocivos pero ricos.
Dorio y Barton la llevaron bastante bien durante el primer bloque. Lástima el segundo bloque grabado. Eligieron uno muy largo, o así me pareció, y Dolina llegó como 10 minutos antes de que terminara. No sé si será muy distinta la percepción del programa por radio, pero para los que estábamos ahí creo que fue uno de los programas desde el auditorio donde la pasamos mejor y de donde más alegres nos fuimos.
Como siempre que tengo que volver caminando desde esos andurriales, antes de salir de mi casa sacrifiqué un gallo para Caco, con excelentes resultados. Hoy volví derecho por calle Conesa, rumbo al norte, y crucé las vías por la ignota Virrey Avilés, de la que no tenía noticia.
Algo que advertí en este recorrido fue la mayor presencia de gatos. Las otras noches apenas si vi uno o dos. El gato, cuando es arisco, es una presencia tranquilizadora, porque si huye a nuestro paso significa que nadie ha pasado antes por ahí, ni está apostado para atentar contra nuestra vida. Alerta debes andar, ¡oh, camarada! si al pasar por una calle, usualmente frecuentada por gatos, no sale ningún minino espantado a tu paso.
(Esta observación creo que procede del final de la novela “Islas en el Golfo”, de Hemingway. Ahí los protagonistas remontan un río que corre en medio de la selva, en busca de unos soldados enemigos. Al tomar un recodo, el personaje advierte que no advierte que los pájaros alcen vuelo espantados por el paso de su propio barco. Apenas ha formado este pensamiento, deduce que los enemigos están emboscados en ese recodo, pero ¡ay!, es demasiado tarde. Si no leyeron la novela, no lean lo anterior, pero si oyeron el programa de hoy, saben que en las novelas no importa si sale cara o cruz.)
A propósito de barquitos en los lagos de Palermo. He visto hace poco, para mi eterno asombro, que ahora (no sé desde cuándo será así) ¡hay que llevar puesto chaleco salvavidas! Dios, dios, dios. Le roban todo el poco encanto que podía tener. Es una precaución un poco ridícula, por más que se hayan ahogado varias personas en esos lagos. Más gente muere por la caída de un tiburón, o por ataques de rayos, y no hacen nada al respecto. ¿Qué sigue luego? ¿Casco en la calesita? ¿Hamacas con arneses ajustables? Para tranquilidad de mis prejuicios nacionalistas, en lo que respecta a navegar en botecito a pedales y con chaleco de corcho, quiero creer que únicamente los extranjeros se atreverán a tanto. (“Y esta diapositiva, dear Arthur, es cuando bajamos, con gran peligro para nuestras vidas, por los rápidos del Rosedal; nuestro bote es el que está detrás de esos patitos.”)
Éramos unos 20 en el séptimo programa desde el Bar del Plata. Pero parecíamos menos. Daba la impresión de ser un público muy poco mundano, sin roce. Cuando terminó el primer bloque, Dorio tuvo que decir 2 veces "PAUSA" para provocar los aplausos espontáneos. Dorio también... luego se atragantó con la dedicatoria.
Es la primera vez que veo que nadie deja ni un sólo papelito en las cajas del Sordo ni de los Mensajes. El mate no circuló bien, no hubo bizcochitos, Babieca no trajo pan dulce.
Así y todo el programa estuvo bien.
De salida conocí los alrededores de la calle Crámer, allí donde bordea la vía. El mayor peligro que enfrenté vino de arriba: no se si han notado que desde hace un par de días los jacarandás se están desprendiendo de sus flores. Bueno, estas flores forman una alfombra muy resfalosa. Además, al pisar las flores se oyen, o más bien se escuchan a través de las suelas, pequeñas denotaciones. Son las flores que explotan, y al explotar liberan esa especie de caucho blanco, por no decir otra cosa. Es como caminar sobre chasquibunes fallados.
Bueno, a principios de año pasaron 20 veces el programa de la anécdota del palier del edificio.
Pasa también en la televisión con las series de relleno. (Y -un recuerdo personal- me entristecía que pasara mucho con "Caloi en su tinta".)
El nivel de exigencia profesional llega hasta la obligación de "emitir algo". ¿Serán empleos muy malos, al punto de que no les importa nada lo que hacen?
Yo empecé a oír el programa por intermedio de los 5 o 6 compañeros de la secundaria de los que era más amigo. Esta gente era muy fanática del programa pero no todo su fanatismo se me contagiaba. El último cumpleaños que festejé coincidió con una presentación de Dolina en el teatro (no de las habituales, sino otras que solía hacer los sábados y que eran con entrada paga), mis amigos, llamémosles así, fueron a verlo a Dolina antes que venir a mi cumpleaños.
Bueno, el asunto es que dejé de ver a mis compañeros apenas unos meses. Yo seguía oyendo La Venganza. Cuando volví a ver a mis compañeros, naturalmente debo haber hecho alguna referencia al programa, para tener algún punto de contacto que borrara la distancia que nos habíamos creado. Sorpresa bomba: mis amigos ya no escuchaban el programa, y hasta se referían a él con un poco de desprecio, como si se hubiera vuelto malo de repente.
Esto debe haber pasado en el año 95.
U sea: creo que es más o menos común pensar que uno asiste siempre a la decadencia de las cosas. (Pero pienso en Los Simpsons y todo este argumento se desbarata.) Bueno, en todo caso no hay que descartar esa humana sensación de que el pasado siempre fue mejor.
Noche de luna nueva y quinto programa desde el Bar del Plata. Hoy hubo reparto de planes mate para todos y bizcochitos para todos. Durante los primeros minutos, los “todos” éramos nomás 13, y ya íbamos a sacar palitos para ver quién se iba cuando llegó un montón de gente, en lo que terminó siendo una de las sesiones más y mejores concurridas.
Los bizcochitos durmieron largamente en la bolsa de papel marrón en que los habían traído. El contenido se dejaba adivinar por las manchas húmedas que iban avanzando sobre la bolsa y que pronto amenazarían con extenderse a todo el local. ¡Nadie que diera el primer manotazo! Tuvo que venir uno de los de la producción e iniciar el reparto forzoso. Verdaderos bizcochitos de grasa, muy sabrosos y de tamaño óptimo para agarrarlos de a 3 o 4.
El mate fue otra historia, que habrá que perfeccionar. A casi todas las mesas les llegó un mate con una bombilla, pero sin yerba. Creo que había un paquete de yerba, pero de nuevo la timidez restringió su circulación, lo mismo que la de los termos. Hay algo de cortedad en el público para ciertas cuestiones. Eso cuando no viene el loco del savoir faire y hay que mandarlo a callar.
De regreso probé una nueva vía de escape, tomando primero la calle Freire, entre el patio de atrás de Canal 9 y unos galpones que dicen Distrito Audiovisual. Pronto se camina entre un polideportivo y los edificios y jardines de la UCA, sección ciencias agrarias. (¿Qué corriente seguirán? ¿La abeliana o la cainiana? ¿El agricultor o el ganadero?) Es una calle que rechaza por igual al peatón y al asaltante; le falta emoción. Luego, por Jorge Newbery salvé las vías del ferrocarril y me vi fuera de los confines de Palermo Hollywood, al que solo falta que le caven un foso todo alrededor y le habiliten puentes levadizos.
Dolina cada tanto habla de cuando fue a Londres o a Madrid o a París o a Lisboa, etc., y no se lo juzga menos peronista ni reaccionario. Lo que sí puede decirse del "cuando fui a Londres" es su carácter de pseudo prueba anecdótica, del tipo
"ah, lo que es yo...",
"ah, la vez que a mí...",
"sin ir más lejos, a mi cuñado...",
que ya se sabe lo que vale.
Cómo estarán de mal en "espana" que ya hay racionamiento de virgulillas.
Buscando la emulación de mis congéneres, aquí dono algunas en forma desinteresada:
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No me importa nada quién firma la nota. Lo que dije es que veo una relación entre los malos argumentos y lo de decir que un texto NO es anónimo cuando al mismo tiempo no está firmado por nadie.
Si el autor del blog quiso decir que los textos no se escriben solos, entonces lo dijo muy mal.
Repito la espléndida frase: "¿Qué elección hay que ganar, si nadie votó para que hagan lo que hacen?". Para relacionarla mínimamente con LVST, puedo decir que es de la misma cabeza del que manda mensajes al programa diciendo "¿Qué es lo que pasa que ahora las minas ya no le dan bola a nadie?" Hagan las prueba de mandar ese mensaje y oigan después la respuesta de Dolina.
Ay, ay, ay, una discusión en un foro de lo internet, qué emoción.
"¿Qué elección hay que ganar, si nadie votó para que hagan lo que hacen?"
Bárbaro cómo argumenta el que escribió esa nota; algo que ya se ve en que al costado del blog diga "NINGUN TEXTO ES ANONIMO" cuando ningún texto lleva firma.
Un ejército de encuestadores obtuvo la siguiente cifra en boca de urna: 30 almas presentes. De manera que hoy hubo más gente. Pero, vaya a saber uno por qué, el ambiente era un poco más triste. Quizá porque las velitas (no sé si alguien se encarga de apagarlas cuando termina el programa) parecen ahora las llamitas que en la pampa señalan las osaturas. Yo mismo, siempre proclive al buen humor y al dicharacho, fui influido en tal forma por la atmósfera que me dije: “Esta noche, ***, puedes escribir los versos más tristes de tu vida”. Y así, aunque con disimulo (ya que se charlaba con desdén justo acerca de eso), burilé una ‘Elegía a la muerte de la señora de Andrés’, en versos de seis sílabas con estrambote.
Para los que sienten genuino interés en que de una vez por todas me apunte con una cruz en el Mapa del Delito de De Narváez, siguen estos ‘apuntes del caminante’: la verdad es que hoy ya no esperaba que el camino de vuelta pudiera ofrecer nuevas emociones. Túneles, puentes, basurales y descampados, galpones y hoteles boutique… creía haber agotado ya todas las formas de la desventura. Pero Allah es grande y sabe más.
Descartada la parte de atrás del Mercado de Pulgas, reservada para alguna noche de lluvia, tomé derecho por Dorrego, hacia Santa Fe.
‘Manuel, Manuel Dorrego, General Manuel Dorrego (invoqué), si Jorge Newbery, quien no hizo más que cruzar a nado la cordillera, tiene su propio puente sobre las vías, tú, ¡oh, Manuel!, ¡oh, Manuel Dorrego!, que por Lavalle diste tu sangre espesa, debes haber merecido la gracia de una calle recta y despejada’.
Qué contradicción, entonces, comprobar que tal no aconteciere y que, lo mismo que un Santos Dumont (inventor de la goma) o que un adocenado Matienzo, Dorrego se ve interrumpida por las vías del tren, sin posibilidad de paso. Los Amigos de la rúa Lavalle (epa, como gambeteo la rima) deben haber movido influencias.
Mas demostrando aquello de que Dios quita con una mano lo que te da con la otra (de donde se desprende que Dios es bípedo y no como lo imaginan los indios), parado en la esquina de Dorrego y Soler, por la calle Soler de pronto vi aparecer un puente. Un puente, señores, que tiene la apariencia de haber sido construido más para trenes que para autos: es la clásica estructura de vigas de fierro, formando trapecios muy largos por la base. A los costados del paso destinado a los autos, se prolongan dos pasarelas, demasiado estrechas, demasiado enjauladas al modo de las pajareras del zoológico, cosa de que la gente no tenga el capricho de darse muerte ahogándose bajo las vías del tren.
La subida para los autos es un declive suave y extenso. Los peatones, raza más emparentada con la cabra montés de lo que jamás podrá estarlo un auto, deben caminar una media cuadra más antes de llegar a la escalera que los deposita sin más preámbulos en el puente. A cada costado del puente, esa media cuadra está limitada, a un lado, por el muro de la rampa para los autos, y al otro, por una serie de casas en estado de descomposición.
Ahora bien, algo que sin duda aumentó la emoción de este nuevo camino es que, ya bien entrado uno en el callejón que conduce a la escalera peatonal, está la sorpresa de un túnel que, por debajo, conecta ambos lados del puente, como si el arquitecto hubiera tenido un berretín de último momento. Tipográficamente, ese pasaje sería como la barra horizontal de una hache mayúscula, simbolizada como es uso por el caracter H. Produce alguna consternación caminar por una pata de la H, creyendo con toda el alma que estamos transitando uno de los palitos de la inconexa doble L minúscula, l l, y descubrir tardíamente el túnel entre las dos patas verticales, siendo que aparece de repente y uno nunca ve más que un pequeño ángulo cada vez. No es hasta llegar propiamente a la boca del pequeño túnel que éste puede verse por completo, sin puntos ciegos. Lo menos que puede esconderse ahí es un tigre de bengala, y no lo verás hasta no tenerlo en las narices.
Aquellos niños que deseen pasar una noche entretenida, no tienen más que colocarse en silencio en mitad de este túnel y salir de improviso al oír pasos. Un disfraz de niño de Écija mejorará muchísimo el efecto.
(Lo que decía el poema: ‘Elegía a la muerte de la señora de Andrés’
El señor Andrés
Se puso furioso,
Tomó a su mujer
Y la tiró a un pozo.
Debe escandirse con tonada de versito de carnaval.)
¿Qué tiene que ver la S.U.T.E.R.H.?
uuuuuuuhhhhh, mientras lo dictaba no me pareció tan largo.
Los crudos números: Ni primero ni segundo. Tercer programa desde el Bar del Plata. Nos sentamos y éramos 11, contando a Dolina a Barton y a Dorio. Los 8 del público estábamos distribuidos en 2 mesas, a razón de 4 por mesa, lo que en un auditorio que tiene una docena de mesas da la impresión de lugar desierto. Yo estuve ahí, yo lo vi: mientras sonaba la cortina de la apertura, Dolina miró a la concurrencia, lo miró a Dorio y le hizo un gesto significativo, que acompañó de palabras ídem.
Tanto dramatismo, sin embargo, duró poco, o fue aliviado, al menos pasajeramente, por la entrada en estampida de otras 10 personas, que se habían entretenido en la puerta firmando el libro de visitas de la radio.
No es extraño que mientras esperábamos para entrar los 8 que éramos al principio, el tema de conversación fuera acerca del renglón ‘colectivos’, sus recorridos e idiosincrasias, sus pros y sus contras, y sobre la ventaja circunstancial de vivir a 6 cuadras de la radio. ¡Ay!, yo callaba, porque si algo he asimilado, de tanto repetirlo Dolina, es que hablar de recorridos de colectivos es muy poco recherche. Pero debe cerrarse muy fuerte la boca y mucho debe pellizcarse uno los muslos para vencer la tentación de acotar pormenores sobre recorridos y frecuencias, y que usté para dónde va y de dónde viene y que entonces le convendría más el 570, porque lo deja en la puerta de un sinnúmero de lugares interesantes.
U sea: porque era fácil y no requería ningún pensamiento, llegamos a la conclusión de que este lugar, en términos de ubicación estratégica, viene a quedar allí donde la circunferencia de Pascal (cita erudita que suministró la señora del informativo). Lo que lleva a suponer que ese es el motivo de la poca gente. Yo lo vi a Dolina y me pareció que le susurraba a Dorio que así no iba a seguir la cosa. No tuve que destripar ningún pajarito, sólo dejarme llevar por la sugestión prejuiciosa y por mi propia angustia de espectador.
Sección informativa "Los consejos del caminante": seguí hoy con mi degustación de las varias maneras de rumbear, grosso modo, hacia Cabildo y Juramento. Si ayer el túnel peatonal bajo las vías de Carranza recordaba la película "Irreversible", hoy el paso frente a unos monoblocks en la calle Conesa remitía a la película "Milagro en la Calle 8", pero en versión noir y con final triste. Elegí la calle Conesa, esta noche, porque veía pasar muchos camiones y me pareció que sería menos solitaria. Ahora bien, pronto se hizo evidente que, para los camiones, la calle Conesa no era un medio sino un fin, fuera esto o no éticamente reprobable por la Asociación de Amigos de la Calle Conesa, sita en av. Huidobro. El asunto es que no tardé en dar alcance a las postrimerías de una larga fila de camiones, a cuyo extremo iban a sumarse los que seguían llegando, siempre a una velocidad mayor de la que era capaz de absorberlos el lugar al que se dirigían, que a la sazón se confundía con la propia dirección de mis pasos. Me dije que, a ese ritmo, los camiones pronto llenarían el universo observable y que mucho sangra el corazón del que tiene que pedir. Menos por el sentido de la vista, inútil en esos andurriales, que por el del olfato, potenciado a causa de la oscuridad como el de un perro ciego, inferí que eran camiones de basura, pero el motivo de su peregrinación en fila india se me hacía misterioso. ¡Haber adivinado que en esa cuadra la A.E.S.A. tiene una fábrica de basura, y que a las 2 de la mañana los camiones pasan a retirar los pedidos que deben entregarse a primera hora! Aun peor: como yo caminaba entre la fila infranqueable de camiones y la pared de un edificio poco menos que infinito, no pude ver que la calle Conesa discretamente se bifurcaba, transformándose una de las ramas en una calle interna del complejo productor de residuos domiciliarios marca A.E.S.A. ¿Y después cómo explicar que se había tratado de un error y que por más basura que aparentase era sólo un peatón que había dado el mal paso? Por suerte, ni fueron tantas las explicaciones necesarias ni tampoco fui atropellado gravemente al tratar de regresar a la verdadera calle Conesa.
Después de esta experiencia, el cruce del puente sobre las vías por Jorge Newbery fue algo menor, y del resto del camino sólo debo consignar que tanta alerta amarilla, tanto tomar agua para pasar el rato, tanta hidratación promovida a punta de pistola, revestían a cada rincón hospitalario y a cada anchuroso árbol con los colores más lisonjeros. Como en la conversación sobre colectivos, también triunfé de esta difícil prueba y emergí fortalecido.
Primero, no. Segundo programa desde el Bar del Plata.
Llegué a la misma hora que el jueves pasado y, contrariamente a lo que esperaba, había sólo 6 personas (5 de las cuales eran Tom Lupo), cuando a la misma hora la semana pasada ya había unos buenos 20 metros de cola. Como éramos tan poca cosa, nos dejaron pasar a tomar el fresco dentro del edificio de la radio, fuera del rayo del sol. Otra vez tuvimos que dar nuestras señas a los hombres de la puerta. Así, el día de mañana, esto puede costarnos un cargo político en algún ministerio. Mucha de la gente que esta vez no vino, es probable que haya tenido ese recelo.
En fin. Poca gente, pese a los esfuerzos de Tom Lupo, que se mezclaba entre varias mesas, según la estratagema de Pancho Villa, quien apostaba escopetas de palo y sombreros de mariachi en las troneras de su fuerte, pero sin el concurso de soldados. A la luz de las velitas sintéticas, ya repuestas, parecía que se avecinaba un programa depresivo, pero por suerte no fue así.
¿Qué más les puedo decir? Los consejos del caminante: esta vez renuncié a regresar pasando por las soledades de Góngora de la calle Zapiola, y exploré en cambio las posibilidades que ofrece la calle Arévalo, hacia Santa Fe. La calle Arévalo desemboca directamente en la estación de trenes Carranza, donde se configura algo así como un muro de Berlín. Si uno va a dar del lado incorrecto del muro, a las 2 de la mañana, mejor rehace su vida, se organiza según los usos del respectivo lado y renuncia para siempre a visitar a los que viven del otro. Hay, sin embargo, una salida a esta situación, a saber: aventurarse y atravesar un túnel, en cuya entrada tu imaginación proyectará en letras catástrofe el título “Irreversible”. Entre dar un rodeo de 3 o 4 cuadras y atravesar un breve pero ominoso túnel, donde probablemente te maten, te violen y luego te quemen vivo, la elección es clara: el túnel.
Qué calle, qué pasaje, qué paso a nivel puede sobrepujar en horror a la calle Zapiola y a los túneles bajo la estación Carranza. Mi candidato para la próxima, hasta ahora, es el puentecito de la calle Jorge Newbery a la altura de Amenábar.
Acabo de volver, a pie. La experiencia me permite aconsejar, a los que vuelvan hacia el norte y amen las experiencias fuertes, tomar por la calle Honduras (luego Zapiola): entre Concepción Arenal y Matienzo, unos 200 metros de tinieblas, flanqueados por un descampado y una planta transformadora, de la que solo se adivina el zumbido, proporcionan una sana intranquilidad. En mitad de la calle, un taxi parado y vacío, bajo la última columna de alumbrado, señala la entrada en lo desconocido: si uno adelanta el brazo, ya no lo ve. Y de pronto, ya internados en la oscuridad, a la derecha, una pantalla de celular traza volutas en el aire. Pero, obviamente, no pasa nada.
El programa estuvo muy divertido. Parecía un verdadero café concert. Dolina, muy contento, te recibía en la puerta con una copa de champagne; Barton colgaba de otra, pero no convidaban. Me da la impresión de que no nos invitaron a todos al vernisagge.
El lugar es despojado: se entra por un tosco boquete en la pared, pero artificialmente simétrico y de altura suficiente. Tres paredes blancas recién pintadas, piso de cemento y al fondo una cortina negra con un cartel de la Venganza definen un prisma de unos 10 por 15 metros, de la altura de un edificio de 1 piso o 6 coches sedán uno encima del otro. Una docena de buenas mesas de plástico y sillas ídem, contagiadas del estilo de la zona, y una velita de imitación en cada mesa (que nadie habrá sustraído al retirarse) completaban el cuadro de los objetos inanimados, amén de los muchachos de la producción y de la parafernalia propia del programa. Entrarán unas 50 personas, que eran más o menos las que había. Extraños y conocidos sentados a la misma mesa, pero sin confraternizar. Después del primer bloque prendieron las luces sobre el público y de café concert pasamos a patio de club, lo que estuvo bien.
No da la impresión de ser una radio que pase penurias. Afuera del auditorio había una pileta, vaya a saber uno para qué. Probablemente Barton hiciera pie.
Detalle de color: antes de entrar nos censaron, con nombre, apellido y composición del grupo familiar, y que con quién habíamos pasado la noche.
Pequeño traspié técnico: cuando Dorio terminó su dedicatoria hubo aplausos y el operador vio en eso la señal para mandar el tema, que fue sin presentación previa.