Krank vor Liebe
En Venganzas del Pasado desde el martes, 13 de septiembre de 2022 a las 04:16 PM
«¡Es sucia!» (Stronati, marca de tiempo 10:01); de esas dos palabras puede destilarse maldad químicamente pura de vieja de barrio o de pueblo. Reconozco que no hace tanto tiempo desde que comprendí la importancia humorística de esas brevísimas intervenciones de Stronati (también las de Rolón, claro, cuando no caía en la trampa del personaje psicoterapeuta); quizá por eso me cuesta tanto oír la torpeza y la lentitud de muchos de los compañeros posteriores de Dolina.
Aquí está el programa en que Dolina hace un comentario sobre la miniserie británica Connections, creado y conducido por el divulgador científico James Burke, el chabón de anteojos (segundo audio, marcas de tiempo desde 14:00 hasta 18:36).
La serie ya era algo antigua en 1987; sin embargo, tenía técnicas de narrativa y edición muy heterodoxas para la época. Pero lo interesante está en las virtudes y defectos que señala Dolina; creo que comete una pequeña injusticia al decir que es peligroso saltar de un tema a otro sin profundizar en ninguno (lo novedoso de esa serie fue precisamente la recreación de los procesos caóticos e impredecibles de algunos desarrollos tecnológicos, como aquel que comienza con la batalla de Hastings y termina con la invención del radiotelescopio). El objetivo de Burke, Sagan y divulgadores similares no era dar cátedra por televisión, sino estimular curiosidades.
Al mismo tiempo, Dolina habla sobre un sesgo que sigue vigente, aunque blanqueado en su forma políticamente correcta: el único modo de hacer bien las cosas es a lo ario, y si es a lo germánico o a lo anglosajón, mejor aún; todo lo que hagan otras razas menos afortunadas será producto del azar o del mero instinto. (No hablo de haplogrupos ni de teorías actuales de la evolución molecular; me refiero a la idea repugnante y anticientífica, muy propia del siglo XIX, de una supremacía racial innata que otorga derecho a cometer cualquier atrocidad para eliminar las amenazas a su espacio vital.)
Cuando se habla sobre la invención de la imprenta, nunca aparece el nombre de Bi Sheng, sino el de Gutenberg; cuando se habla sobre análisis matemático, aparecen automáticamente los ilustres nombres de Newton y Leibniz, pero jamás el de Madhava de Sangamagrama. Los árabes que ocuparon la península ibérica durante ocho siglos y que se dedicaron a resolver casi todos los problemas de consistencia lógica de la matemática, además de destacarse en casi todas las áreas del conocimiento y la técnica, hoy solo son recordados por el supuesto llanto de Boabdil y la conjetural recriminación de la sultana Aixa. Hoy convenimos en atribuir la primera medición científica de la circunferencia terrestre y el primer desarrollo de la geometría analítica a los descendientes de las tribus arias que invadieron la Hélade, pero la evidencia para sostener esa convención pertenece más al ámbito de la fe poética que no al del rigor histórico (en el supuesto de que pudiera existir algo como eso).
Hace un tiempo hablamos aquí sobre sujetos como Steven Pinker, que defienden a muerte la superioridad moral del capitalismo; para ellos, cualquier otro sistema de producción está necesariamente ligado al genocidio, a la corrupción, a la violación sistemática de derechos humanos, etcétera; al fin, creo que comprendimos que Pinker no hablaba en realidad del capitalismo (al que jamás define), sino a otra cosa más difusa y perversa que en otras épocas se llamó estilo de vida occidental y cristiano (lo opuesto a todo lo que hacen los chinos, los rusos, los coreanos y otras razas poco confiables). El conflicto no está entre el capitalismo y el socialismo, sino entre la raza superior (que ahora tiene la precaución de prescindir de uniformes negros y botas brillantes) y el resto del mundo.
Por cierto que nadie podría acusar con alguna seriedad a James Burke, a Richard Dawkins o a Carl Sagan de racistas (sí podría hacerse una excepción con Pinker, pero esa es otra historia); sin embargo, no podemos negar que también ellos cometieron (muy de vez en cuando e involuntariamente) el sesgo que menciona Dolina en este audio.
«Permiso, voy a pasar al baño a saludar, a saludar a monseñor» (marca de tiempo 10:00). Estoy seguro de que nunca nadie homenajeó así a Borges en los medios; en general, prefieren hacerlo con el barroquismo relamido de Carlos Argentino Daneri.
Ciudadano32, todos conocimos por lo menos un ejemplar de los personajes barriales de Dolina; hablo de quienes hemos vivido en barrios serios, no como estos de ahora en que todos se llevan bien y hacen car pool para llevar al Jonathan a la escuela privada que está a 70 cuadras, donde por supuesto estacionarán en triple o cuádruple fila para que el Jonathan (disfrazado de colegial inglés) no tenga que caminar tanto. El tipo que salía a la calle para festejar el año nuevo vaciando al aire uno o dos tambores de su S&W 60 era una realidad muy frecuente; quizá sabía que esas balas de plomo volvían fatalmente al suelo a velocidades de 160 a 500 kilómetros por hora dependiendo del ángulo del disparo, pero no le importaba porque era año nuevo. Eran otros tiempos, naturalmente mucho peores que estos.
En otro orden de cosas, la primera vez que oí la atroz palabra empoderar, pensé en Michelle Obama y me pregunté si estábamos a punto de importar problemas que no teníamos hasta ese momento; la respuesta no tardó en llegar.
Mariela, decidí no ir a esa entrevista con la licenciada Silvia G.; a último momento me pareció un acto fútil y hasta un perjuicio para mí, porque a pesar de tener las herramientas para demostrarle que en eso tengo razón (o mejor, que estoy aproximadamente en lo cierto y que ella esta exactamente equivocada), hubiera quedado como el idiota que fue a molestar a la buena doctora, que estaba muy ocupada practicando con su sobrinito de cinco años el golpe al parietal izquierdo del neurótico obsesivo con el amansalocos que compró por Mercado Libre. Además, la sociedad, adherente al principio conservador (lo que acostumbra ser, debe seguir siendo), ya tomó partido; cualquier objeción será ignorada o castigada. De todos modos, tuve la delicadeza de enviarle antes un mensaje por WhatsApp: «Estimada Lic. [apellido real], le pido disculpas por solicitarle la postergación de la entrevista de esta tarde; me será imposible asistir por motivos ajenos a mi conocimiento, y además porque me salió una forclusión en la ingle que me tiene loco de dolor. Gracias desde ya por su comprensión y amabilidad». Me dejó en visto, así que me parece que allá, en lo más profundo de la bruma de su mente lacaniana, sospechó que la estaba cargando. (Juro que esto es verdad; odio que lo único que pueda hacerse en contra de esta gente se limite a burlarse de ella, y hasta eso puede ser legalmente arriesgado.)
Cambiando de tema, me alegra que te hayas enamorado de tu marido por los motivos correctos, aunque eso de las frases de Dolina quizá era innecesario.
Sobre el progresismo local, ver la referencia a Michelle Obama.
Reencontré y volví a perder un programa de 1987 en que Dolina hace un comentario interesante sobre la miniserie británica Connections, creado y conducido por el divulgador científico James Burke; quería decir algo al respecto, pero no tendría sentido sin el audio de referencia (con el audio también carecería de sentido, pero un poco menos). Volveré apenas lo encuentre nuevamente; creo que, a pesar de tantos años, aún tiene alguna vigencia.
Nada especial en este tramo, excepto por la alegría contagiosa de los tres; Dolina se tienta hasta las lágrimas con sus propios chistes, que no son ni por lejos los mejores. Estos tipos estaban felices en serio esa noche.
Marca de tiempo 4:12:
Dolina —Animales específicos representan características específicas.
Stronati —¡Animal específico, el gato!
Me parece una de las intervenciones más felices de Stronati: correcta en un sentido lógico, hilarante por su enunciación, sorprendente por el perfecto timing humorístico. En realidad, casi no hay programa con Stronati que no tenga al menos una de estas participaciones breves, maliciosas y de una eficacia cercana al cien por ciento.
Pero eso es una excusa para decir otra cosa. Ya pedí una entrevista personal con la licenciada Silvia G., quien tuvo la feliz idea de dejar su volante con la oferta de sus servicios pseudoterapéuticos en la puerta de mi casa; naturalmente que oculté sus datos reales para no comprometer en ningún sentido a este sitio. (Siempre tengo en cuenta la posibilidad de que esas personas inicien acciones legales, algo que sucede con mucha frecuencia; se trata de personas muy susceptibles y muy tolerantes hasta que alguien contradice una sola de sus palabras.) Me haré pasar por familiar de una persona que necesita de su ayuda profesional; a partir de ahí la llevaré hasta donde ya no pueda defender sus métodos (por supuesto que grabaré la entrevista). Llevaré también una hoja impresa con todas las respuestas que me dará para sostener sus falacias (que conozco de memoria) y se la entregaré un momento antes de irme. Nada que no haya hecho antes cientos de veces con otros vendedores de ungüentos mágicos y sanadores de palabra.
¿Sirve eso para algo? No, definitivamente no; esa es una guerra ya perdida hace mucho tiempo. Poco después de promulgada la ley n.º 26.657 (Ley Nacional de Salud Mental), pregunté en Twitter al autor de esa norma (cuyo nombre también omitiré) si su futura reglamentación excluiría finalmente al psicoanálisis de las prácticas aceptables, ya que el texto de la ley garantizaba el derecho de las personas con padecimiento mental a una atención basada en fundamentos científicos ajustados a principios éticos; la respuesta del licenciado —psicoanalista, claro— fue el bloqueo. (Ah, los guapos de las redes, tan valientes con el silenciamiento, el reporte y el shadowban como Juan Muraña con el cuchillo.)
El psicoanálisis en Argentina ya fue consagrado popularmente como la psicoterapia curativa por excelencia (todo lo demás se limita a atacar el síntoma, como asegura Rolón que hacen los médicos), y contra eso no hay mucho que hacer; por otra parte, es una de las pocas pseudociencias que pueden enseñarse en las universidades y luego aplicarse legalmente (por décadas y a precio de oro) a pacientes que necesitan con urgencia tratamientos basados en evidencia científica y clínica.
Nunca tuve la intención de poblar este sitio con críticas al psicoanálisis (en general inspiradas por Rolón, absolutamente incapaz de callar sus estúpidas digresiones lacanianas hasta en un tramo humorístico sobre el cumpleaños del Rulo); supongo que ya dije todo lo que tenía para decir al respecto, y no ignoro que el ensañamiento me lleva a repetirme hasta el hartazgo (me aburro muchísimo cuando me releo por accidente).
Usaré algún otro medio para seguir expresando mi odio hacia los miserables y estafadores que usufructúan con la desesperación, el dolor y el desconocimiento de quienes sufren trastornos en principio tratables por medios científicos. (No, un blog no; eso es un anacronismo. ¿Alguien recuerda aquí la blogósfera, el invento que iba a cambiar para siempre la manera de informarnos y que iba a hacer de cada uno de nosotros un periodista y un analista profundo de la actualidad? Muchos siguen construyendo por ahí la dictadura del proletariado; los más fantasiosos hasta llegan a creer que multitudes los leen con atención.) Creo que todo lo que nos queda para hacer (con algún efecto práctico en la realidad) es tratar de disuadir a quienes están más cerca de nosotros de meterse en alguno de esos tratamientos truchos.
Me queda algo para decir sobre el precio del tomate, la dolarización del verdulero y las diferencias entre las reacciones colectivas del 2001 y las actuales, pero lo diré en otro momento (como si hubiera necesidad de decirlo).
A propósito de etapas orales, forclusiones y otros seres imaginarios: curate algo, Silvia.
El 25 de mayo de 1810 ocurrió un golpe de Estado a manos de un grupo que se llamó a sí mismo con el tan ampuloso como contradictorio nombre de «Junta de Gobierno para la Reafirmación de los Derechos Soberanos del Rey Fernando VII». ¿Por qué demonios se festeja el aniversario de la reafirmación de un virreinato, o la preferencia por un imperio en lugar de otro? Como de costumbre, el pueblo nunca tuvo curiosidad por saber de qué se trataba y, a decir verdad, ni siquiera fue invitado a la fiesta. Quizá en ese primer paso hacia la independencia esté la clave de casi todo lo que sucedió hasta nuestros días.
Súbditos reales éramos los de antes, señor.
Estoy completamente a favor de reconocer el insulto como argumento válido en un debate; tiene mayor peso probatorio el indicar la ubicación del burdel donde trabajan la madre y la hermana del adversario que la demostración de sus errores de razonamiento o de cálculo. Lo que me resulta intolerable es la ausencia de originalidad, la falta de imaginación, la carencia de pasión en la diatriba.
¿Qué son esos deplorables quejidos de vieja constipada en batón y pantuflas que se levanta a las seis de la mañana para baldear la vereda y barrer con amargura las hojas que tanto le afean el frente de la casa? ¿Borges se molestó en escribir Arte de injuriar solo para que las generaciones futuras lo ignoraran? ¿Por qué la pereza mental de dar siempre al agravio la fatigada forma «Cuánto X que Y en Z, ¡eh!»? Se han oído difamaciones literariamente muy superiores a esas en la cola de la verdulería del barrio.
Ya que nuestra nación fracasó en todo lo demás, entonces hagámosla grande en ultrajes, líder mundial en humillaciones verbales. Y no, como hermana no tengo, con mis cosas sigo.
Jorge Dorio inauguró en LVST la costumbre de burlarse de miserables, pretenciosos e ineptos que quieren irla de sabios y profundos (somos Legión) con la frase «En la moto, la carrocería sos vos». Alguien tuvo la ardua amabilidad de enviarme algunas páginas del último libro de Rolón. No diré más.
Mariela, creo tener alguna evidencia de que muchos fueron cancelados. Hace unos años, cuando los mensajes de los oyentes se elegían entre los comentarios de la página de Facebook del programa, me bastó con enviarlos mediante la cuenta de mi novia (que era muy linda a pesar de ser mi novia) para que Dolina los leyera todos, sin excepción (datos inútiles sobre el Poincaré matemático y el Poincaré político, digresiones sobre técnicas de composición musical, diatribas contra las pseudociencias, ineptitudes varias, etcétera); comprendí que para Dolina, uno de los criterios de selección era la foto de perfil. Claro que con el paso del tiempo, las políticas de exclusión fueron adaptándose a las modas: la malicia, la ironía y la mala onda (es decir, el humor) fueron erradicados del programa; solo sobrevivieron los mensajes de felicitaciones, saludos y dedicatorias a la abuela Jorgelina.
A propósito de no tengo idea qué, o quizá por la alusión de FernandoWalrus a la afectación de Barton (que no me animé a verificar personalmente), recordé la terca insistencia de este (de Barton) en llamar «Si la cosa funciona» a la película «Whatever Works», que comienza con un maravilloso monólogo de Larry David de donde sale el título. Whatever works es la expresión equivalente a nuestros lo que vos digás, me da exactamente igual, lo que se te cante, ma' sí; es esa aprobación hija del fastidio y la indiferencia, resignación que puede y debe ir acompañada con una elevación de hombros. En realidad, no me molesta tanto la insolvencia de Barton, sino el hecho de que sea tan difícil comunicar hasta las cosas más elementales sin pérdida total. (Tú, que me lees, ¿estás seguro de entender mi lenguaje?)
Sigo oyendo programas hasta el 2007; ese es mi límite (aunque a veces negociable).
Marta Durantini, ignoro si Dolina promovió alguna vez encuentros como los que mencionás; de cualquier modo, supongo que eso no ocurrió nunca. (Y está bien: rodearse de adulones y obsecuentes es una de las peores ideas del universo.)
En lo personal, mis cercanías físicas a Dolina fueron cuatro en total:
Una madrugada fui a la terminal de ómnibus para comprar cigarrillos (en esa época fumaba como un escuerzo, como todo el mundo en todas partes); ahí estaban Dolina y Stronati hablando con un grupo de gente mientras esperaban el colectivo para volver a Buenos Aires (habían hecho el programa en vivo por primera vez en mi ciudad). Me acerqué por un momento para verificar que fueran ellos y después volví a mi casa. (Todas mis anécdotas tienen este mismo interés; debería escribir un libro llamado Futilidades: una vida en vano, por decirlo así, con prólogo de algún tirador de cartas de tarot o algún psicoanalista de televisión.)
Fui a ver el programa en vivo dos veces, la primera por voluntad propia y porque era gratis.
La última vez que Dolina leyó al aire uno de mis mensajes, me acusó de forma insultante de pretensiones de editorializar el programa y no sé qué más. Como ser de luz incapaz de lastimar a otros o guardar rencores (como esos que compran los libros de Rolón), aproveché que Dolina iba a firmar libros en la explanada de un teatro local después de una presentación y fui hasta ese lugar en bicicleta (salvo necesidad especial, mi único medio de transporte); me acerqué al firmante en flagrancia de suscripción y le grité algunos de mis insultos favoritos, no sin preguntarle si no iba a hacerse el guapo ahí. Por suerte, ya reinaban la paz y el amor y la verdad y la patria es le otre y coso, así que solo recibí santurronas miradas de reprobación. (Menos mal, Dolina medía como dos metros y, a pesar de su edad, me la daba como en bolsa si me agarraba.) De cualquier manera, Dolina (que naturalmente ignoraba el motivo de mi agresión) se habrá preguntado a quién habría hecho deudor o cornudo aquella vez.
No siento especial simpatía por Alejandro Dolina (me refiero a la persona, no al artista); aun así, adhiero a ese principio estético atribuido a veces a André Gide, a Marcel Proust o a Marco Denevi: con los buenos sentimientos no se hace buena literatura. (Ni casi nada más, agrego yo.)
Vengo a denunciar un atropello a la libertad de expresión.
Hace unos días, comenté con ternura una conmovedora publicación en la que Gabriel Rolón conmemoraba el nacimiento de su media naranja, si se me permite el frenesí cítrico-complementario.
Para mi asombro e indignación, el licenciado supramentado (escribo mal, pero puedo escribir mucho peor cuando me lo propongo) eliminó mi comentario y me bloqueó en Instagram.
En mi descargo, solo diré que mi respetuosa observación —no indigna de la sutileza de un George Bernard Shaw o un Oscar Wilde— rezaba, no sin laconismo:
Licenciado, usted es capaz de cualquier cosa con tal de ponerla.
No hay derecho.
Marta Durantini, creo ser uno de los frecuentes corresponsales que mencionás; no escribo para contradecir tu comentario, sino para decirte que estoy de acuerdo en algunos puntos: Dolina no es un filósofo (tampoco lo son muchos que usurpan esa condición), es un tipo bastante frívolo (alguna vez intenté una torpe defensa del derecho a la frivolidad, pero ese no es el tema ahora), y a su cultura general le vendría bien algún que otro remiendo (pero ¿a quién no?). Lo de las repeticiones también es cierto; muchos sabemos con exactitud qué va a decir a continuación de ciertas palabras clave: ácido, rosas, labrador, truco, etcétera. (Todos somos igualmente previsibles, aunque nunca nos enteramos; sí lo saben quienes nos rodean, que sufren en silencio nuestras fatales recurrencias.)
Ahora bien: creo que, al menos en la parte de la historia de los medios argentinos que nos tocó presenciar, no hubo nadie que divulgara o discutiera temas literarios, filosóficos, históricos, políticos, científicos (con todas las limitaciones que solemos discutir), poéticos, musicológicos; el comunicador argentino típico se limitó siempre a los temas más prosaicos (que pueden ir desde la alcantarilla tapada de la esquina hasta la cotización de la papa en Balcarce sin pasar por ningún otro lado). Sí, también están quienes hacen radio alternativa, con el defecto de que esa radio es exactamente la misma que la otra, excepto que el conductor se tiñe el pelo de azul eléctrico y finge estar bajo la influencia de drogas duras para demostrar cuán loco está y cuán antisistema es.
Los Monty Python se propusieron filmar una antipelícula, una película en donde pudieran hacer todo lo que no podía o no debía hacerse según los estándares de la industria; de ahí salió Monty Python and the Holy Grail. Dolina procedió de forma análoga: jugó a los dados y a la pelota en la radio, hizo sombras chinescas y ballet, invitó al locutor de turno (Stronati) a participar activamente del programa fuera de su tarea asignada, cantó y tocó música en vivo, invitó a desconocidos para que presenciaran el programa (después tenía que esconderlos para que no los vieran las autoridades), se burló al aire de los productos y servicios que hacían publicidad durante el programa; hizo todo lo que no podía hacerse en radio, principio que luego aplicó a la televisión.
Entre todas esas transgresiones, estaban las charlas sobre los temas mencionados más arriba, inexistentes en otros medios argentinos que en general dedicaban todas sus energías al más sincero de todos sus intereses: las modelos sexis de 12 años. (Jeffrey Epstein, en Argentina hubieras sido un eterno aprendiz.)
Omitir al Dolina escritor, compositor y músico, poeta, divulgador, influencer avant-garde (fue considerado como una de las personas más influyentes de Argentina, y eso solo con un programa de radio de madrugada), honestamente comprometido con causas que no le convenían comercialmente, incitador de discusiones distintas a la preferencia por el calor o por el frío, etcétera, es omitir uno de los artistas más interesantes de los últimos tiempos (que no han sido demasiado generosos en ese aspecto ni en casi ningún otro).
Claro que cada uno tomará la parte que mejor le conviniera; el Dolina humorista no está nada mal, y muchos de los tramos que hay aquí hacen la vida más soportable (aunque casi no hay ninguno que no termine con la advertencia de que moriremos y que seremos un recuerdo, luego la sombra del suspiro de ese recuerdo y después ni siquiera eso: nuestra aniquilación será perfecta).
En lo que a mí me toca, Dolina fue una de las personas más influyentes en mi vida musical (en especial, por su insistencia en perseguir la elegancia en los procedimientos artísticos, y en su repulsión por los chantajes sentimentales, las expresividades circenses y los firuletes de cumpleaños); además, de no haber sido por su oportuna intervención, tal vez nunca me hubiera interesado por ciertos asuntos humanísticos. Quiero creer que la discusión de las ideas de Dolina (o de las ideas que cita) no es un acto demencial u obsecuente.
En realidad, estaba oyendo una imitación del locutor de Crónica TV que hacía Stronati en LVST, y recordé no sin nostalgia a esa manga de sociópatas que hicieron del noticiero televisivo una forma de arte surrealista e imprevisible. Cada vez que me siento triste y cansado, miro alguno de esos videos de placas rojas y recobro la fe en el futuro de la humanidad. Sí, eran crueles hasta la médula; pero con los buenos sentimientos no vamos a ninguna parte, como lo demuestran sin cesar tantos de nuestros dirigentes.
A propósito de esa novela de Dickens, me pareció un embole; sin embargo, la introducción es de por sí una obra maestra, y hubiera sido deseable que Dickens se detuviera ahí. (Pero no, tenía que cubrir los gastos de su revista All the Year Round, cosa que hizo con mucho éxito.) En cambio, en The Posthumous Papers of the Pickwick Club está casi todo el humor de Dolina (algo que él jamás negó y hasta admitió con orgullo).
Mariela, no leí esa novela de Dickens en castellano; como conté aquí, la gran mayoría de esos libros de mi infancia me llegaron en inglés desde otro país. Por eso (o mejor, por mi ingente ignorancia), desconozco si existe alguna edición en otro idioma que comience con la traducción «Era la mejor y la peor de todas las épocas», pero creo que tenés razón: en castellano, parece muy superior a «Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos». Aunque la yuxtaposición en el texto original («It was the best of times, it was the worst of times, it was the age of wisdom, it was the age of foolishness, it was the epoch of belief, it was the epoch of incredulity») aconsejaría la segunda forma, también es cierto que las dos grandes desgracias de las traducciones en general son la literalidad excesiva y la creatividad desmedida.
¡Último momento, imágenes sin procesar! ¡Batman como único testigo de un accidente! No, no; quiero decir que mientras escribía lo anterior, busqué ediciones en francés y creo que esto confirma tu conjetura sobre Dorio: Henriette Loreau traduce el título «A Tale of Two Cities» como «Paris et Londres en 1793», y el texto inicial como:
C’était le meilleur et le pire de tous les temps, le siècle de la folie et celui de la sagesse; une époque de foi et d’incrédulité; une période de lumières et de ténèbres, d’espérance et de désespoir, où l’on avait devant soi l’horizon le plus brillant, la nuit la plus profonde; où l’on allait droit au ciel et tout droit à l’enfer.
Como Dolina y Dorio, Loreau omite la yuxtaposición adversativa del texto original. Creo haber leído que Dorio —como Cortázar— trabajó como traductor para la Unesco (desconozco la exactitud de este dato), y Dolina contó muchas historias de su vida en Francia (aunque nunca lo mencionó, tuvo que escapar de Argentina en 1976 porque por muchos motivos era blanco seguro del genocidio de la tiranía cívico-militar). Es altamente probable que ambos hayan leído esa traducción.
Dije que olvidaría al Rolón hierofante y cursi de la actualidad para señalar los aciertos del otro Rolón y vengo a cumplir mi palabra, no como otros que prometen feroces revoluciones marxistas y que al final se conforman con sustituir vocales por equis o signos de arroba e inaugurar salones temáticos en think tanks de ínfima categoría.
En la marca de tiempo 02:20, Rolón aconseja colocar un hilo mojado en una grieta antes de rellenarla con material; Dolina objeta: ¿Usted que sabe, si es psicólogo y no albañil?, y Rolón se defiende aclarando que su padre sí era albañil. En ese tiempo, yo vivía en una casa hecha pelota (como ahora, pero mucho más), y había goteras por todas partes; decidí hacerle caso al psicoanalista lacaniano (que para algo habrá estudiado tantos años) y procedí a tapar las grietas con hilo húmedo para albañilería y cemento fulminante; el arreglo fue un éxito absoluto.
Dije que iba a destacar aciertos; si quisiera señalar desatinos, hubiera dicho que la consagración de la pseudociencia y la charlatanería como vehículos de movilidad social ascendente en Argentina es un acto inmoral y rayano en la criminalidad, o que la admisión legal del psicoanálisis como terapia para pacientes mentales debería considerarse mala praxis por sí misma. (Sí, sé que he repetido esto mismo ad nauseam; es una reiteración deliberada, un énfasis.)
Está bien, lo acepto: la iglesia de Rolón se limita a un manojo de chupamedias desorientados de un programa de FM diseñado específicamente para el consumo de audiencias AB y C1a; de todos modos, no deja de ser otra pequeña traición entre muchas. Quiero amigarme con el Rolón del pasado, pero cómo cuesta; ojalá hubiera sido guitarrista profesional, albañil o psicólogo basado en evidencia.
No importa; este tramo sigue siendo muy divertido. Recomiendo las reflexiones de Dolina sobre el clavo y el agujero.
Te está cargando, flaca; eso lo copió de cuando leían al aire los poemas de la revista «Tú» con Dorio y Stronati. Largalo, que te va a hacer deudora o cornuda.
Como fuera, del mismo modo que renuncié al Dolina actual (o quizá a sus circunstancias), también renunciaré al Rolón actual y me limitaré a comentar sus intervenciones más felices (que fueron muchas) en LVST. Ese paraíso de ositos de peluche y felicidad algodonosa de living con Netflix y delivery me patea el hígado; prefiero un mundo más áspero, más beligerante, más expuesto a los elementos y a los placeres y dolores intensos.
Como dijo Dolina en una charla memorable sobre James Barrie: ¡Ay, muchachos, qué hermosas estrellas brillan en ese cielo de mi olvido!
En realidad, quiero decir que la revolución de los panza llena fue muy exitosa; la otra, en cambio, fue un fracaso absoluto.
Hace horas, Gabriel Rolón entrevistó a Tini Stoessel. Sé que no resistirán la tentación.
Acá te agarré, Rolón (marcas de tiempo desde 00:44 hasta 01:32).
Dolina —Desde el plano orgánico —atención, eh—, hay una zona específica del cerebro: el hipocampo.
[...]
Rolón —No, el hipocampo es un animal.
[...]
Rolón —No, ¿seguro que es hipocampo?
¿Rolón ignoraba en el año 2003 la existencia de la estructura hipocampal en los mamíferos? ¿En serio?
Además (marca de tiempo: 07:17):
Rolón —¡Eh, psicología americana!
Y por si fuera poco (marca de tiempo 10:11):
Rolón — Usted sabe que la memoria, en algún momento necesariamente se va eliminando para dejar las neuronas libres para nuevos procesos. [...] Las huellas mnémicas no pueden [audio incomprensible] el cerebro.
Pobres clientes.
Es muy interesante recibir las respuestas a un comentario descriptivo
"Un fundamentalista menos" Se recurre, una vez más, al argumento
ad hominem, descalificar al emisor en lugar de debatir el argumento.
Para simplificar al extremo: Es lo que hay.
No quiero dejarte pasar esta: sos el perfecto ejemplo del señorito satisfecho de Ortega, ese ser gelatinoso, invertebrado y apenas apto para la supervivencia por sus propios medios, que cree que el universo está ahí para complacer hasta el mínimo de sus caprichos y que llora como una nena de seis años cuando tiene que hacerse cargo de sus actos o sus palabras, al gritito de «¡Me atacan, me atacan, salvajes, brutos!» con voz muy aguda.
Hablás de argumento ad hominem; como la deconstrucción no llegó nunca al barrio, los muchachos hablaríamos de maricón, si tuvieras suerte ese día (podría ser peor, te lo juro).
No sigo porque me das asco.