Krank vor Liebe
En Venganzas del Pasado desde el martes, 13 de septiembre de 2022 a las 04:16 PM
Aunque ya no oigo programas recientes por muchos motivos, quiero felicitar a quien escribe los índices por la minuciosidad de los mismos (de los mismos índices). Además, quien sea capaz de acentuar las vocales mayúsculas y mencionar a Cole Porter podrá considerarse mi amigo. (Bah, conocido, amigos no tengo.)
¿Cómo que Rolón no está más con Dolina? ¿Y ahora de qué vive? Creo que me perdí un par de programas.
Me gustó tanto el mensaje de bienvenida para el contestador en este audio (marcas de tiempo 2:48 a 3:19) que recorté risas y aplausos y lo grabé en mi propio contestador, cuando el teléfono fijo era aún el medio principal de comunicación; a la semana me vi obligado a cambiarlo porque mis amigos y clientes carecían de todo sentido del humor.
De paso, casi todos los hogares en Seattle, WA (una de las ciudades con calidad de vida más alta en el mundo) conservan todavía las líneas telefónicas fijas, y siguen siendo usada por personas de todas las edades; a los argentinos (los mejores en todo, siempre a la vanguardia, la NASA y Silicon Valley ya hubiera cerrado si no fuera por los científicos argentinos, etcétera) puede parecernos una señal de atraso, pero es exactamente lo opuesto. Quizá nuestro único criterio de calidad de vida se limita al consumo de electrodomésticos de última generación, como ocurrió en una época bastante cercana que prefiero no recordar.
Rolón, 2006 (marca de tiempo 16:12):
Dolina —Estuve así de que [Angelina Jolie] me adoptara.
[...]
Rolón —Un poquito más morocho y lo adoptaba.
Rolón, 2024 (no importa la marca de tiempo, da exactamente lo mismo):
No, pero, a ver, no, mirá: todos los vínculos requieren de un manejo inteligente; hay temas que uno sabe que con determinadas personas no puede hablar ni tiene que hablar, ¿para qué? No vamos a discernir nada.
El tiempo finalmente cargará con todos nosotros; pero antes, cometerá la crueldad de dejarnos sin uno solo de nuestros héroes.
Paso por un momento para reiterar que siento asco por la autoayuda berreta de Rolón, aprovechador de ignorantes y desesperados. Caer en los peldaños inferiores de nuestros destinos es inevitable, pero acciones como las de Rolón deberían estar contempladas por el Código Penal argentino.
Ya que mencioné al Sordo Gancé, quiero dejar constancia de cuán presente estuvo Dolina por aquí.
En mi ciudad ensayaba una banda aún sin nombre, recién armada por prueba y error (ese proceso darwiniano aplicable a las bandas que aspiraban a tener algún éxito comercial que permitiera a sus integrantes vivir de eso, o al menos pagar la luz y las expensas); sonaba muy mal. En ese tiempo no sabíamos que esos ensayos que duraban demasiadas horas eran contraproducentes; al final se cometían errores que no ocurrían al principio, los músicos querían irse a cualquier parte, el humor era pésimo, etcétera. En el medio de un tema, el tecladista paró en seco y dijo: «Loco, esto está sonando como el Sordo Gancé» (naturalmente, aquel Sordo Gancé del teclado polifónico Don Ernesto, que se tocaba con un solo dedo: este); absolutamente todos comprendieron al toque la referencia, y la banda terminó llamándose Los Arnaldos. Ignoro si Dolina se enteró alguna vez de ese arduo homenaje; supongo que no le hubiera hecho mucha gracia, pero en el fondo era una demostración de afecto.
Hace más de veinte años escribí a LVST para pedir que Dolina dedicara un bloque a Brecht y Weill (sí, autocorrector, sí: Weill como en compositor alemán, no weil como en porque), y desde entonces repetí ese pedido incontables veces; hasta donde pude oír, esos mensajes nunca fueron leídos. Sí recuerdo esa vez (quizá hubo más de una) que al Sordo le pidieron un tema de Louis Armstrong, y Dolina tocó una caricatura infame de la Moritat. Tuve la sensación que, a pesar de sus referencias superficiales a Brecht, todo ese asunto era completamente ajeno a Dolina. Una lástima: se perdió la oportunidad de musicalizar un bloque con September Song.
El éxito de Kurt Weill fue tan extraño como invisible; a pesar de haber estado a la altura de los mejores compositores de todas las épocas en casi todos los géneros (populares y cultos) y de haber compuesto algunas de las canciones más populares de la historia, fue como uno de esos actores de reparto que todos reconocen en las películas, pero que nadie sabe cómo se llaman o quiénes son; por otra parte, haber quedado a la sombra de Brecht no fue lo más conveniente para él, aunque no haya sido intencional por parte de Brecht. Tampoco fue oportuno haber sido hijo notable de un jazán de sinagoga en pleno ascenso del nazismo, que ya lo tenía en la mira desde mucho antes de llegar al gobierno. Qué importa todo eso, fue feliz con Lotte Lenya. No quería hablar de Weill, pero la tentación es más fuerte que yo.
En otro orden de cosas, ya que mencionaron al pasar la gesta heroica y la gran Malvinas de Galtieri, quiero decir algo que tengo atragantado desde hace rato.
En 1981 cursaba el último año del secundario (eran seis años en esa escuela técnica, que también fue centro clandestino de detención); uno de mis compañeros, el Negro Valdéz, era sobrino de un oficial que había muerto en un ataque al Batallón de Comunicaciones 121; por ese motivo, lo invitaban a las cenas de camaradería que se hacían ahí. Un día, el Negro me contó de la nada que en esas cenas se hablaba abiertamente del plan de Galtieri para tomar Malvinas y aprovechar el golpe de efecto para llamar inmediatamente a elecciones, con el propio Galtieri como candidato civil a la presidencia. Ese año me tocó la revisación para la colimba; aunque había sacado número bajo en el sorteo, quise asegurarme de salvarme declarando una enfermedad inventada (asma), y conseguí el apto condicional; el médico militar me explicó que si tenía un ataque de asma durante el baile en el baño a la madrugada, inmediatamente me daban la baja; por supuesto que eso no podía ocurrir porque no era asmático, pero estaba dispuesto a simularlo. Quería llegar a esto: ese mismo médico me dijo: «¿Qué problema te hacés? Tenés número bajo; con eso, solamente hacés la colimba si hay guerra, y ¿con quién se va a poner en guerra la Argentina?».
Sin embargo, el Negro Valdéz, tan insignificante como yo mismo, estaba mucho mejor informado; la jugada de Galtieri no era ni tan secreta (todos la conocían, aunque nadie la creía posible) ni tan patriótica: solo buscaba prolongar indefinidamente la tiranía blanqueándola con una formalidad democrática. (Creo que hasta el loro lo hubiera votado en ese 2 de abril.)
Estuve bajo bandera durante los últimos 29 días de la guerra; no se me ocurrió ninguna forma de escaparme (nadie podía saber hasta cuándo podía prolongarse esa guerra), y los castigos por deserción incluían la pena de muerte por ejecución sumaria. (Ignoro si se aplicaba en la práctica, pero tampoco tenía interés en enterarme en carne propia.) Lo que viví durante esos días es irrelevante porque no fue distinto a lo que le sucedió a cualquier otro colimba en esas circunstancias.
Por todo esto, cuando oigo los discursos políticos sobre la gloriosa gesta de Malvinas, recuerdo que solo fue un truco de los militares genocidas para deshacerse de sus socios civiles (que estaban a punto de pegarles una patada) y quedarse con el poder por muchos años más, quizá de forma vitalicia. Galtieri no vaciló en sacrificar todos los pibes que fueran necesarios para quedarse en la presidencia con los suyos. Cada vez que recuerdo el chauvinismo ciego de esos días que se extiende hasta hoy, se me revuelve el estómago; supongo que seré un apátrida. Nunca dejaré de despreciar a esos patrioteros histriónicos que se hacen los machos por unas islas que jamás visitarían porque sienten mucho frío con solo imaginarlo, pero que al mismo tiempo reciben servilmente y con alfombra roja a Laura Richardson para que se lleve su (nuestro) litio. Argentina, qué difícil se hace quererte.
Estuve por decir algo sobre Cristina Kirchner y su enciclopedia de errores, negligencias y arrogancias, pero lo dejaré para otro día.
¿Por qué salió Weil en lugar de Weill? Estúpido autocorrector.
¿Que si me gusta Kurt Weil? ¿A mí me preguntás si me gusta Kurt Weil? No, ¿quién es?
Tengo una especie de obsesión patológica por la música de Weil y la obra de Brecht; de hecho, con mi amigo Claudio Garbolino intentamos hace unos años (muchos, demasiados, cualquier número de años siempre es excesivo) poner en escena una versión literal de Die Dreigroschenoper cantada en alemán, con subtítulos en castellano en pantalla LED; queríamos hacerlo porque las adaptaciones musicales y teatrales de esa ópera cruel (en castellano o en inglés) son siempre edulcoradas o falseadas con finales felices, además de estar plagadas de errores de traducción. (Por ejemplo, la línea de Die Moritat von Mackie Messer que dice: An 'nem schönen blauen Sonntag, liegt ein toter Mann am Strand siempre es traducida como: en un hermoso domingo de sol hay un hombre muerto en la playa, e inmediatamente se informa que Mackie Messer está a la vuelta de la esquina; ese sinsentido ocurre porque se confunde el nombre de la calle Strand en Londres —donde transcurre la acción— con la palabra alemana que significa playa. La suma de muchas literalidades como esa logra que algunas escenas se vuelvan incomprensibles en otros idiomas.)
Por desgracia, Claudio, su hermano Hugo y su padre Carlos tuvieron la pésima idea de morir durante la pandemia, unos meses antes de que la vacuna estuviera disponible; fueron grandes amigos, y también socios y compañeros de gloriosos fracasos.
El hecho es que aún puedo tocar de memoria todas las canciones de esa ópera, cosa que hago casi diariamente; así de presente está Kurt Weil en mi vida. (Mi favorita es Zuhälterballade por lo que tiene de tango y habanera, pero también me divierto mucho con Kanonensong y Die Ballade von der sexuellen Hörigkeit; de esta última canción recomiendo la versión de Nina Hagen, que entendió bien por dónde andaba la cosa.)
Siento que Dolina, a pesar de haber mencionado tantas veces la técnica del distanciamiento, nunca haya dedicado un segmento a Brecht y a Weil; hay mucho para hablar ahí. Siento que Cora Barengo no haya reparado nunca en Elisabeth Hauptmann; quizá no la considere lo suficientemente sorora como para ocuparse de ella. Siento que nuestro progresismo —ese que riega siempre fuera del almácigo— recuerde a Brecht por cosas que jamás escribió (como aquello de «cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio porque no era comunista»); también Brecht deploraba que lo recordaran solo como el autor de la frase «primero está la comida, la moral viene después». Siento que están golpeando la puerta; no salgo ni loco, seguro que son los mormones.
Gracias, Mariela, por visitar ese catálogo de torpezas y arbitrariedades que es ese canal de YouTube; en realidad, le sirve a mi novia para aprender algo de castellano mediante letras de canciones traducidas (estuve por escribir pareja, pero me arrepentí; los atorrantes y ordinarios que no se psicoanalizan ni leen a Galeano tienen novias, nunca parejas). Ella está ahora en Alemania (nació ahí), y vamos a casarnos en diciembre; después de eso, quizá vivamos en Berlín, en Seattle, o en un infierno. Cualquiera que fuera nuestro destino común, siempre nos unirán la impuntualidad, la insolvencia económica y la sequedad de la comida vegana.
A propósito, estoy tratando de hacer que el link del FMI que compartiste me pase por la glotis; cuando se me vaya este color azulado, voy a decir algo al respecto (una puteada, supongo). Encima, los tipos que redactaron eso no se ahorraron ni un solo lugar común. En el pie del comunicado está el número del jefe de prensa; podríamos llamarlo todos para preguntarle si conoce a Miguel Espeche, aunque parece innecesario preguntarle por Caputo.
Agrego: cuando hablo de enamoramiento por los motivos correctos, me refiero a lomo, gambas, etcétera. Hay otras cosas, claro, pero no interesan a nadie.
«¡Es sucia!» (Stronati, marca de tiempo 10:01); de esas dos palabras puede destilarse maldad químicamente pura de vieja de barrio o de pueblo. Reconozco que no hace tanto tiempo desde que comprendí la importancia humorística de esas brevísimas intervenciones de Stronati (también las de Rolón, claro, cuando no caía en la trampa del personaje psicoterapeuta); quizá por eso me cuesta tanto oír la torpeza y la lentitud de muchos de los compañeros posteriores de Dolina.
Aquí está el programa en que Dolina hace un comentario sobre la miniserie británica Connections, creado y conducido por el divulgador científico James Burke, el chabón de anteojos (segundo audio, marcas de tiempo desde 14:00 hasta 18:36).
La serie ya era algo antigua en 1987; sin embargo, tenía técnicas de narrativa y edición muy heterodoxas para la época. Pero lo interesante está en las virtudes y defectos que señala Dolina; creo que comete una pequeña injusticia al decir que es peligroso saltar de un tema a otro sin profundizar en ninguno (lo novedoso de esa serie fue precisamente la recreación de los procesos caóticos e impredecibles de algunos desarrollos tecnológicos, como aquel que comienza con la batalla de Hastings y termina con la invención del radiotelescopio). El objetivo de Burke, Sagan y divulgadores similares no era dar cátedra por televisión, sino estimular curiosidades.
Al mismo tiempo, Dolina habla sobre un sesgo que sigue vigente, aunque blanqueado en su forma políticamente correcta: el único modo de hacer bien las cosas es a lo ario, y si es a lo germánico o a lo anglosajón, mejor aún; todo lo que hagan otras razas menos afortunadas será producto del azar o del mero instinto. (No hablo de haplogrupos ni de teorías actuales de la evolución molecular; me refiero a la idea repugnante y anticientífica, muy propia del siglo XIX, de una supremacía racial innata que otorga derecho a cometer cualquier atrocidad para eliminar las amenazas a su espacio vital.)
Cuando se habla sobre la invención de la imprenta, nunca aparece el nombre de Bi Sheng, sino el de Gutenberg; cuando se habla sobre análisis matemático, aparecen automáticamente los ilustres nombres de Newton y Leibniz, pero jamás el de Madhava de Sangamagrama. Los árabes que ocuparon la península ibérica durante ocho siglos y que se dedicaron a resolver casi todos los problemas de consistencia lógica de la matemática, además de destacarse en casi todas las áreas del conocimiento y la técnica, hoy solo son recordados por el supuesto llanto de Boabdil y la conjetural recriminación de la sultana Aixa. Hoy convenimos en atribuir la primera medición científica de la circunferencia terrestre y el primer desarrollo de la geometría analítica a los descendientes de las tribus arias que invadieron la Hélade, pero la evidencia para sostener esa convención pertenece más al ámbito de la fe poética que no al del rigor histórico (en el supuesto de que pudiera existir algo como eso).
Hace un tiempo hablamos aquí sobre sujetos como Steven Pinker, que defienden a muerte la superioridad moral del capitalismo; para ellos, cualquier otro sistema de producción está necesariamente ligado al genocidio, a la corrupción, a la violación sistemática de derechos humanos, etcétera; al fin, creo que comprendimos que Pinker no hablaba en realidad del capitalismo (al que jamás define), sino a otra cosa más difusa y perversa que en otras épocas se llamó estilo de vida occidental y cristiano (lo opuesto a todo lo que hacen los chinos, los rusos, los coreanos y otras razas poco confiables). El conflicto no está entre el capitalismo y el socialismo, sino entre la raza superior (que ahora tiene la precaución de prescindir de uniformes negros y botas brillantes) y el resto del mundo.
Por cierto que nadie podría acusar con alguna seriedad a James Burke, a Richard Dawkins o a Carl Sagan de racistas (sí podría hacerse una excepción con Pinker, pero esa es otra historia); sin embargo, no podemos negar que también ellos cometieron (muy de vez en cuando e involuntariamente) el sesgo que menciona Dolina en este audio.
«Permiso, voy a pasar al baño a saludar, a saludar a monseñor» (marca de tiempo 10:00). Estoy seguro de que nunca nadie homenajeó así a Borges en los medios; en general, prefieren hacerlo con el barroquismo relamido de Carlos Argentino Daneri.
Ciudadano32, todos conocimos por lo menos un ejemplar de los personajes barriales de Dolina; hablo de quienes hemos vivido en barrios serios, no como estos de ahora en que todos se llevan bien y hacen car pool para llevar al Jonathan a la escuela privada que está a 70 cuadras, donde por supuesto estacionarán en triple o cuádruple fila para que el Jonathan (disfrazado de colegial inglés) no tenga que caminar tanto. El tipo que salía a la calle para festejar el año nuevo vaciando al aire uno o dos tambores de su S&W 60 era una realidad muy frecuente; quizá sabía que esas balas de plomo volvían fatalmente al suelo a velocidades de 160 a 500 kilómetros por hora dependiendo del ángulo del disparo, pero no le importaba porque era año nuevo. Eran otros tiempos, naturalmente mucho peores que estos.
En otro orden de cosas, la primera vez que oí la atroz palabra empoderar, pensé en Michelle Obama y me pregunté si estábamos a punto de importar problemas que no teníamos hasta ese momento; la respuesta no tardó en llegar.
Mariela, decidí no ir a esa entrevista con la licenciada Silvia G.; a último momento me pareció un acto fútil y hasta un perjuicio para mí, porque a pesar de tener las herramientas para demostrarle que en eso tengo razón (o mejor, que estoy aproximadamente en lo cierto y que ella esta exactamente equivocada), hubiera quedado como el idiota que fue a molestar a la buena doctora, que estaba muy ocupada practicando con su sobrinito de cinco años el golpe al parietal izquierdo del neurótico obsesivo con el amansalocos que compró por Mercado Libre. Además, la sociedad, adherente al principio conservador (lo que acostumbra ser, debe seguir siendo), ya tomó partido; cualquier objeción será ignorada o castigada. De todos modos, tuve la delicadeza de enviarle antes un mensaje por WhatsApp: «Estimada Lic. [apellido real], le pido disculpas por solicitarle la postergación de la entrevista de esta tarde; me será imposible asistir por motivos ajenos a mi conocimiento, y además porque me salió una forclusión en la ingle que me tiene loco de dolor. Gracias desde ya por su comprensión y amabilidad». Me dejó en visto, así que me parece que allá, en lo más profundo de la bruma de su mente lacaniana, sospechó que la estaba cargando. (Juro que esto es verdad; odio que lo único que pueda hacerse en contra de esta gente se limite a burlarse de ella, y hasta eso puede ser legalmente arriesgado.)
Cambiando de tema, me alegra que te hayas enamorado de tu marido por los motivos correctos, aunque eso de las frases de Dolina quizá era innecesario.
Sobre el progresismo local, ver la referencia a Michelle Obama.
Reencontré y volví a perder un programa de 1987 en que Dolina hace un comentario interesante sobre la miniserie británica Connections, creado y conducido por el divulgador científico James Burke; quería decir algo al respecto, pero no tendría sentido sin el audio de referencia (con el audio también carecería de sentido, pero un poco menos). Volveré apenas lo encuentre nuevamente; creo que, a pesar de tantos años, aún tiene alguna vigencia.
Nada especial en este tramo, excepto por la alegría contagiosa de los tres; Dolina se tienta hasta las lágrimas con sus propios chistes, que no son ni por lejos los mejores. Estos tipos estaban felices en serio esa noche.
Marca de tiempo 4:12:
Dolina —Animales específicos representan características específicas.
Stronati —¡Animal específico, el gato!
Me parece una de las intervenciones más felices de Stronati: correcta en un sentido lógico, hilarante por su enunciación, sorprendente por el perfecto timing humorístico. En realidad, casi no hay programa con Stronati que no tenga al menos una de estas participaciones breves, maliciosas y de una eficacia cercana al cien por ciento.
Pero eso es una excusa para decir otra cosa. Ya pedí una entrevista personal con la licenciada Silvia G., quien tuvo la feliz idea de dejar su volante con la oferta de sus servicios pseudoterapéuticos en la puerta de mi casa; naturalmente que oculté sus datos reales para no comprometer en ningún sentido a este sitio. (Siempre tengo en cuenta la posibilidad de que esas personas inicien acciones legales, algo que sucede con mucha frecuencia; se trata de personas muy susceptibles y muy tolerantes hasta que alguien contradice una sola de sus palabras.) Me haré pasar por familiar de una persona que necesita de su ayuda profesional; a partir de ahí la llevaré hasta donde ya no pueda defender sus métodos (por supuesto que grabaré la entrevista). Llevaré también una hoja impresa con todas las respuestas que me dará para sostener sus falacias (que conozco de memoria) y se la entregaré un momento antes de irme. Nada que no haya hecho antes cientos de veces con otros vendedores de ungüentos mágicos y sanadores de palabra.
¿Sirve eso para algo? No, definitivamente no; esa es una guerra ya perdida hace mucho tiempo. Poco después de promulgada la ley n.º 26.657 (Ley Nacional de Salud Mental), pregunté en Twitter al autor de esa norma (cuyo nombre también omitiré) si su futura reglamentación excluiría finalmente al psicoanálisis de las prácticas aceptables, ya que el texto de la ley garantizaba el derecho de las personas con padecimiento mental a una atención basada en fundamentos científicos ajustados a principios éticos; la respuesta del licenciado —psicoanalista, claro— fue el bloqueo. (Ah, los guapos de las redes, tan valientes con el silenciamiento, el reporte y el shadowban como Juan Muraña con el cuchillo.)
El psicoanálisis en Argentina ya fue consagrado popularmente como la psicoterapia curativa por excelencia (todo lo demás se limita a atacar el síntoma, como asegura Rolón que hacen los médicos), y contra eso no hay mucho que hacer; por otra parte, es una de las pocas pseudociencias que pueden enseñarse en las universidades y luego aplicarse legalmente (por décadas y a precio de oro) a pacientes que necesitan con urgencia tratamientos basados en evidencia científica y clínica.
Nunca tuve la intención de poblar este sitio con críticas al psicoanálisis (en general inspiradas por Rolón, absolutamente incapaz de callar sus estúpidas digresiones lacanianas hasta en un tramo humorístico sobre el cumpleaños del Rulo); supongo que ya dije todo lo que tenía para decir al respecto, y no ignoro que el ensañamiento me lleva a repetirme hasta el hartazgo (me aburro muchísimo cuando me releo por accidente).
Usaré algún otro medio para seguir expresando mi odio hacia los miserables y estafadores que usufructúan con la desesperación, el dolor y el desconocimiento de quienes sufren trastornos en principio tratables por medios científicos. (No, un blog no; eso es un anacronismo. ¿Alguien recuerda aquí la blogósfera, el invento que iba a cambiar para siempre la manera de informarnos y que iba a hacer de cada uno de nosotros un periodista y un analista profundo de la actualidad? Muchos siguen construyendo por ahí la dictadura del proletariado; los más fantasiosos hasta llegan a creer que multitudes los leen con atención.) Creo que todo lo que nos queda para hacer (con algún efecto práctico en la realidad) es tratar de disuadir a quienes están más cerca de nosotros de meterse en alguno de esos tratamientos truchos.
Me queda algo para decir sobre el precio del tomate, la dolarización del verdulero y las diferencias entre las reacciones colectivas del 2001 y las actuales, pero lo diré en otro momento (como si hubiera necesidad de decirlo).
A propósito de etapas orales, forclusiones y otros seres imaginarios: curate algo, Silvia.
El 25 de mayo de 1810 ocurrió un golpe de Estado a manos de un grupo que se llamó a sí mismo con el tan ampuloso como contradictorio nombre de «Junta de Gobierno para la Reafirmación de los Derechos Soberanos del Rey Fernando VII». ¿Por qué demonios se festeja el aniversario de la reafirmación de un virreinato, o la preferencia por un imperio en lugar de otro? Como de costumbre, el pueblo nunca tuvo curiosidad por saber de qué se trataba y, a decir verdad, ni siquiera fue invitado a la fiesta. Quizá en ese primer paso hacia la independencia esté la clave de casi todo lo que sucedió hasta nuestros días.
Súbditos reales éramos los de antes, señor.
Estoy completamente a favor de reconocer el insulto como argumento válido en un debate; tiene mayor peso probatorio el indicar la ubicación del burdel donde trabajan la madre y la hermana del adversario que la demostración de sus errores de razonamiento o de cálculo. Lo que me resulta intolerable es la ausencia de originalidad, la falta de imaginación, la carencia de pasión en la diatriba.
¿Qué son esos deplorables quejidos de vieja constipada en batón y pantuflas que se levanta a las seis de la mañana para baldear la vereda y barrer con amargura las hojas que tanto le afean el frente de la casa? ¿Borges se molestó en escribir Arte de injuriar solo para que las generaciones futuras lo ignoraran? ¿Por qué la pereza mental de dar siempre al agravio la fatigada forma «Cuánto X que Y en Z, ¡eh!»? Se han oído difamaciones literariamente muy superiores a esas en la cola de la verdulería del barrio.
Ya que nuestra nación fracasó en todo lo demás, entonces hagámosla grande en ultrajes, líder mundial en humillaciones verbales. Y no, como hermana no tengo, con mis cosas sigo.
Jorge Dorio inauguró en LVST la costumbre de burlarse de miserables, pretenciosos e ineptos que quieren irla de sabios y profundos (somos Legión) con la frase «En la moto, la carrocería sos vos». Alguien tuvo la ardua amabilidad de enviarme algunas páginas del último libro de Rolón. No diré más.
Mariela, creo tener alguna evidencia de que muchos fueron cancelados. Hace unos años, cuando los mensajes de los oyentes se elegían entre los comentarios de la página de Facebook del programa, me bastó con enviarlos mediante la cuenta de mi novia (que era muy linda a pesar de ser mi novia) para que Dolina los leyera todos, sin excepción (datos inútiles sobre el Poincaré matemático y el Poincaré político, digresiones sobre técnicas de composición musical, diatribas contra las pseudociencias, ineptitudes varias, etcétera); comprendí que para Dolina, uno de los criterios de selección era la foto de perfil. Claro que con el paso del tiempo, las políticas de exclusión fueron adaptándose a las modas: la malicia, la ironía y la mala onda (es decir, el humor) fueron erradicados del programa; solo sobrevivieron los mensajes de felicitaciones, saludos y dedicatorias a la abuela Jorgelina.
A propósito de no tengo idea qué, o quizá por la alusión de FernandoWalrus a la afectación de Barton (que no me animé a verificar personalmente), recordé la terca insistencia de este (de Barton) en llamar «Si la cosa funciona» a la película «Whatever Works», que comienza con un maravilloso monólogo de Larry David de donde sale el título. Whatever works es la expresión equivalente a nuestros lo que vos digás, me da exactamente igual, lo que se te cante, ma' sí; es esa aprobación hija del fastidio y la indiferencia, resignación que puede y debe ir acompañada con una elevación de hombros. En realidad, no me molesta tanto la insolvencia de Barton, sino el hecho de que sea tan difícil comunicar hasta las cosas más elementales sin pérdida total. (Tú, que me lees, ¿estás seguro de entender mi lenguaje?)
Sigo oyendo programas hasta el 2007; ese es mi límite (aunque a veces negociable).
Marta Durantini, ignoro si Dolina promovió alguna vez encuentros como los que mencionás; de cualquier modo, supongo que eso no ocurrió nunca. (Y está bien: rodearse de adulones y obsecuentes es una de las peores ideas del universo.)
En lo personal, mis cercanías físicas a Dolina fueron cuatro en total:
Una madrugada fui a la terminal de ómnibus para comprar cigarrillos (en esa época fumaba como un escuerzo, como todo el mundo en todas partes); ahí estaban Dolina y Stronati hablando con un grupo de gente mientras esperaban el colectivo para volver a Buenos Aires (habían hecho el programa en vivo por primera vez en mi ciudad). Me acerqué por un momento para verificar que fueran ellos y después volví a mi casa. (Todas mis anécdotas tienen este mismo interés; debería escribir un libro llamado Futilidades: una vida en vano, por decirlo así, con prólogo de algún tirador de cartas de tarot o algún psicoanalista de televisión.)
Fui a ver el programa en vivo dos veces, la primera por voluntad propia y porque era gratis.
La última vez que Dolina leyó al aire uno de mis mensajes, me acusó de forma insultante de pretensiones de editorializar el programa y no sé qué más. Como ser de luz incapaz de lastimar a otros o guardar rencores (como esos que compran los libros de Rolón), aproveché que Dolina iba a firmar libros en la explanada de un teatro local después de una presentación y fui hasta ese lugar en bicicleta (salvo necesidad especial, mi único medio de transporte); me acerqué al firmante en flagrancia de suscripción y le grité algunos de mis insultos favoritos, no sin preguntarle si no iba a hacerse el guapo ahí. Por suerte, ya reinaban la paz y el amor y la verdad y la patria es le otre y coso, así que solo recibí santurronas miradas de reprobación. (Menos mal, Dolina medía como dos metros y, a pesar de su edad, me la daba como en bolsa si me agarraba.) De cualquier manera, Dolina (que naturalmente ignoraba el motivo de mi agresión) se habrá preguntado a quién habría hecho deudor o cornudo aquella vez.
No siento especial simpatía por Alejandro Dolina (me refiero a la persona, no al artista); aun así, adhiero a ese principio estético atribuido a veces a André Gide, a Marcel Proust o a Marco Denevi: con los buenos sentimientos no se hace buena literatura. (Ni casi nada más, agrego yo.)
Vengo a denunciar un atropello a la libertad de expresión.
Hace unos días, comenté con ternura una conmovedora publicación en la que Gabriel Rolón conmemoraba el nacimiento de su media naranja, si se me permite el frenesí cítrico-complementario.
Para mi asombro e indignación, el licenciado supramentado (escribo mal, pero puedo escribir mucho peor cuando me lo propongo) eliminó mi comentario y me bloqueó en Instagram.
En mi descargo, solo diré que mi respetuosa observación —no indigna de la sutileza de un George Bernard Shaw o un Oscar Wilde— rezaba, no sin laconismo:
Licenciado, usted es capaz de cualquier cosa con tal de ponerla.
No hay derecho.